La biblioteca austrohúngara de Hermann Tertsch
Una imagen del Kaiser, el Emperador Francisco José preside el salón biblioteca del escritor y periodista Hermann Tertsch. El penúltimo Emperador de Austria-Hungría y Occidente observa al visitante como recuerdo de «El Mundo de Ayer», memoria de un tiempo de seguridad que Europa perdió con los fatales disparos del nacionalista serbio Gavrilo Princip. El asesinato del Archiduque Francisco Fernando, heredero del Kaiser y del Imperio, que inició la destrucción de la patria amada de Stefan Zweig: Europa.
Justo debajo del emperador, un retrato de Winston Churchill rememora la historia de aquella Europa que se suicidó en dos guerras fratricidas. Fueron los tiempos de La filial del infierno en la tierra en palabras de Joseph Roth. Años que Zweig describió como «el más enfervorizado triunfo de la brutalidad de cuantos caben en la crónica del tiempo».
Cuenta Hermann Tertsch que su padre asistió al funeral de Francisco José con tan solo diez años, herencia familiar que le lleva a «pensar en criterios de Imperio Austro-Húngaro». La biblioteca de Tertsch está fundamentalmente compuesta por libros de Historia, Política y ensayo, en su mayor parte literatura sobre la Mitteleuropa. El espacio geográfico y cultural centroeuropeo donde «la Historia está especialmente fresca y muy presente. Las consecuencias son muy directas».
Por ello, los escritores alemanes y austrohúngaros como Zweig, Joseph Roth, Thomas Mann, o el hijo de este, Golo Mann, forman parte de las referencias intelectuales de Hermann Tertsch. Menciona que ahora se cumple el bicentenario del Congreso de Viena; un punto de inflexión de la Historia hacia un Imperio Austriaco que fue epígono de una tradición imperial y de unidad europea. La misma unidad europea que tuvo sus orígenes en Carlomagno y su desarrollo político y espiritual con el Sacro Imperio Romano Germánico. El Congreso de Viena desarrollado entre octubre de 1814 y junio de 1815, donde el Canciller Austriaco Klemens von Metternich reformuló el Sacro Imperio, y asentó las bases de un orden internacional basado en el equilibrio de poderes y las alianzas entre potencias.
Una edición en alemán de «El ocaso de Occidente», fechada en 1923, tiene otro lugar destacado en esta biblioteca que nos transporta a un ambiente vienés. Junto a la obra del filósofo e historiador alemán Oswald Spengler sobresalen algunas biografías como la de Mustafa Kemal Ataturk, creador de la Turquía laica que sucedió a aquel Imperio Otomano, rehabilitado ahora por Erdogan, y que puso cerco a Viena en 1529 y 1683. Cercos que amenazaron la supervivencia de Europa, salvada por la alianza del Sacro Imperio y la República de la Dos Naciones, cuyo líder, Jan Sobieski, capitaneó a los 25.000 polacos que liberaron la capital imperial.
En la parte superior de los estantes se encuentra la «Historia del Times de la I Guerra Mundial», una colección de obras que recoge con el máximo detalle los acontecimientos de la Gran Guerra. También en esta parte se encuentra el poeta austriaco Rainer Maria Rilke. Tertsch comenta que es un habitual lector de poesía.
En la pared opuesta, también llena de libros, un recuerdo de su abuelo historiador. Una reminiscencia de los tiempos en los que «se leía con método», ya que «tenían educadores que los dirigían». Método y sistema que difícilmente conocerán las jóvenes generaciones, como difícilmente podrán leer en letra gótica del modo en que lo hace este periodista, nacido en Madrid, pero de raíces austriacas y vascas. Sistema para el conocimiento y la cultura que El canon occidental de Harold Bloom compendia.
Rusia tiene también una importante presencia en la biblioteca del columnista de ABC. Desde los escritos rusos del politólogo e historiador de las ideas Isaiah Berlin hasta la correspondencia de Tolstoi o algunas de las obras de Dostoyevski, hasta llegar a «El Archipiélago Gulag» de Aleksandr Solzhenitsyn. Pero Tertsch da especial relevancia a la biografía de Iván el Terrible que escribió la historiadora Isabel de Madariaga, pues es una «descripción fundamental de la mentalidad del pueblo ruso».
Al preguntarle por la relación entre Rusia y Alemania, señala que ha existido siempre una fascinación mutua y cita las palabras de Schiller en «Los Bandidos» cuando afirmaba que los rusos eran «profundidad sin formato». Sostiene que Alemania siente hacia Rusia una simpatía que no siente hacia Estados Unidos, una Alemania con el alma partida entre Renania y Prusia, entre el oeste y este de Europa.
Los libros sobre el totalitarismo
Al bucear en esta biblioteca repleta de testimonios de la brutalidad del siglo XX, no se puede dejar de recordar de nuevo las palabras de Stefan Zweig, cuando en sus memorias europeas de «El Mundo de Ayer» afirmaba que «ninguna generación sufrió tal hecatombe moral, y desde tamaña altura espiritual, como la que ha vivido la nuestra».
El estallido de la I Guerra Mundial fue el inicio de la catástrofe que se vino después sobre Europa. El historiador británico Tony Judt, uno de los más significativos estudiosos de la Gran Guerra y sus consecuencias, tiene también su hueco en la biblioteca de Tertsch.
Y es que los libros dedicados al totalitarismo son la principal herramienta de trabajo del periodista, cuya biblioteca es un archivo de la ignominia que los sueños y las locuras de algunos hicieron caer sobre el continente.
Locuras que retratan las dos obras que recopilan las barbaries de los regímenes totalitarios del pasado siglo. «El libro negro del Comunismo», escrito por varios historiadores franceses Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNRS), entre los que destaca Stéphane Courtois, y el libro negro del Holocausto, que Stalin encargo al escritor Ilyá Ehrenburg, pero que después escondió porque Stalin mismo cayó en el antisemitismo. En ellos se hace recuento de los millones de muertos caídos en el Gulag y los campos de exterminio, fruto de ideologías que condenan a muerte mientras pretenden alcanzar el paraíso en la tierra.
Lugar preferente ocupan la obra de Victor Klemperer, «La lengua del Tercer Reich», análisis del lenguaje y superestructura totalitaria que el nazismo llevó al paroxismo; y la distopía «Del cero al infinito» del escritor británico de origen húngaro Arthur Koestler, un retrato de las purgas stalinistas de los años 30 y del régimen criminal en que se produjeron. Régimen cuyo proselitismo internacional queda al descubierto en la biografía de Willi Münzenberg, diseñador de la propaganda soviética y de la Komintern, la internacional comunista que infiltraba todo tipo de organizaciones en la Europa occidental.
Recomienda la lectura de «Terror y Utopía» de Karl Schlögel, una obra que describe el Moscú de 1937, año del desarrollo urbanístico de la urbe rusa, de la construcción del fabuloso metro, cargado de obras de arte, pero también el año de las delaciones, el millón y medio de muertos, de los falsos juicios…
Advierte el columnista de ABC que aquello puede repetirse y que las libertades nunca están definitivamente ganadas, ya que solo perviven «los derechos que se pueden defender». Sostiene que en Europa no hay conciencia de los riesgos y que amenazan la supervivencia de Europa.
«Soy muy pesimista sobre el futuro de Europa», dice. Y señala las obras de Michael Burling, Boris Johnson o Egon Flaig como claves para poder entender el mundo presente. Pero sobre todo, impacta la comparación con los momentos finales del mundo romano. Por eso «La Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano» de Edward Gibbon o «Roma» de Theodor Mommsen tienen una vigencia absoluta si se aplican a la Europa presente.
Quizá llegue el día en que los europeos deban recordar las palabras del Conde Franz Xaver Morstin, el personaje protagonista de «El Busto del Emperador» de Joseph Roth: «Como mi mundo parece definitivamente vencido, ya no tengo una patria completa. Y es mejor que busque aún los escombros de mi antigua patria».