Una vida dedicada al arte en la galería Álvaro Alcázar
Un espacio diáfano, blanco. Luego la entrada a un despacho lleno de luz. Tras la ventana, en un patio interior, un árbol combate el otoño y conserva algunas hojas. Dentro, Álvaro Alcázar (Madrid, 1967) guarda los recuerdos de su infancia con el mismo afecto. De niño, creció entre arte. Ahora vive con él. Director de la céntrica galería madrileña que lleva su nombre, cuando conversa marca el ritmo de las palabras con el vaivén de sus manos. Las esculturas y los cuadros, a su alrededor, atestiguan las preparaciones previas a su estand en ARCO 2015.
Hijo de la importante galerista Carmen Gamarra, sonríe cuando rememora los recados que hacía para ella de niño, en bicicleta. «De pequeño me encontraron piojos a los pies de un Goya», admite divertido. De adulto, sus primeros trabajos fueron en la bolsa, la banca y los seguros, pero una llamada de su madre le hizo volver al negocio familiar. Hoy se siente heredero de ese legado y también de su relación con algunos artistas.
Junto a su escritorio, el personaje de un cuadro da la espalda al espectador. Hecho con papel de lija, está firmado por Eduardo Arroyo y fechado en 1976. «Mi madre se fue a buscarle a París, donde vivía exiliado. De allí se trajo la exposición debajo del brazo», explica Alcázar, que aún recuerda la escena. Durante esos años todo cambió. Con Franco muerto, las calles empezaron a moverse y fenómenos como la Movida florecieron. Aparecieron nuevas galerías, al fin sin censura. En 1982, Felipe González venció en las elecciones y terminó la transición, al quedar garantizada la alternancia política pacífica. Con la democracia ganada, ARCO abrió sus puertas ese mismo año por primera vez.
Una capital contemporánea
Durante esa época, Madrid fue una ciudad sumergida en la efervescencia cultural que sucedió al final de la dictadura. Para Alcázar, las primeras ediciones de la feria de arte contemporáneo tuvieron un importante impacto sobre la sociedad española. «Como cuando tienes una casa con todas las ventanas cerradas, las abres y te sorprendes», explica. De ese ambiente ilusionante y la emoción de los primeros años, los ARCO actuales se caracterizan por la mayor profesionalización y un formato pensado para los coleccionistas. Un proceso de madurez por el que también ha pasado la población de nuestro país. «Ya nadie dice “¡eso puede hacerlo mi hijo!“», admite con una sonrisa.
Para organizar ARCO, Alcázar busca que todas las obras expuestas dialoguen entre sí. Según confiesa el galerista, su objetivo es unir a unos artistas con otros, crear un conjunto y generar una exposición colectiva. «No quiero que haya piezas que pesen más que otras», afirma. Preguntado sobre su estand para la feria de 2015, responde con entusiasmo. Buena parte de los preparativos ya están cerrados y la presencia de las esculturas de Nigel Hall, confirmada. «Está cobrando mucha importancia en Inglaterra y sus piezas son delicadas, elegantes y racionales», explica.
Alcázar se confiesa un apasionado de la escultura. Aunque su gusto por esta disciplina artística le llegó con la edad, ahora celebra su descubrimiento y afirma que cada vez hay más gente interesada en ella. «Su posición ha cambiado, ahora está más valorada y el número de exposiciones y coleccionistas aumenta», comenta optimista. Crítico, considera que en lugares como Barcelona, París o Berlín la escultura pública está mucho más cuidada, frente a la situación que existe en Madrid. En la capital francesa, «se reúne un comité especial para seleccionar las piezas que se pondrán en la calle», recuerda.
La lucha por la cultura
Los años de crisis también afectaron al mundo del arte. Siempre con un tono marcado por el desenfado, Álvaro Alcázar admite que la situación fue dura. Durante meses, las exposiciones de la galería se descolgaron sin registrar apenas ventas, a pesar de la afluencia del público. «Las ferias extranjeras y los clientes de fuera han ayudado a superar este mal momento», reconoce. Ahora se muestra optimista. «Ya empieza a venir más gente y hay más encargos», prosigue. Incluidos los realizados por compradores de la clase media, tan afectada por la recesión económica. Para el galerista, la sociedad busca en la cultura una respuesta a la situación que padece el país. Los artistas, sensibles al difícil contexto de estos años, también han elaborado «más mensaje de protesta, de crítica social y política». «Visitar los museos y ver las galerías ayuda anímicamente y es bueno para el bienestar personal», reflexiona, consciente del reclamo y del papel que la cultura desempeña para los ciudadanos.
Al tanto de esta realidad, critica la debilidad de las medidas políticas encaminadas a la conservación y la promoción del arte en España. Alcázar considera el mundo anglosajón como un modelo a seguir. Opina que la aprobación de una ley de mecenazgo tendría una repercusión positiva y fantasea con el panorama cultural de Nueva York, «donde puedes encontrarte obras de grandes artistas en los edificios» y con proyectos como el Millenium Park de Chicago, con esculturas al aire libre. «El arte crea riqueza para las ciudades porque genera un turismo de alta calidad que consume en taxis, cines y tiendas», explica a la vez que mantiene una postura realista y admite que la crisis económica, todavía presente, no permite desarrollar muchos proyectos.
Un espacio diáfano
Su galería en la calle Castelló de Madrid es un lugar acogedor. Situada en el corazón de la ciudad, la sala de exposiciones es de un blanco impoluto y envuelve al visitante gracias a su superficie, abarcable con la mirada. No es una sensación casual. «Creé un espacio neutro porque lo que más debe destacar son las obras», razona Alcázar. Un lugar donde permitir una inmersión agradable en las piezas, un efecto que logre «que te olvides un poco de todo».
En la actualidad, la exposición individual de Yigal Ozeri ocupa las paredes del espacio. El galerista explica los cuadros, ejemplos del fotorrealismo, de forma pausada. «A lo lejos, la impresión es que estás viendo fotografías; si te acercas, descubres los trazos de pintura», comenta. La emoción por su oficio le lleva a detallar los pinceles empleados por el artista, muchos de los cuales «solo son de un pelo» para así recoger hasta el más mínimo detalle. «La fuerza de las escenas está en las miradas, en las sensaciones, en los instantes captados», concluye.
De vuelta a su despacho, los libros se acumulan en dos estanterías. Un retrato de su hermano corona el mueble. Al otro lado de la ventana, los edificios se suceden de forma escalonada. El árbol tiembla. «La verdad es que es un lugar bonito. Recuerda un poco a París», reflexiona Alcázar, en voz alta. Los papeles, repartidos sobre el escritorio, presagian ARCO 2015.