Alcalá de Henares, un crisol comercial
Alcalá de Henares, elecciones locales de 2011. España 2000, partido calificado de extremaderecha por algunos medios de comunicación, obtiene un concejal en el Ayuntamiento de la ciudad. En su programa, las medidas para controlar la inmigración son uno de los puntos fuertes. La noticia salta en los periódicos porque en la villa complutense viven muchos extranjeros. Así lo revela el padrón municipal de 2014, donde se detalla que la población total es de 207.000 personas, de las cuales 44.459 nacieron en 120 países diferentes.
Un paseo por Alcalá revela esta diversidad. En la calle Nuevo Baztán, a las afueras, el bullicio del bar de la esquina contrasta con la calma que se impone al oscurecer. Las luces parpadean a través de los escaparates de comercios aún abiertos. Los dos bazares chinos no cerrarán hasta las once o las doce de la noche. La antigua tienda de frutos secos, llevada por un español desde hace más de veinte años, lo hará más temprano, sobre las diez. A esa misma hora también echará la verja el comercio de alimentación rumana, inaugurada el pasado verano para atender a los inmigrantes de ese origen que viven por la zona. España 2000 aprovecha la indignación de los pequeños comerciantes que se sienten abandonados ante la multiplicación de tiendas asiáticas.
«Al mal gusto, la cutrez, la escasa calidad y la anarquía en letreros y mensajes en numerosos escaparates hay que ponerle fin, o al menos coto», detalla España 2000 en una moción presentada en el Ayuntamiento en enero de este año. El partido conoce las tensiones que surgen entre los comercios tradicionales, pertenecientes a españoles, y las nuevas tiendas propiedad de extranjeros.
Pedro es dueño de la tienda Oliva, unos frutos secos situados en la calle Torrelaguna. Su negocio tiene más de veintiocho años de historia. Tras su mostrador, lamenta la «competencia desleal» de los comercios asiáticos, cuyos horarios y precios le arrebatan la clientela. Para él, todo empezó hace unos ocho años, cuando este tipo de tiendas comenzaron a multiplicarse. «Me especialicé en la venta de ciertos productos que ellos no tienen para sobrevivir», cuenta. Rodeado por juguetes y bolsas de chucherías, conoce a otros comerciantes que tuvieron que dejar sus negocios. No oculta su impotencia. «La gente se lamenta cuando cierras, pero tampoco vienen a comprar», añade Pedro, consciente de que «el público se adapta a los horarios de las tiendas chinas porque abren hasta tarde». Su esposa, que trabaja con él, explica que «los chinos ocupan todos los locales disponibles en las calles». A pocos metros de distancia, los dependientes de dos de estos negocios asiáticos se niegan a contar su historia o hacer declaraciones.
El concejal de España 2000, Rafael Ripoll, considera que «la situación del comercio en Alcalá es lamentable» y afirma que esta crisis «no está causada por la inmigración», sino «por el nuevo comercio tipo bazar chino». Junto a su campaña a favor de los negocios tradicionales, el partido también rechaza la construcción de una mezquita en la ciudad e insiste en que los extranjeros son causa de «graves problemas sociales y de seguridad». Ripoll señala que las tiendas gestionadas por ciudadanos de la Europa oriental no provocan tensiones. Sin embargo, la página web de España 2000 suele recopilar con cierta insistencia noticias sobre delitos cometidos por extranjeros, entre los que se encuentran los rumanos.
La integración del Este
Víctor, uno de los 1.327 ucranianos que viven en la ciudad complutense, no quiere hablar de política. Con la sonrisa al borde de la boca, recuerda sus orígenes con las banderas de su país, de color azul y amarillo, repartidas por su tienda. Su comercio está situado en una céntrica calle de Alcalá de Henares. Allí abrió hace años para satisfacer las nostalgias de la comunidad inmigrante llegada del este de Europa. «Vendo productos ucranianos, pero también rusos y polacos», explica el dependiente, mientras señala las carnes, cervezas, discos de música e incluso revistas originarias de esos países que ofrece al público. Víctor reconoce el daño provocado por la crisis económica, que ha sentido por el descenso de clientela.
Tras el mostrador, las matrioskas, o muñecas rusas, actúan como guardaespaldas improvisadas, y el alfabeto cirílico se encarga de detallar el nombre y cualidades de la mayoría de los productos. «Lo que más me piden es el alforfón», comenta Víctor, mientras coge un paquete lleno de este grano oscuro. «Quizá sea el equivalente a vuestras lentejas», bromea. Preguntado sobre su país, se dirige a un gran mapa de Ucrania que cuelga de una de las paredes de la tienda. Con la mano y las palabras, explica la pluralidad étnica, religiosa e incluso lingüística de su tierra. «No he tenido problemas con los clientes rusos», confiesa, aunque reconoce que «al final cada uno tiene su verdad» en los debates sobre la guerra que sacude Ucrania, donde los separatistas apoyados por Putin se enfrentan al Gobierno de Kiev.
«La verdad es que no tenía planeado venir a España», admite el dependiente, quien primero vivió en Polonia y Alemania. Profesor en Ucrania, recuerda la caída de la Unión Soviética como un cóctel de inseguridad y desempleo, aunque no siente nostalgia por el régimen desaparecido. Muchos rumanos experimentan la misma sensación cuando rememoran el final de la dictadura comunista de su país tras el fusilamiento del dictador Ceaucescu, en 1989.
Un país en miniatura
La comunidad rumana de Alcalá de Henares consta de 22.206 miembros, lo que la sitúa como la más numerosa del municipio. Durante los últimos años, su situación se ha afianzado: periódicos propios, una radio particular e incluso templos como el ubicado en el céntrico Paseo de la Estación complutense, donde las misas se celebran según el rito ortodoxo predominante en su país. Las tiendas que ofrecen productos llegados desde Rumanía crecen cada año, como demuestran los negocios del céntrico barrio Juan de Austria. En ocasiones, estos comercios compiten con los asiáticos, que también proveen a los inmigrantes de las comidas tradicionales de sus tierras de origen.
«Primero trabajé en otras cosas, pero ahorré dinero y decidí abrir este negocio», comenta la dueña de una tienda de alimentación rumana situada a las afueras de Alcalá. Con un horno de pan a sus espaldas, explica que llegó a España hace diez años y que siente que la economía, poco a poco, mejora en nuestro país. Algo similar a lo que cuenta el propietario de otro comercio con estas características, esta vez situado junto a la estación de trenes del centro de la ciudad complutense. «Yo soy del Real Madrid», afirma sonriente, con las carátulas de discos de cantantes rumanos de fondo.
Se calcula que unos dos millones de extranjeros se marcharon de España entre 2008 y 2013, cuando la crisis económica estalló. A pesar de esta tendencia, el número de inmigrantes procedentes de Rumanía y China se incrementó en Alcalá de Henares en 2014. La pluralidad, como demuestran los comercios, es una realidad consolidada en la ciudad complutense.
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