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Juan Manuel de Prada a través de sus libros

De Prada dentro
Juan Manuel de Prada en su casa Fotografía: Toni Muñiz

En una céntrica calle de Madrid vive y trabaja un literato en cuyas obras permanecen la cultura y espíritu de la cristiandad. Aunque Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970) detesta la adjetivación de católico tras el sustantivo porque considera que «es como devaluar a ese autor; es como decir que no es verdaderamente escritor».

Recibe al visitante de manera afable: sentado en un sofá, y rodeado por estantes llenos de libros, comienza a charlar sobre autores y obras. Muestra primero los tebeos de Tintín, que de niño le acompañaron y de los cuales se reconoce entusiasta. Luego señala la presencia en su biblioteca de la Enciclopedia Labor de cine y de las obras completas del escritor español Ramón Gómez de la Serna, conocido por su irreverencia.

El escritor llegó a Madrid en el año 2000, y en ese tiempo pretendía que su biblioteca siguiera un estricto orden alfabético. En Zamora, donde creció, ya había devorado libros desde niño en las bibliotecas públicas «tal como correspondía al hijo de una familia humilde».

Al preguntarle qué escritores son los que más le interesan, comienza a disertar sobre poetas, novelistas y pensadores que le son especialmente agradables.

De Prada señala al norteamericano James Ellroy como la  figura de novela negra que más le interesa, no por este subgénero narrativo, que no es de sus preferidos, sino más bien por el gancho que tiene este autor «perturbado, con un mundo interior depravado y culpable».  Hablando de «extraviados», Edgar Allan Poe, alcohólico incorregible, y Marcel Proust, buen conocedor del París mundano de finales del siglo XIX, fueron escritores que también le dejaron huella.

Durante la conversación, reflexiona acerca de la religiosidad de los escritores ingleses: «Todo anglicano sincero y consciente avanza hacia el catolicismo. El anglicanismo es una secta grotesca montada por intereses políticos». Para apoyar su tesis, cita el caso de autores británicos cuya fe siguió una evolución similar: C.S. Lewis, Ronald Knox o J.R. Tolkien. También menciona a G.K. Chesterton, creador del personaje del Padre Brown, un sacerdote que ejerce como eficaz detective gracias a su capacidad para penetrar en la naturaleza humana; o a Hilaire Belloc, a quien De Prada califica como «un escritor demoledor e impactante» que resumió su visión del mundo con una sentencia: «La fe es Europa y Europa es la fe».

Los autores ingleses no son sus únicas referencias. De Prada se confiesa admirador de la obra del escritor y periodista francés Charles Péguy. También menciona al novelista galo Léon Bloy, a quien describe como un «escritor desgarrado y torturado, un autor maldito».

En su biblioteca, los escritores españoles de todas las épocas también ocupan un lugar de importancia. Es el caso de San Juan de la Cruz, místico español del siglo XVI y autor de obras poéticas como Cántico espiritual, y también de autores del Siglo de Oro como Quevedo, Lope de Vega o Cervantes. Ya en el siglo XX, De Prada destaca la figura de Miguel de Unamuno, escritor de origen vasco cuyas inquietudes religiosas quedaron reflejadas en su obra San Manuel bueno, mártir. Fuera del ámbito estrictamente literario, De Prada menciona a otros españoles que dejaron huella en su pensamiento. Entre ellos cita a autores del siglo XIX, como el filósofo conservador Donoso Cortés o el historiador Menéndez Pelayo.

De Prada lamenta que hoy no exista una cultura católica, y considera que «vivimos en sociedades sin lazos con la historia y la tradición». Por ello critica la forma de vida actual, ya que afirma que «el Nuevo Orden Mundial ha hecho que un fulano de Tailandia y otro de Albacete coman las mismas hamburguesas, lean las mismas basuras en internet y se amorren a los mismos programas mierda». Sustenta su crítica con referencias a Nicolás Gómez Dávila, filósofo colombiano del siglo XX y autor  de aforismos «de inteligencia acerada e ironía corrosiva», al que admira por su «penetración intelectual feroz», una cualidad «que le permitió desmontar la modernidad».

Preocupado por la deriva de nuestras sociedades, De Prada menciona durante sus reflexiones su admiración por el pueblo ruso, formado por «un tipo de ser humano muy diferente del individualista y materialista occidental». Así lo demuestran los personajes del novelista Fiodor Dostoyevski, al que califica de «verdadero profeta» con «una increíble capacidad para penetrar en el interior del alma humana». Prueba de ello son muchas de sus obras, como Los Demonios, Los Hermanos Karamazov o Crimen y Castigo. De Prada opina que los escritores rusos son «visionarios», dado que forman parte de una nación «mística y con conciencia de trascendencia y misión histórica».

Según De Prada, la Europa ortodoxa representada por Rusia guarda similitudes con España, dado que en ambos casos se trata de «imperios en lucha con el Islam, el protestantismo y las revoluciones». Sin embargo, el escritor se muestra crítico con nuestro país. «La diferencia a favor de Rusia es que mantiene una tradición, un vínculo con la historia que le permite permanecer en pie frente al Nuevo Orden Mundial», apunta.

La crisis occidental

De Prada no oculta su pesimismo con la situación de Europa. Para él, «España y el mundo occidental ha renegado de su historia y tradición». Cuando explica el declive de nuestras sociedades, el escritor pone el acento sobre la pérdida de la fe, y dice ver «una Europa construida contra la cristiandad y contra las raíces grecolatinas».

Según De Prada, el mundo occidental llegó a su cima en el siglo XIII. La crisis que actualmente vive hunde sus raíces en el siglo XVI. Por ello cita al pensador español Elías de Tejada, que situó en esa época tres acontecimientos esenciales para comprender la historia europea posterior: la obra de Maquiavelo, que separó la moral de la política; la revuelta contra la Iglesia romana, encabezada por Lutero y causa del nacimiento del protestantismo; y la teoría política de Bodino, creador del concepto de Soberanía que antepuso el Estado a la unidad de la cristiandad en un imperio. Todas estas rupturas se cristalizaron en la Revolución francesa de 1789, momento a partir del cual De Prada considera que «toda la filosofía moderna» se convirtió en «anticristiana, antitomista y antiaristotélica».

«Los pueblos sin religión son absorbidos por los pueblos con religión», explica el escritor, que considera que una civilización que olvida sus orígenes y sus creencias está abocada a desaparecer. Para argumentarlo, cita a otros literatos que también reflexionaron sobre esta decadencia. Uno de ellos es Leonardo Castellani, escritor y sacerdote argentino autor de Los papeles de Benjamín Benavides. En esa obra, «a un viejo profesor le entra una gran amargura al darse cuenta de que la última vez que la cristiandad no perdió una batalla fue con Carlos V: cinco siglos de derrotas políticas, culturales y militares».

Entre la escritura y el cine

Para De Prada, el escritor tiene que tener una «visión trascendente sin ser rehén de la moda ni de los fiscales de la corrección política». En ese sentido, considera que su trabajo es un «sacerdocio maldito», del que la gente tiene una imagen profundamente equivocada, ya que «la literatura no es un medio para enriquecerse». «El triunfo literario no es un triunfo profesional», advierte, y recuerda el caso de un joven escritor que denunció su precariedad laboral en un artículo publicado en «El Semanal» de ABC. Por ello, De Prada cita al periodista español del siglo XIX, Mariano José de Larra, cuando afirma que «escribir es llorar».

De Prada aconseja al joven aspirante a literato que lea y viva, pero no «como muchos imbéciles piensan. No vivir buscando experiencias extremas. Vivir viendo venir la vida». Con esta idea, el escritor recuerda que Julio Verne, el autor francés de novela fantástica del siglo XIX, nunca salió de su biblioteca, pero gracias a su imaginación viajó a la luna, descendió al centro de la tierra, recorrió Rusia como correo del Zar y se sumergió en las profundidades del océano en un submarino. De Prada concluye que lo verdaderamente fundamental es «conocer las grandezas y miserias del alma humana».

En ese sentido, el escritor considera que en la historia del cine se pueden encontrar personas con esa profundidad en la mirada. Ejemplo de ello es John Ford, sobre quien De Prada habla con devoción. Así lo demuestra cuando cita al cineasta estadounidense Orson Welles, quien contestó, cuando le preguntaron por sus tres directores preferidos, con contundencia: «John Ford, John Ford y John Ford».

De Prada, quien dirigió el programa de cine «Lágrimas en la lluvia», tiene tres filmes de referencia: Ordet, del danés Carl Theodor Dreyer; Vértigo, de Alfred Hitchcock; y Fort Apache, de John Ford, a quien el escritor homenajeó en su último libro, Morir bajo tu cielo. En esa obra, De Prada narra la epopeya de «los últimos de Filipinas», como se conoce a los soldados españoles que aguantaron el asedio de los tagalos –los indígenas del lugar- durante un año en la iglesia de Baler, hasta 1899.

La incertidumbre del mundo que describe Juan Manuel De Prada, le hace evocar la frase de una de las protagonistas de Fort Apache: «ya no se les puede ver. Ya solo se ven las banderas»

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