Mariano Toledo, historia viva del Hotel Ritz de Madrid
Un nombre que levanta los párpados y empuja la sonrisa de aquellos que le conocen. Con el rostro risueño, la musculatura tensa de los conserjes de un hotel de lujo desaparece. Sus trajes sacados de principios del siglo pasado, con botones dorados y gorra de visera, dejan de ser un uniforme para convertirse en un disfraz.
— Disculpe, ¿ha llegado ya Mariano Toledo?
— ¡Claro! Pasa por aquí.
Allí está. El antiguo primer maitre, máximo puesto de responsabilidad en el hotel, viste americana azul y corbata a rayas. Habla con desenfado y sus gestos sugieren un carácter cercano. Con la soltura de quien camina por su casa, saluda a antiguos colegas, que no pierden la ocasión para manifestar su aprecio.
— El mejor jefe que se puede tener, ¿eh?
El salón principal del Hotel Ritz recuerda al escenario de una película ambientada en el París decimonónico. Los estucos abrigan las paredes y las lámparas, repartidas a lo largo de la estancia, despliegan una luz tenue. Mariano explica que en el pasado el techo estuvo cubierto por cristales de colores. El sol se filtraba a través de ellos y reproducía el efecto fantástico de una vidriera gótica. Sin embargo, su infancia transcurrió en un paisaje muy distinto al de la capital francesa. Originario de Gerindote, un pueblo manchego, nació en 1953. A principios de los años 70 llegó a Madrid. Gracias a Emiliano, un conocido de su tierra natal y por entonces cocinero del hotel, hizo la entrevista para trabajar en la institución. Hoy admite que debe su vida a esa decisión.
El Hotel Ritz es parte de la historia de Madrid y Mariano miembro destacado de su memoria. La capital vivió su construcción, motivada por Alfonso XIII, como un gran acontecimiento. Al monarca le preocupaba la ausencia de un recinto de lujo en la ciudad española, necesitada de un lugar digno de alojar a la nobleza europea de la época. Las obras comenzaron en 1908 y finalizaron en 1910. El 3 de octubre de ese año, el diario ABC narró la inauguración con detalle. Como explicó el periódico, la Familia Real aprovechó para tomar té y recorrer «todas las habitaciones, salones, dormitorios y cocinas», admirada por «el lujo y el confort derrochados».
Desde entonces, las paredes del Ritz albergan las vivencias de los huéspedes que forjaron su historia con un silencio pudoroso, alimentado por la discreción de los empleados y las anécdotas. Felipe Serrano, un antiguo camarero, confesó algunas de ellas en su libro Hotel Ritz. Un siglo de historia de Madrid. Frank Sinatra, una de las voces clave para los Estados Unidos del siglo XX, exigía un piano blanco en su habitación. Ava Gardner también tenía sus excentricidades. La actriz fue expulsada del hotel por sus desmanes con el alcohol y el sexo.
Mariano es un tipo prudente y respeta el pacto de confidencialidad a pesar de su jubilación. Cuando una de las camareras se aproxima, vestida con chaleco y corbata, pide un par de cafés y pastas. Al fondo, la música fluye desde un piano de cola negro y envuelve la conversación.
Tomamos asiento junto a la estatua de Diana, la diosa romana de la caza que preside el salón. El antiguo maitre se apoya sobre los reposabrazos de una butaca acolchada y empieza charlar, con una mirada que vaga por los muros como si fueran las pantallas de su memoria. La efigie nos observa de soslayo, indiferente. Sus ojos helados vieron pasar por la estancia a actores, políticos y otros personajes que marcaron el transcurso del siglo pasado.
«Cuando llegué tenía 17 años y empecé como aprendiz», arranca Mariano. Recuerda bien a los empleados con los que se codeó en esa primera etapa. En especial a los camareros más mayores, que comenzaron a trabajar antes de la Guerra Civil que estalló en 1936. «Me contaron que durante el conflicto este saloncito sirvió de hospital», explica. Durante aquellos años, Madrid se convirtió en un bastión de resistencia republicana frente a las embestidas de las tropas de Franco. «Había gente de los dos bandos, pero preferían no hablar de política», prosigue, sin entrar en detalles.
Mientras recuerda, un miembro del servicio deposita un par de cafés y una bandeja con pastas sobre la mesa. Con calma, con las manos al ritmo de sus palabras, Mariano toma un sobre de sacarina que vuelca sobre una taza fina, quizá de porcelana. Da un poco de miedo sujetarla. Los azucarillos se acumulan en un recipiente cercano.
Los empleados del Ritz formaban una gran familia, jerarquizada por puestos de responsabilidad y comprometida con la calidad del servicio. «Esto era una escuela de hostelería», señala el antiguo maitre, que sonríe cuando rememora sus primeros errores como aprendiz. Como ese día que llevó un desayuno al lugar equivocado: «Me pidieron que fuera al correo, que era el lugar del hotel donde comíamos los miembros del servicio, pero me confundí y fui al Palacio de Correos de la Plaza de Cibeles».
Mariano admite que nunca fue un tipo tímido y por eso le fue bien. Como en todo oficio que se precie, reconoce que tuvo un buen maestro: Illana, el camarero «dandi». Su voz se entristece al recordar su final. Alcohólico, fue retirado de su puesto y relegado al papel de guarda en una de las entradas del hotel. Años más tarde, murió. Pero su pericia marcó la vida del futuro maitre.
— Siempre iba impecable, muy bien vestido. Cuando llegaba Madame Marquet, una de las dueñas del hotel, servía él. Y también a Franco.
Muchos nombres célebres figuran en el Libro de Oro del Ritz, el listado que enumera a las personalidades famosas que se hospedaron entre sus paredes a lo largo de sus 105 años de historia. Algunos de ellos asoman en los recuerdos de Mariano. Marcello Mastroianni, el célebre actor italiano, «era un dandi». Ava Gardner una mujer «bellísima». Y el que fuera presidente del Gobierno y motor de la transición a la democracia, Adolfo Suárez, un tipo muy «normal». Sus ojos brillan al recordarle. Con una sonrisa, narra lo que le dijo una noche, durante una recepción.
— Me preguntó qué íbamos a cenar y yo le respondí que pescado y luego una crema para rebajar. Él me dijo: «Nada, Mariano, ponme un par de huevos fritos con patatas».
Durante la primera mitad de los años 70 el franquismo se extinguía. Los empleados del Ritz, condicionados por el régimen, servían en un acto que celebraba el inicio de la Guerra Civil en los jardines de La Granja, en Segovia. Las cabezas de la dictadura se reunían el 18 de julio, fecha inaugural del conflicto.
— Allí conocí a Lola Flores y a otras personas de la cultura de la época. Recuerdo que un año empezó a llover y tuvimos que recogerlo todo. Un día complicado.
Pero el antiguo empleado permanece ajeno a valoraciones políticas. Para Mariano, aquellas personas mostraban su rostro más familiar con el trato cercano, con independencia de su trayectoria o ideología. Aunque a veces expresa tensión. Como cuando recuerda el ambiente cuartelario que se apropió del hotel tras la muerte de Franco, en noviembre de 1975. Muchos líderes internacionales se alojaron en el Ritz para asistir al funeral. Entre ellos el dictador chileno Augusto Pinochet y el argentino Jorge Rafael Videla: «Paseaban vestidos de militares y había muchas medidas de seguridad».
Después de revisar el precio de los nuevos menús que ofrece el hotel, Mariano sale al exterior. Como quien se preocupa por la reforma de su casa, fija su vista en los andamios que ahora rodean parte del edificio, y comenta la necesidad de obras.
Nos despedimos en la Castellana, frente a la fuente de Neptuno. Su jubilación parece ficticia.