Lavapiés

Una tienda para almacenar los recuerdos en el corazón de Lavapiés

Rafael Larena habla de su negocio con pasión. La mañana de un sábado, recuerda, escuchó a alguien cantar zarzuela a voces. Cuando se asomó a la calle, vio a un hombre pertrechado con el traje teatral y un libreto entre las manos. Para él todo es posible en Lavapiés, un barrio de contrastes donde se dan cita los personajes más variopintos y las culturas más dispares. Algo que aprecia todos los días desde que hace un año abrió su comercio en la calle Mesón de Paredes. Su tienda alquila trasteros y se llama «Urban Store». Este negocio aporta un nuevo matiz a la pluralidad de esta zona de Madrid, cuyos vecinos depositan sus recuerdos y posesiones más preciadas en manos de Rafael.

«Abrimos la tienda aquí porque es un barrio consolidado y con una alta densidad de población», explica Rafael. Su comercio se compone de trasteros de diferente tamaño. Los usuarios tienen la posiblidad de alquilarlos por precios variables. Los más caros son los que se sitúan junto al suelo. Los dispuestos en un segundo piso, solo accesibles mediante escaleras, tienen un coste más económico. Y cada uno de ellos posee un toque personal, dado que los clientes eligen el tipo de candado que quieren utilizar.

Aunque distintos en tamaño y forma, todos los trasteros tienen en común que se adaptan a las necesidades del usuario. Incluso a las más insólitas. «Un hombre nos dijo que si podía arrendar uno para quedarse a dormir», explica. Su compañero Javier asiente con la cabeza, reflexivo: «Hay tantas anécdotas que he pensado en escribir un libro».

La fachada de la tienda «Urban Store», situada en Lavapiés. Foto: R. L.
La fachada de la tienda «Urban Store», situada en Lavapiés. Foto: R. L.

Almacenes multiculturales

Para Rafael, la filosofía de su negocio está clara: «La gente paga por guardar lo que es importante para ella». Tanto que en ocasiones se ha enfrentado a situaciones complicadas. Como cuando unos clientes llegaron a su tienda con demasiadas cajas. O cuando alguno de ellos empleó los servicios del local como si fueran «los aseos de un hotel». Sin embargo, siempre reivindica la vida del barrio, efervescente y variopinta, y la cercanía que le une a las personas que frecuentan la calle y su comercio.

Colecciones de vinilos, libros o muebles enviados con las prisas propias de un desahucio, uno de los males que más sufrió Lavapiés durante los años de crisis económica. Objetos de toda clase que se acumulan en los trasteros dispuestos en la tienda, protegidos con modernas medidas de seguridad. «También hay comerciantes del Rastro, que está cerca, que depositan aquí sus cosas», comenta el propietario. Consciente de la pluralidad del barrio, detalla que muchos clientes proceden de Marruecos y otros países africanos. «Algunos luego sacan los objetos y los llevan de vuelta a su lugar de origen», cuenta. Aunque también admite que los hindúes y los chinos no suelen contratar sus servicios. «Posiblemente tienen sus propios almacenes», baraja.

Frente a su tienda, los alumnos del colegio católico San Alfonso charlan ante la puerta. Los colores de su piel o el corte de sus párpados delatan un origen plural. «Aquí hay gente de todas partes», concluye Rafael, mientras los chicos prosiguen su conversación.

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