La huella literaria en el ABC
Hay pocos periódicos hispanos donde se pueda rastrear la huella literaria como en ABC, medio centenario que ha acogido en sus páginas a muchas de las grandes figuras del periodismo y la literatura del país. Fundado por Torcuato Luca de Tena en 1903, comenzó su etapa con periodicidad desigual, y pretendía recoger parte de las firmas de la anterior revista de Prensa Española Blanco y Negro. El fundador buscaba unir el periodismo gráfico, en auge gracias a las copistas alemanas, con la prensa literaria. En palabras del propio Luca de Tena recogidas por Víctor Olmos en su historia de ABC «la letra con monos entra».
Los primeros escritores colaboradores en el diario fueron Picón, Roure, Latour y Alcazarreño, los cuales se repartían secciones literarias, cómicas y taurinas. Pero la gran figura que consolida este primer ABC, todavía tenido por un semanario puramente gráfico, es sin duda José Augusto Martínez, es decir, Azorín. Personaje visible en esta España de inicios de siglo (entre el 98, la novela y los periódicos), empezó a colaborar en ABC ya en su treintena, lejos de su anarquismo inicial, en una senda que repetirá posteriormente otro clásico del diario como Camba. Luca de Tena justificó en su momento esta divergencia ideológica de manera astuta:
«A mí no me preocupaba lo que luciese o hubiese lucido. Le tenía y le tengo por un escritor prodigioso, por un cerebro admirable, y, como es natural, quise incorporarlo a mi periódico como redactor».
Azorín pasó de las escabechinas anarquistas de inicios de siglo a ser un cáustico reportero parlamentario, y a realizar crónicas célebres, como la visita de los reyes a París en 1905, que se empañó por un atentado anarquista menor.
Su viraje final al conservadurismo de Maura acompañó su crónica periodística, que le dará -quizá a su pesar- mayor fama de periodista que de escritor. Uno de sus retratos más célebres es el realizado a Romanones, figura dominante en las Cortes de la Restauración a inicios de siglo:
«¡No, no me diga usted nada! – se apresura a decir a un cuarto que ve llegar desde lejos hasta él- no me diga usted nada; recuerdo perfectamente lo que hablamos y haré cuanto yo pueda».Y de este modo, entre abrazos, sonrisas, promesas, palmadas en la espalda y apretones de manos, atraviesa por fin el señor conde de Romanones el salón de Conferencias y desaparece en el despacho de los ministros. He aquí un político».
Por aquel tiempo otros hombres como Roura o Navarro Ledesma alcanzaron su picota en el periódico, especialmente el último con unas coplillas bajo el seudónimo de Gil Parrado y que recuerdan al Madrid Cómico de Clarín. La crónica parlamentaria pasará del incisivo Azorín a Wenceslao Fernández Florez, que obtuvo el nacional de literatura en los años 20, y dejó una obra literaria entre el género fantástico y el divertido costumbrismo de su Galicia natal. El diario estaba también en aquel tiempo enfrascado en las defensas del proceso de Ferrer i Guàrdia y la crónica épica del conflicto marroquí. Acabó la década con la enconada disputa entre aliadófilos y germanófilos en la Gran Guerra, donde Torcuato Luca de Tena estableció un difícil equilibrio ideológico entre sus periodistas.
La I Guerra Mundial fue el gran momento de Julio Camba, ese gallego universal en su ironía de maestro de nada y alumno de todo. Gran entusiasta de las pequeñas cosas, principal adversario junto a Josep Pla del estilo rimbombante, construirá sus crónicas en el frente centrándose en los perfiles rasos: soldados, enfermeras, y tipos regionales. Son artículos divertidos, como se muestra en esta visión de Alemania
«Alemania está ahora como un matón en desgracia. Todo el mundo se atreve ya con ella. ¡Hasta Niquito, con sus tres docenas de súbditos! Portugal mismo es posible que, cuando se publiquen estas líneas, le haya declarado a su vez la guerra a Alemania. Luego vendrán, ¿por qué no?, la república de Andorra y el principado de Mónaco. Y todos querrán mojar, todos querrán darle en la cabeza a Alemania, uno con una botella, otro con un bastón, otro con un cenicero… Menos mal que Albania se ha declarado neutral».
En estos tiempos convulsos también se hizo un nombre Sofía Pérez Casanova, periodista gallega que cubrió el frente del este y también la revolución bolchevique, la cual criticó con dureza.
Los años locos
La década de los veinte comienza con un ABC que acepta de manera tácita la dictadura, para condenarla al final de ciclo. La década siguiente será la consagración de una personalidad total en el mundo del periodismo, y un esteta perfecto para los años del fascismo y el comunismo. Nos referimos, claro está, a César González Ruano, efímero poeta modernista que acabó su trayectoria siendo la firma más leída de ABC.
El escritor madrileño comienza a colaborar en el periódico luego de obtener el premio Cavia. Creado en 1920, este galardón debía su nombre al aragonés Mariano de Cavia, hombre total de la prensa del siglo XIX que tenía como virtud poder escribir con cierta pericia de cualquier tema. El carácter personalista de la contratación de Ruano, dirigida por Juan Ignacio Luca de Tena, se recuerda en sus divertidas memorias:
«Mis condiciones en ABC eran diez artículos de colaboración mensuales a cien pesetas cada. Era lo que tenían en este diario gentes de la edad y del prestigio de Manuel Bueno, Ramiro de Maeztu, Fernández Flórez, Salaverría, etc».
Por supuesto, estos años treinta están lejanos de los artículos de filosofía y regeneracionismo de Maeztu y las novelas cortas de Bueno que dominaban anteriormente, y el columnista hará artículos de marcado estilo en su corresponsalía berlinesa. Dado a la frase larga, lejano a la frase corta e ingeniosa de Azorín, construye textos menos actuales y que se correspondían mejor a la retórica grandilocuente de aquel tiempo. Esto le hizo estar amenazado por pistoleros en aquel Madrid de la II República. Para Ruano el éxito de esos textos en ABC fue de este modo:
«Mis artículos en ABC, ahora puede decirse, puesto es tiempo pasado, y bobo sería envanecerse de ello, iban a la cabeza de la colaboración española. Había logrado, sin proponérmelo, diríamos que cartesianamente, dar con un tipo de artículos que no hacía nadie no habían hecho los de las generaciones anteriores y que eran del gusto de casi todo: una discreta aplicación de elementos de la cultura, una participación grande de valores de la invención poética y un como gusto hacia las formas melancólicas que combinaba bien con el interés periodístico (…)».
Es una mala década para ABC en lo empresarial, ya que sufrió cierres continuos, muchos injustificados, por el radicalismo doctrinario de los gabinetes republicanos. Para Manuel Azaña el diario ABC alentó conspiraciones monárquicas según dejó escrito en sus memorias. La guerra civil, iniciada en el año 36, marcó la división del ABC entre el Madrid y el de Sevilla, al servicio propagandístico de los dos bandos en liza. Así, el ABC Sevilla a los pocos días del golpe radiofónico en la ciudad de Queipo de Llano llegó a titular «Guerra a muerte entre la Rusia Roja y la España Sagrada» mientras que en el mismo mes el diario de Madrid se declaraba «republicano». Triste consuelo ideológico para las dos partes, que habrían de estigmatizar a los escritores del bando contrario.
Sin Rey pero con orden
En la dictadura ABC pasó en inicio a un segundo plano, eclipsado en lo literario por el periodismo esteta de Arriba y el más cercano a la sociedad de Pueblo. Existe, además del eterno Ruano, una firma interesante, un tanto Guadiana, que es Agustín de Foxá. Entre la diplomacia, la escritura y la política, el Conde de Foxá tiene tiempo para publicar artículos de gran perspicacia, que demuestran un esteticismo monárquico que añora esa España alfonsina anterior a la República:
«En nuestros pueblos latinos, en donde en el Ateneo se pone a votación la existencia de Dios (quien gana por un pequeño margen) y donde nuestros estrategas de café toman el terrón de azúcar que representa Stalingrado con una cucharilla que es el ejército de Vorochilof y un palillo de dientes que representa a Von Paulus, la democracia, pura y simple, es casi imposible. Actualmente en Miami, en Palm Beach, en toda la costa de la Florida, se ha generalizado la costumbre de ir a la playa con un pequeño aparato de radio. Los nadadores, las hermosas bañistas se contemplan sin casi dirigirse la palabra. Un movimiento en el “dial” cambia el tema de una conversación pronunciada por una invisible garganta».
No solo dejará artículos nostálgicos sobre la vieja sociedad que se diluye ante los medios, sino incluso sorprendentes y adelantadas obras maestras de la ciencia ficción, como el relato alegórico «Hans y los insectos» en los años 50.
Dentro de estas firmas, cercanas a la Monarquía, otros escritores de relevancia fueron Sánchez Mazas, Pedro Sainz Rodríguez y especialmente José María Pemán, que dominaría la tercera de ABC en gran parte del régimen de Franco.
Entre la poesía y el periodismo, con el estilo «pululante» que le adjudicó Ortega y Gasset, el gaditano Pemán construye una forma alambicada tendría una gran influencia en el periódico, especialmente en la edición de Sevilla. Para muestra este texto sobre la Reina Victoria Eugenia:
«España la probó en el dolor. Manchó de sangre su vestido de novia. Fue un momento de peligro. Pero el proceso de españolización de Victoria no se detuvo ni hizo crisis; porque tenía al lado al rey Alfonso, máximo profesor de regeneracionismo, estilo 98, que desde el primer instante supo trasladarla a la España posible que él quería alcanza, aún por encima de los sistemas adulterados, con el recurso al cirujano de hierro que Costa pedía. Desde el primer día Victoria, con su marido, empezó a amar a España. No porque no le gustara, como el exigente político joven, sino porque a pesar de todo le gustaba. Al día siguiente de sus bodas de sangre, a Victoria le gustaba el sol. Al mes le gustaba Velázquez. A los dos meses le gustaban los piropos. Y al año decía desgarros madrileños, aprendidos del rey, que cobraban en su acento, todavía británico, la gracia de un rayo de sol…»
De manera más ligera, rondando la comedia, el humorista Mingote y el columnista Máximo van a hacer accesible el diario a un mayor número de personas al traer con ellos parte de los rasgos propios de la generación del 27, con sus chascarrillos, sátira e ironía. Máximo será para Alfonso Ussía, que sería también plumilla de estilete afilado en el ABC, el principal maestro de columnistas en el diario.
La democracia posible
Durante la dictadura ABC tuvo problemas por su compromiso con la causa de Don Juan, y un artículo de Anson, figura emergente en estos años de tránsito, titulado «La Monarquía posible». Eran los límites críticos del periódico, y se definían con el célebre final de párrafo que le formó un proceso al propio Luis María:
«Porque la Monarquía no puede ser excluyente, como lo fue la República. De cara al futuro no hay más Monarquía posible que la Monarquía de todos, al servicio de la justicia social y de los principios de derecho público cristiano».
A pesar de estos ataques, el diario afrontó con el pie cambiado el discurso democrático, popular, fuera del estilo novelesco de los Luca de Tena, que dominará los periódicos de la transición como Diario 16 y El País. Tenido como un reliquia por la juventud del tiempo, Luca de Tena reformularía el diario al hacer director a Anson, el cual estableció el periódico como puntal crítico, para muchos un tanto amarillista, contra el PSOE y la cultura progresista del tiempo.
Es injusto mencionar esta etapa de Anson sin citar su labor cultural, que sirvió para consolidar para siempre las páginas literarias y especialmente los suplementos como El Cultural. Un hito sería la publicación de «Los sonetos del amor oscuro» de García Lorca, y la colaboración de firmas a la izquierda como Alberti o el propio Umbral en una etapa efímera en los 90. Anson recogía, así, la tradición del fundador Torcuato de publicar sobre el mérito literario en lugar de la ideología.
Las firmas más destacadas y con periodicidad del periódico hasta la actualidad fueron especialmente Jaime Campmany y el nobel Camilo José Cela. Campmany tiene el filo satírico de Clarín o Silvela mezclado con una prosa hiriente, y que se consideró polémica en el tiempo. Esto no quita que su mérito literario sea incontestable como se ve:
«Dice Santo Tomás que el error es la maldad, y de ahí hay que concluir que los tontos son los malos. La Verdad, la Belleza y la Inteligencia son hermanas, o a menos primas hermanas. En cambio, los errados, los feos y los mentecatos son de la misma estirpe y desde luego van en el mismo carro. Lo que le pasa a Javier Tusell es que le falta pesquis, tiene el talento romo o nonato y se halla inmerso en una charca perenne de estupidez. Lo que le sucede a Haro Tecglen es que tiene mala sangre, no digo mala leche, porque la mala leche en dosis razonables es saludable, benéfica y divertida, sino mala sangre, sangre engangrenada y emponzoñada por una alacrán interior jamás aplastado».
El estilo de Cela, más sosegado, domina la tercera de ABC en estos años ochenta, con artículos casi siempre literarios, que reconstruyen biografías o dan pinceladas de paisaje de la provincia. El perfil del escritor y cómico Nicasio Pajares es, así, una buena muestra de su estilo:
«Extramundi, con su pazo del Vinculeiro y las aguas del Sar que se salen de madre, es aldea de Padrón; a la otra orilla del río, más allá del convento del Carmen y a la misa mano, y poco antes de llegar a Extramundi, queda el rueiro de Trabanca de Arriba; rueiro, en gallego, quiere decir grupo de casas, lugar, aldea. En la casa nº 71 de la calle de Santiago, que hace esquina con la carretera de Rois, hay una placa de mármol en no muy buen estado que dice: “A. F. Nicasio Pajares Ogeros. Escritor y humorista…»
La llegada del nuevo siglo, el paso de Prensa Española a Vocento, verá consolidar otros escritores como Martín Ferrand, Juan Manuel de Prada, José María Carrascal y firmas más jóvenes como David Gistau o Rosa Belmonte. Afirmado así como medio de expresión de la cultura conservadora y literaria de España, ABC en sus cien años cumple todavía sin duda el juicio melancólico que le adjudicó Francisco Umbral en los años 70:
«El ABC sigue siendo el periódico consagratorio en que todos los noveles de provincias queríamos publicar nuestros artículos, junto a los de Pemán, Azorín, Sánchez-Mazas y González-Ruano».