El último transbordo de Madrilánea
Una marea de decenas de estudiantes entran en la línea 6 de metro de Ciudad Universitaria tras haber terminado sus clases en la facultad. Pertrechado con mi mochila, un bolígrafo de la Comisión Europea y mi cuaderno de amarillo chillón del Congreso de Periodismo de Huesca, que dentro de poco serán ecos del pasado, me uno a ellos. Miro la hora.
19:35
Mochilas, apuntes en mano y conversaciones sobre cuándo estudiar para el siguiente examen se suceden en el abarrotado vagón. Además de viajar, el metro sirve como forma de obtener dinero ya sea interpretando una canción o mendigando. Estas dos últimas actividades, confluyeron el martes 28 de abril sobre las 19:35 de la tarde. A escasos metros, ambas realidades parecen tocarse. Por un lado, un músico ambulante vestido con un traje azabache y una chistera morada. Junto a él está un hombre de frágil corpulencia que pedía dinero por medio de un cartel salpicado de faltas ortográficas.
El parecido de los ocupantes del vagón se rompe con la llegada a la parada de Moncloa. Los estudiantes evacuan la zona y dejan espacio a diferentes generaciones, tanto hijos del franquismo como de la democracia. Las formas de poner fin al tedio del viaje son varias. Desde optar por el aislamiento sonoro vía auriculares o la clásica inmersión en la lectura, ya sea desde un periódico gratuito a una tableta.
19:47
Con la entrada en la línea R (Ópera-Príncipe Pío) de metro, la afluencia de viandantes se ve drásticamente reducida, atrás queda el sempiterno problema de encontrar asiento en la línea 6. En el nuevo vagón, los ojos rasgados adquieren protagonismo. La barrera del idioma impide el arte mundano de distraerse con conversaciones ajenas.
Hacer un trasbordo puede ser una actividad de alto riesgo para el novato «metroviajero». Existen dos importantes lecciones que necesitas aprender: siempre deja salir antes de entrar y nunca, –repito, nunca– ocupes el carril izquierdo de las escaleras mecánicas. Lugar reservado para los «culoinquietos» y aquellos que rezongaron al escuchar su despertador.
Además del viajero promedio existen los velocistas, siempre prestos a esprintar cuando las compuertas del vagón estén a punto de claudicar. Un consejo: no te metas en su camino, tienden a gruñir cuando los estorbas.
El final de viaje se acerca con la llegada a la parada de Sol, perdón, Vodafone Sol. La llegada a un asiduo destino turístico es obvia. El español se ve aplastado por lenguas extranjeras.
Puestos improvisados de venta de joyas personalizadas y un tablao flamenco distraen mi mirada. La plaza de Sol es peculiar pues ¿quién consigue reunir en un mismo lugar a Mickey Mouse, el cazador alienígena Predator y el muñeco asesino Chucky?
Ocho minutos son necesarios para alcanzar la meta, el kilómetro cero de la Comunidad de Madrid. Una madre junto a su bebé quieren salir en la foto. Parece que el lugar tiene éxito para los turistas. Miro la hora.
19:58
Las horas y los minutos son muy importantes en esta crónica, pues cuando leas estas líneas mi tiempo en Madrilánea habrá acabado. Se cierra un ciclo. La nostalgia me invade mientras recuerdo las reuniones de contenidos, las cenas con pizza y los cierres. Es el momento de abrazar el mundo real y ejercer como periodista en la redacción de ABC. Pero nunca olvidaré mi experiencia en este medio.
¡Hasta siempre lectores!