Pinchazos que curan
En una sala pequeña, presidida por una pizarra y una camilla, el maestro desarrolla el análisis de un paciente a través de palabras como yin, yang o qí. Una pantalla con fotos de lenguas sirve como un apoyo para corroborar sus teorías. Mientras tanto, los estudiantes completan el diagnóstico con preguntas personales al doliente. En función de sus respuestas vendrán los pinchazos en un lado o en otro. Cualquiera podría pensar que la clase práctica de acupuntura tiene lugar en Pekín, si la ventana situada en el fondo de la clase no reflejara las luces del tráfico de la calle madrileña de Doctor Esquerdo.
El estado del paciente guía las agujas hacia su cuerpo. El individuo se estudia como un conjunto; técnicas como la exploración de la lengua o el pulso se combinan con preguntas personales acerca del estado emocional del paciente. Es una terapia que no intenta eliminar el síntoma, sino descubrir la causa del dolor.
Para entender el tratamiento es necesario tener la mente abierta. Y es que la teoría simplificada de la acupuntura defiende que el cuerpo humano está formado por doce «tuberías» o meridianos por los que fluye el qí (energía) y que están conectados con distintos órganos vitales. Si estos canales se obstruyen se puede originar una enfermedad. La terapia intenta equilibrar esas vías mediante las agujas, que se insertan en puntos específicos de los meridianos para volver a equilibrar el tránsito de energía.
Las intervenciones de los alumnos de la sesión se orientan, precisamente, hacia la búsqueda del detonante de la enfermedad. Todos cuentan con edades y profesiones distintas, pero comparten la curiosidad por «este mundo». Un banquero afirma que hay un exceso de yang, mientras que un profesor de INEF cuestiona si el corazón del paciente soporta demasiado trabajo. En silencio y de forma casi omnisciente, el profesor observa con una sonrisa las apreciaciones de sus estudiantes.
No siempre fue acupuntor. Su nombre es Juan Manuel Medina y comenzó su carrera como un médico convencional tras licenciarse en Medicina. Sin embargo, tras quedar el número 44 de su promoción en el MIR, una tragedia personal cambió su futuro por completo: «Después de casi diez años estudiando medicina te crees que eres Dios y no te das cuenta de lo fácil que es tener una desgracia. Busqué otras alternativas, entre ellas la medicina china». Más de dos décadas después, se presenta delante de una clase rodeado de estudiantes de acupuntura.
Un camino parecido recorrió Juan Carlos Gómez, uno de los fundadores de la clínica donde se desarrolla la sesión. Tras sufrir casi toda su vida los efectos de una dermatitis atópica muy extendida (confiesa que tenía tantos problemas en su piel que hasta «le costaba conducir» por los eccemas que tenía en el cuello) decidió abandonar su vida de publicista y locutor de radio para dedicarse a la difusión de terapias como el yoga o la meditación. Justo en el momento en el que se van a aplicar las agujas, irrumpe en la clase. Se siente cómodo entre estudiantes y maestro y pregunta al paciente qué terapia ha recibido antes. Quiere conocer el diagnóstico de la medicina occidental.
Una de las críticas que recibe la acupuntura es su supuesta oposición a este tipo de tratamiento. Medina considera que la realidad es distinta. Defiende los «equipos multidisciplinares», compuestos por expertos de ambas ramas médicas y admite que «hay cosas, como una pierna rota, que la acupuntura no puede sanar». Las técnicas parten de planteamientos muy distintos, pero convergen en un propósito común: la «curación del paciente».
Otra barrera con la que se topa la medicina oriental en España es la existencia de un «vacío legal» para regular su enseñanza. No hay cursos homologados, por lo que la Sociedad Española de Acupuntores Profesionales ha instado a «los Gobiernos de la Unión Europea para que se regule esta actividad lo antes posible». También supone un problema la calidad de la enseñanza. Profesionales como Medina opinan que en varios cursos ofrecidos por médicos «no cogen una aguja hasta el segundo año».
PADRE DE TRECE HIJOS
La clase ha terminado. Después de obtener un diagnóstico alternativo a su problema y de veinte minutos con varias agujas insertadas en su cuerpo, el paciente se marcha. Ha acudido de forma voluntaria para mejorar una enfermedad en su piel. La semana que viene regresará y dará cuenta de su evolución. «Mucha gente se presta a este tipo de clases, nosotros necesitamos practicar y ellos obtienen resultados inesperados», admite un alumno. Los problemas con los que acuden son muy variados: dolores lumbares, estrés, diabetes, adicción al tabaco e incluso problemas de fertilidad. En este sentido, Juan Manuel Medina afirma orgulloso que se considera «padre de trece niños» que han sido concebidos gracias a sus técnicas.
La investigación de la influencia de la medicina tradicional china en distintas enfermedades se mantiene abierta. El VI Congreso Médico Internacional de Acupuntura, que se celebró en Barcelona los pasados 8 y 9 de noviembre en la sede del Colegio Oficial de Médicos de la Ciudad Condal, trató la relación de la medicina tradicional con los trastornos psicosomáticos. Unas «patologías cada vez más frecuentes en nuestra sociedad», según el propio Colegio de Médicos.
Algunos expertos consideran la acupuntura un placebo. Juan Manuel no lo niega. Cita a Hipócrates cuando afirma que «no importa la manera o el método utilizado para curar a un paciente si el resultado producido es el que él espera» y aboga por una medicina más sencilla, donde los médicos hablen con un lenguaje «más cercano y sin tantos tecnicismos». Desde la clínica en la que trabaja en Madrid concluye que la medicina que no sepa adaptarse «no sobrevivirá».