El crimen de los Marqueses de Urquijo: un caso abierto
Aquella podría haber sido una noche como tantas otras. Nada hacía suponer que el horror y la tragedia se encontraban tan cerca, pero sin embargo ahí estaban agazapadas, esperando el momento oportuno para atacar.
Por destino, casualidad o minuciosa logística, la tranquilidad reinaba más de lo habitual. Esa noche, el mayordomo y su mujer se encontraban de viaje y los encargados de la seguridad no hicieron su ronda de todos los días. Con ese panorama, aquella era sin duda una oportunidad inmejorable para cometer un crimen.
La oscuridad reinaba en la noche del primero de agosto de 1980. Manuel de la Sierra y su esposa María Lourdes Urquijo dormían en su lujoso chalé situado a las afueras de Madrid. Todo aparentaba ser normal, hasta que el susurro de la traición alteró el sosiego de la noche. De repente, la tranquilidad se convirtió en un silencio asfixiante, extraño, aterrador. La sombra de la muerte penetró en el interior de la casa y ya no hubo marcha atrás.
Conocía el lugar, quien sabe cuantas veces había estado allí merodeando por los alrededores del chalet, cuantas otras vez había abierto esas puertas y recorrido cada una de las habitaciones. Pero esta vez era distinto, tenía un objetivo. Rafael Escobedo Alday, yerno de los marqueses, un joven de 25 años, alto, delgado, dueño de una mirada escurridiza llegó hasta Somosaguas llevado por un amigo en un vehículo prestado. Tenía una misión que cumplir, solo o en compañía de otros, se adentró en el lujoso chalé de la familia Urquijo y desencadenó la tragedia.
Tras burlar con destreza los primeros obstáculos que lo separaban del primer piso, él o los intrusos se dirigieron hacia el dormitorio principal donde descansaba Manuel de la Sierra. Una vez dentro, se acercó sigilosamente al lado de la cama y tras colocar el silenciador sobre el cañón de la pistola, disparó un proyectil que fue directo a la cabeza del Marqués. La sangre comenzó a brotar de la sien derecha de la víctima, mientras una nueva bala se incrustó de forma accidental en un armario.
Ya no todo salía a la perfección, el error podría haberles costado demasiado caro si la esposa de Manuel de la Sierra hubiera reaccionado a tiempo para presionar el botón de seguridad que tenía en su habitación detrás de las cortinas. Pero no hubo tiempo para ella, sus minutos estaban contados. Apenas alcanzó a preguntar sobresaltada si alguien se encontraba en el lugar. Nadie contestó. Dos balas fatales rasgaron con extrema precisión el silencio de la noche.
Tras la salida de los primeros rayos de sol, el chalet de los Urquijo reflejaba una calma extraña. Y fue eso mismo lo que llamó la atención de la cocinera dominicana Florentina Dishmey, la única persona del servicio que había dormido en el edificio.
Algo no marchaba bien y las sospechas iban en aumento. Paula Concejal, una de las asistentas, haciendo su labor diaria fue a airear los salones y descubrió que la puerta de la piscina estaba abierta. Además, la cristalera que comunicaba con el exterior del chalé tenía un misterioso boquete que había sido realizado con mucho cuidado, con precisión de relojero. Ya no había demasiadas opciones, en aquél momento todos fueron conscientes de que algo muy extraño había sucedido en el número 27 del Camino Viejo de Húmera. No se equivocaron.
Sin tiempo que perder, el chófer Antonio Chapinal avisó al guarda y unos minutos más tarde los dos ascendieron, sigilosos, los escalones que conducían a las habitaciones de los Marqueses. Aparentemente nadie lo sabía, pero aquellos hombres estaban a punto de ser testigos de un espectáculo dantesco. Los restos de sangre y la rigidez pálida de la muerte así lo confirmaron. El miedo y el desconcierto se desataron en Somosaguas.
El horror en el chalet de los Urquijo estaba instalado. No habían dudas de que a los marqueses aquella noche les habían quitado la vida sin compasión. Pero ¿quién podría haber sido capaz de cometer un crimen semejante? ¿Había actuado solo o con algún cómplice? ¿Había sido premeditado? Demasiadas preguntas, pocas respuestas.
¿Traición o venganza?
El 21 de junio de 1978 Myriam de la Sierra, la primogénita de los Marqueses de Urquijo, contrajo matrimonio con Rafael Escobedo, un joven de familia acomodada que había abandonado sus estudios de Derecho.
Durante sus primeros meses de casados Myriam y Rafi compartieron techo con los marqueses pero los continuos enfrentamientos terminaron con la paciencia de los padres los echaron del hogar. Así, los recién casados se marcharon a vivir a un piso situado en la calle Orense, en Madrid. El matrimonio sufrió diversos periodos de agobios económicos sin que el Marqués hiciera nada para impedirlo, una cuenta pendiente que siempre se encargó de remarcar su yerno.
Con una relación desgastada y problemas económicos latentes, el amor llegó a su fin. Durante la Semana Santa de 1979, Myriam oficializó una nueva relación sentimental con Richard Dennis Rew, un ciudadano estadounidense afincado en España que era conocido por el sobrenombre de Dick el americano.
El nuevo amor de Myriam desató la furia de Escobedo y así aparece uno de los posibles móviles del crimen: Rafael, sumido en un sentimiento de ira y venganza por la reciente ruptura matrimonial, trazó un plan con su amigo Javier Anastasio de Espona para terminar con la vida de sus suegros.
El móvil de la venganza cobró una importancia decisiva cuando Myriam de la Sierra recordó, ocho meses después de la muerte de sus padres, una violenta conversación que se produjo tres o cuatro días antes de los asesinatos. En esta discusión, Rafael Escobedo llegó a manifestar la intención de hacer daño a los Marqueses descargando su furia: «Te vas a acordar de mí. Voy a hundir a tus padres, y esta vez va en serio».
Las versiones acerca de los posibles motivos del los asesinatos estaban a la orden de día. Algunos hablaban de que Escobedo pensaba que sin sus suegros de por medio su mujer volvería. Otros iban aún más lejos y señalaban que el verdadero interés de Rafi no se encontraba en la hija de los Marqueses, sino en su cuñado. El mayordomo Vicente Díaz Romero dijo que Rafael Escobedo y Juan de la Sierra coincidieron varias veces en la casa de Somosaguas después de los asesinatos.
“El señorito Juan y el señorito Rafi –declaró el mayordomo- vivían juntos cuando nadie les veía, antes y después de los asesinatos. Rafi le pedía dinero a Juan; discutían mucho” sentenciaba.
La detención
Por amor, por dinero o simplemente por un sentimiento de venganza todo apuntaba a Escobedo. Las pruebas estaban en su contra y la presión social fueron determinantes.
Las evidencias lo mantenían expuesto. Miguel Escobedo, padre de Rafi y abogado, había tenido en su poder una pistola Star del calibre 22, y en una de las propiedades de la familia la Policía encontró 215 casquillos. Los análisis determinaron que uno de ellos era idéntico a los cuatro que se habían encontrado en los dormitorios de los Marqueses de Urquijo. Así, Rafael Escobedo se convirtió en el sospechoso principal de los asesinatos y las reacciones no se hicieron esperar.
El 8 de abril de 1981 Rafael finalmente quedó detenido acusado del doble crimen de sus exsuegros.
Fue conducido hacia los sótanos de la Dirección General de Seguridad, en Madrid, donde el inspector Cayetano Cordero consiguió sacarle una declaración manuscrita en la que se podía leer: «Yo soy culpable de la muerte de mis suegros, los Marqueses de Urquijo». Esta confesión llegó a suscitar cierta controversia a lo largo del proceso judicial, ya que el yerno de los Marqueses reveló que varios agentes le habían torturado psicológicamente. Asimismo, el acusado aseguró que durante aquellas horas de incertidumbre le presentaron a su padre esposado y le amenazaron con detener a su madre si no colaboraba.
A pesar de la oscuridad en la investigación del caso, el 7 de julio de 1983 Rafael Escobedo fue condenado a 53 años de prisión, y unos meses más tarde, el 13 de octubre de 1983, su íntimo amigo Javier Anastasio también fue detenido y acusado como coautor del doble asesinato.
¿Un final inesperado?
Lo había anunciado pero nadie imaginó que cumpliría. El 27 de julio de 1988 los responsables de la prisión de El Dueso, en Cantabria, se encontraron el cuerpo sin vida de Rafael colgado de una sábana en el interior de su celda. Todo parecía indicar que finalmente había cumplido, se había quitado la vida. Aquello podría haber decretado el fin de toda la historia. Pero por el contrario, aquel capítulo también se lleno de polémicas e incertidumbre.
Tras un primer reconocimiento se consolidó la hipótesis de la muerte por asfixia. Sin embargo, días después el Instituto Nacional de Toxicología de Madrid remitió un informe en el que confirmaba un dato inquietante: el hallazgo de catorce miligramos de cianuro en los pulmones. El veneno, por tanto, se había introducido por vía aérea.
A partir de ese instante, una nueva investigación aportó más datos. Según otro estudio, Rafael Escobedo ya estaba muerto cuando alguien lo colgó de la sábana. Este hecho motivó que muchas personas se plantearan la cuestión de si el yerno de los Marqueses de Urquijo murió asesinado o, en cambio, se trató de un suicidio consentido.
La culpabilidad de Rafael Escobedo en el crimen parecía ser un hecho demostrado. Sin embargo, la mayoría de los investigadores coinciden en que no fue la única persona que estuvo presente durante la noche del crimen.
Solo o en compañía de otros
Un nuevo personaje apareció en escena. Mauricio López Roberts, Marqués de Torrehermosa e íntimo amigo de Rafael Escobedo, publicó un polémico libro junto con el periodista Jimmy Giménez Arnau titulado “Las malas compañías”, en el cual se redactaron unas líneas que finalmente no fueron incluidas en la edición final.
Las declaraciones que el Marqués de Torrehermosa hizo en el juzgado de Plaza de Castilla el 7 de octubre de 1983 formaron parte del segundo sumario del caso Urquijo.
«Por razón de su amistad con Rafael Escobedo tuvo algunas confidencias del mismo sobre la muerte de sus suegros, manifestándole en alguna ocasión que ‘cuando les matamos’, sin que le dijera quiénes fueron, salvo que les comentó que había ido Javier Anastasio entre ellos, que Javier se había quemado en un brazo el día de autos; que a la suegra la habían matado por error y que al dispararle al cuello cuando tenía la cabeza girada, surtió un chorro de sangre; que en la comisión de los hechos utilizaron una pistola propiedad del padre de Rafael; que la pistola envuelta en trapos la tiró en el pantano de San Juan; el declarante deduce que el autor de los disparos no precisaba ser ningún experto en armas. Sobre las otras personas, sólo sabe lo que le dijo Rafael, que habían estado él y Javier, y que eran cuatro personas». Así firmó su propia sentencia.
Rafael Escobedo fue condenado y murió en la cárcel; Javier Anastasio fue procesado y se fugó de España, Mauricio López Roberts, fue condenado a diez años de prisión por un delito de encubrimiento donde falleció el pasado 2014.
Más de treinta años han pasado desde que se cometieron los asesinatos.
El crimen de los Urquijo se convirtió en el primer juicio paralelo de la España democrática. Excitó el olfato de los periodistas y la competencia de los medios de comunicación recién estrenada la libertad de expresión. El caso lo tuvo todo, incluso un final aún hoy inconcluso.