En el metro nadie mira
19.32
Reto número 1: salir de casa sin auriculares
El camino hacia la plaza de la Prosperidad se me hace extraño. No sé si serán los espectros con que me cruzo: algunos disfrazados de invierno, otros, en manga corta y sandalias. Un perro que se desliza sobre la acera sin correa camina dando saltitos. Como cuando salen al asfalto en agosto y les pica. En la plaza no huele a aceite hervido de los churros; han cedido el puesto a las salchichas con las que comparten hogar. En un banco se celebra una reunión donde no hay invitado ningún menor de setenta: algunos llevan silla propia.
A Libertad le han quitado el sitio las casetas de madera que crecen como setas en algunas épocas del año. Ya la echaron también en Navidad. Ahora extiende los calcetines que malvende en la otra barandilla. Aunque ya no hace frío, todavía viste la gorra de leopardo que tenía cuando la conocí, hace ya algo más de medio año. ¿Qué sería de la plaza sin Libertad? Siempre recibiendo a quien sale del metro. Siempre despidiendo a quien entra en él.
El grito de una señora interrumpe el olor a garrapiñadas. Se ha desplomado mientras subía las escaleras.
– Lo siento, lo siento, perdonadme. No sé qué me ha pasado.
Ya se ha quedado sin cobertura el móvil. Algo sigue siendo extraño, no es eso. Por las escaleras suben, enfiladas en un orden perfecto, espectros que miran al suelo. Con suerte llevan a alguien al lado y le dirigen su mirada. Qué bien poder viajar mirando a la gente a la cara; casi nadie te ve. Dos minutos para el próximo metro.
19.45
Reto número 2: no mirar el móvil
En mi vagón, de ocho personas que ocupan los asientos, cuatro leen en papel. Qué pena para cotillas como yo que los e-readers no muestren la portada. Solo puedo apuntar Fundación e imperio. Demasiado silencio. ¿Será siempre así?
– O viajo demasiado poco en metro (verdad).
– O nunca presto atención (puede).
– O siempre llevo auriculares (es eso).
Nunca pensé que el metro era un lugar silencioso hasta hoy, que tengo que ir de vagón en vagón buscando historias, infiltrándome en conversaciones ajenas. Acorralada por la mirada que merece quien apunta en una libreta de flores después de mirar para todos lados. Pero el siguiente tampoco me vale: demasiadas pantallas. Todos los ojos parecen buscar la suya. Hoy mis ojos se van a los de mis improvisados compañeros de vagón. Lo más interesante: la búsqueda en Google de Juan José Gómez Cadenas de quien se sienta a mi lado. (*Apunte: su fondo de pantalla es una foto suya.) Muchos huyen en Avenida de América, y el metro parece mío. Sigo caminando hacia la cabecera.
– Ven a sentarte aquí, dice un joven afroamericano a una señora mayor.
– No, si ya me bajo en la próxima.
Por suerte sube alguien con guitarra y armónica.
– Dame una moneda en el sombrero, quien quiera echar. Cualquier viajera, cualquier viajero. Antes de que este tren les deje en su parada.
En Goya nos quedamos aún menos. Las corbatas se han bajado casi todas ya. Otra ha subido con un libro bajo el brazo: 59 segundos de Richard Wiseman.
– Oye, ¿ves la serie esa de Vis a Vis? ¿Viste al padre? ¡Joder! ¿Mamá? Pues el padre me recuerda a papá, le echa la bronca y luego le da dinero por debajo de la mesa y luego va a por el que tiene la culpa de que esté en la cárcel. Espera. ¿Me oyes ahora o no? Vale, venga, hasta luego.
Todo en ella resalta. Su melena pelirroja cae sobre un impermeable fosforito. Reloj fucsia, mayas negras y mochila de cuerdas a juego con el reloj. Las zapatillas son todo lo anterior junto. Pena que me tenga que bajar justo cuando marca otro número en su móvil. Para alguien que habla en el metro…
20.06
Reto número 3: apuntar mentalmente
El bolígrafo se ha declarado en huelga. Justo cuando tenía que describir que hoy es un día especial. Porque hoy Bilbao no huele especialmente mal. Las vallas verdes se han convertido en parte del paisaje de unas obras que parece que nunca van a terminarse. Alguien pasa a mi lado con gafas de sol. Cinco minutos para mi metro. Y otro alguien, al fondo, se queja. Aquí hay más gente. Alguien lee una especie de guía turística pero en su portada pone algo de Guerra Civil.
– Cinco menos cinco, cero, dice la una niña que se sentó a mi lado.
La última imagen del metro es un descubrimiento. Nunca había visto en su pared a Juan Carlos Onetti. Y esto sí es algo en lo que suelo fijarme. O lo hacía cuando viajaba en metro, claro. El astillero me despide de un viaje, quizá, extraño. He superado el mono de los auriculares. También el de mirar el móvil. Pero me hacía falta un bolígrafo.
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«Esto ya se acabó o se está acabando; lo único que puede hacerse es elegir que se acabe de una manera o de otra». Juan Carlos Onetti, El astillero
A nice series. Interesting to see you come out of your comroft zone. I’ve been trying a lot of portraits recently for the same reason. That first photo, on the bus; I am sure I’ve seen something similar from you before.