Gabriela Wiener: «La crónica es un bicho de esos que mezcla y engulle todo»
Puede que para quien conozca –de pasada– a Gabriela Wiener (Lima, 1975) le resulte extraño que la primera palabra con las que se presente sea «tímida». ¿Por qué alguien tímido contaría en sus escritos sus aventuras sexuales? ¿Por qué hablaría de su familia? ¿De lo que ocurre dentro de casa? ¿De sus obsesiones? «Por pretender contar al otro terminé contándome a mí también», dice Wiener, consciente de que su propia exposición la ha llevado a ser acusada de exhibicionista y narcisista (entre otras cosas).
Gabriela es tímida, y quizá por eso mira a la pantalla de su Mac mientras habla de periodismo, de crónica, de literatura o de aquel lugar en el que se funden estos tres términos: su trabajo. Cualquier papel que tiene a mano le sirve de improvisado abanico, para rebajar el calor que le produce hablar en público. Levanta su mirada atenta cuando le preguntan y se ríe cuando, en ocasiones, sus comentarios provocan en quien la escucha incredulidad. Porque nadie que haya visitado antes el Máster ABC-UCM se ha «desnudado» tanto como ella. Pero no le resulta difícil: lo hace con cada libro, con cada crónica en la que se implica, en la que se mete de lleno, «a lo gonzo». Para su lector no hay secretos. Hoy, para sus interlocutores tampoco.
«Cada uno decide el periodista que quiere ser», y la peruana elige el que «no puede ser otra cosa más que persona cuando va a hacer algo, el que actúa, se mueve, se afecta por la situación, se deja conmover…», frente a aquel periodista invisible, el que «está en la esquina mirándolo todo y contándolo desde ese lugar, quieto». Acaba de lanzar en España Llamada perdida, donde escribe sobre sí misma, sobre su familia y sus conocidos. Sexografías es, según la escritora, «su libro más periodístico al mismo tiempo que más bochornoso y más extremo o alocado», también su primero. En Nueve lunas plasmó su embarazo, y lo define como la publicación de «una periodista reporteando desde su útero». Ha hecho cosas y se ha adentrado en sitios que a algunos le parecían «arriesgadísimos», pero, para Wiener «tampoco ha sido para tanto». Como el reportaje que preparó para Etiqueta Negra –la publicación en la que comenzó a trabajar– en una cárcel limeña, cuando se hizo pasar por la novia de un preso y terminaron reteniéndola casi un día entero. Quería contar la historia de los presos a través de sus tatuajes y terminó colándose en la prisión, huyendo de las jerarquías carcelarias y la historia que trataban de colarle.
«Puedes hacer un artículo sobre la droga y te saldrá “el típico artículo sobre la droga” de aquel que no se droga. Yo decido hacerlo vivencial, y desde luego no es una obligación implicarse hasta tal punto», dice. Pero, ¿qué es el periodismo para Gabriela Wiener? «Es una pasión. Las ganas de saber, la curiosidad de ver lo real de verdad y no lo que realmente te quieren enseñar los que te pagan». Gabriela decidió alejarse de los grandes medios, y anima a quien la escucha a «ser su propio medio». Ahora ha encontrado el método de vivir de lo que quiere, pero «para saber cómo es esa sensación de oxígeno hay que saber cómo es asfixiarse». Ahogarse en un gran medio y conocerlo desde dentro.
Cronista, escritora
Sin embargo, no puede evitar sentirse fuera de lugar cuando, en un encuentro con periodistas para hablar de la profesión, comparte mesa redonda con otros que se jugaron la vida por informar. También cuando «los escritores de ficción» la observan por encima del hombro («aunque estos, lo único que hacen es cambiar el nombre de sus conocidos y crear, desde ahí, su novela de ficción»). O los propios periodistas («que te miran un poco como: “¿pero esta qué se cree?”»). Pero para la escritora peruana la crónica es un cajón de sastre, «un bicho de esos que mezcla y engulle todo», un género tan flexible que es en el que más cómoda se siente, aunque todo esto la sitúe en un inevitable «limbo».
Y recuerda las palabras que intercambió con la periodista de The New Yorker, Alma Guillermoprieto, dedicada a temas como el narcotráfico en México para la publicación estadounidense. La periodista le dijo que la única obligación del reportero es escribir lo mejor que pueda, y que no se sintiera frívola hablando de sus temas, «pues todo es realidad: la moda, el sexo es realidad». Wiener encontró en las palabras de su admirada periodista el apoyo necesario para seguir haciendo lo que hacía hasta aquel entonces. Al salir de Perú empezó a hablar de temas que eran tabú en la sociedad de su país, abordando asuntos que todavía no tenían cabida en las publicaciones de allí. «Nunca sacrifiqué mi cuestión personal, mi ambición como escritora o como periodista por entregarme a un medio y a los fines de otra gente», recuerda, aunque dice que siempre le ha importado más la vida que la literatura. «Por eso a veces hay elipsis en mis historias, porque no he querido herir a alguna gente en algunos momentos… o no del todo».
Wiener prefiere no hablar de «periodismo narrativo», pues el propio término «le saca ronchas»: «Todo periodismo es narrativo» y resulta redundante la expresión. Y defiende a aquellos que se dedican a la no ficción, donde tiene que haber mucha imaginación «para leer lo simbólico de la realidad, para ver más allá, para entender lo humano y atraerlo al texto, para aceptar, finalmente, que todo es subjetivo».
En una sociedad actual como la española «donde todo es política», Wiener reclama la crónica o el documental –los géneros de la realidad– como mejor forma para hablar de ello. «Tontos los que no apuesten por ellos».
La tímida Gabriela termina hablando sin tapujos sobre sexo, género, identidad sexual, sobre su primer aborto, sobre sus experiencias con la ayahuasca, sobre Nacho Vidal. Se ha olvidado del papel que le servía antes de abanico y su voz ya no tiembla. Al terminar ya está cómoda. Al igual que en sus libros. Al igual que en su periodismo. Al igual que en su literatura.