Las jugadas del asesino de la baraja
Alfredo Galán Sotillo, Puertollano (Ciudad Real). Huérfano de madre con 8 años, suceso que destrozó su vida, convirtiéndose en un chaval retraído, nada que ver con el muchacho alegre de antes. No consiguió terminar la educación secundaria y decidió alistarse en el ejército. Llegó a ser Cabo Primero en el Regimiento de Paracaidistas (Bripac) en poco tiempo. Fue enviado a Bosnia en diversas misiones humanitarias, a su regreso, con claros signos de trastorno, acudió al médico por consejo de sus hermanos y le recetaron medicación antineurótica. Su familia contó que no paraba de ver películas violentas y que no quería hablar con nadie.
Fue a Galicia para ayudar en las labores de limpieza de chapapote tras el desastre del Prestige. Allí discutió con una mujer de forma violenta y acabó robando un coche. Días más tarde tuvo enfrentamientos con un superior militar, lo que terminó en una baja total a los pocos meses, ya que le diagnosticaron neurosis y ansiedad. Una vez fuera del mundo militar, le contrataron en el aeropuerto de Barajas como guardia de seguridad.
Durante las navidades del 2002 el asesino no paraba de beber y mezclar sus fuertes medicamentos. Ese fue el inicio de su matanza. En tan solo tres meses asesinó a seis personas.
Doce años hace de su primer crimen el próximo 24 de enero. Fue cerca de las 11.30 de la mañana cuando Alfredo Galán conducía su Renault Megane, dando vueltas por el barrio de Chamberí. Su mirada quedó fija en una empleada de correos. La siguió de portal en portal hasta que decidió entrar en uno de ellos. Allí encontró a un señor, el portero, Juan Francisco Ledesma, de 50 años y a su hijo de 2. Le dijo a Juan Francisco que se arrodillase y le disparó a bocajarro en la cabeza mientras su hijo lo presenciaba. La única prueba que se recogió fue un casquillo de bala de una pistola Tokarev del calibre 7,62.
El cinco de febrero, el asesino, alrededor de las 5 de la mañana volvió a disparar su pistola. Esta vez fue en una parada de autobús cercana al aeropuerto de Barajas. Murió un joven limpiador del aeropuerto, Juan Carlos Martín, 28 años de edad. También de un tiro en la cabeza. En esta ocasión la policía encontró un as de copas al lado del cadáver.
Alfredo Galán no esperó para cometer el siguiente asesinato. Apenas horas. Ese mismo día por la tarde entró en un bar de Alcalá de Henares, volvió a fijar su mirada en el camarero, Mikel Jiménez Sanchez, de 18 años. Le asestó un tiro en la cabeza y murió en el acto. Juana Dolores Ucles López, de 57 años, una clienta, fue la siguiente, asesinada también de un disparo y falleciendo de inmediato. No quiso marcharse del bar sin volver a matar. Se encaminó hacia la madre de Mikel, Teresa Sanchez García, dueña del bar. Tirada en el suelo recibió tres disparos que le dejaron inconsciente. Por eso sigue viva, porque el asesino pensó que estaba muerta.
Un mes después, el siete de marzo, Galán decidió ir a Tres Cantos. Sentía la necesidad de matar. Buscaba nuevas víctimas. Era de madrugada, entre las 2 y las 3 de la mañana. Una pareja de ecuatorianos que paseaba fue su nuevo blanco. El joven, Santiago Eduardo Salas, de 27 años, recibió una bala que le entró por la mejilla y salió por la boca. Un tiro fallido. A la joven, Anahid Castillo Ruperti, de 29 años, también le esperaba un disparo pero el arma se encasquilló. Anahid comenzó a chillar, a pedir auxilio. El asesino de la baraja no huyó sin antes dejar un as de copas al lado del cuerpo de Santiago, tendido en el suelo. Galán creyó que estaba muerto, pero nada más lejos de la realidad.
Su último crimen fue once días después, el dieciocho de marzo. El escenario que escogió esta vez fue un descampado de Arganda del Rey, Madrid. De nuevo, una pareja. Dos jóvenes rumanos. De la misma manera que en los anteriores crímenes, primero disparó al varón, Gheoghie Magda, que falleció en el acto. Inmediatamente después hizo lo mismo con su mujer, Doina, que murió a las pocas horas. Allí dejó el tres y el cuatro de copas.
El tres de julio de 2003, el asesino se entregó a la policía. Confesó todos sus crímenes. Declaró no soportar más la ineficacia de los agentes que se quebraban la cabeza buscando el sentido a unas cartas tiradas al azar. Que se preguntaban cuándo volvería a matar. Alfredo Galán Sotillo explicó que la primera carta se le cayó por casualidad, que se enteró por los medios de comunicación, y por eso continuó haciéndolo. Explicó que dejó de matar porque hacía calor para llevar guantes y no dejar huellas. Por los seis asesinatos y los tres heridos fue condenado a 142 años de cárcel.