Un amigo llamado metro
Ayúdame a abrir los ojos. Desinflame la cara. Maquíllame con cafeína o no llegaré a tiempo a la rutina inesperada que me tienes preparada para esta mañana de primavera. Dame los buenos días, por favor. Cuéntame un chiste. Ofréceme romero y dime cuántos hijos tendré. Dame un momento para escuchar el violín y sonreír al artista. ¡Ya voy! ¡Ya voy! ¡No me avises de que te vas a gritos, me pones nerviosa! ¡Solo necesito un minuto! Gracias por no irte sin mí. Gracias por llevarme a cuestas. Gracias por hacerme libre. Gracias por hacerme sentir sola rodeada de gente.
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Berlín. ¿Qué más podíamos pedir? Te presenté a mis amigas. Ya sé que no a todas, pero sí a casi todas las de verdad. Tú y yo sabemos lo importante que es estar ahí cuando se nos necesita. Casi a cualquier hora. Me llevaste al aeropuerto. Me invitaste a catas de cerveza, a música electrónica, a confesiones, a ronquidos y a ganas de ir descalza. Nosotros y ellas fuimos la kalashnikov que arrancó a carcajadas el rumbo de un sueño: encontrarnos siempre en el túnel que sostiene Madrid. No lo olvides.
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Oye, recuerda que mañana hemos quedado para ir a comer y luego vamos a montar en longboard por el Retiro. Te prometo que te enseñaré a frenar, a saber no ir con prisas, a no lanzarte sino deslizarte, a mirar más al frente que al suelo, a levantarte cuando te caigas. Nos tomaremos un par de cervezas y fumaremos muchos cigarros tumbados en el césped. Aunque tú no fumes. Tenemos mucho que celebrar, así que, ¿por qué no volvemos a La Vía Láctea? Unos billares y a bailar, ¿qué te parece? Puede ser un día genial. No te vayas temprano, espera a que termine la coreografía del viernes noche o, si lo prefieres, ven a buscarme al amanecer y méteme en la cama.
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Ya no queda nada para que me vistas y me lleves a los toros. Me sientes en la plaza rojiza de la capital y me hagas sacar el pañuelo del bolso. Sé que estás impaciente. Sé que siempre tienes tiempo y sitio para llevarme. Oleremos los puros y, tal vez, aceptemos el que nos ofrece el señor de siempre, ¿sabes de quién te hablo? Ese señor tan simpático y castizo, con una labia que cautiva. Pero no hay que tragarse el humo, que no se te olvide. Luego iremos a tomar una copa donde tú prefieras. Ese día elegirás tú dónde decir hasta aquí. Frena, ve más despacio.
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Todavía recuerdo el último libro que me regalaste. Me hizo soñar hasta creer que no estaba contigo. Me hizo reír hasta llorar dulce. Crecimos juntos en cada página que me recitabas a los ojos. Conseguiste perderme entre estaciones sin nombre hasta que llegó la última página. Tuvimos que leer de nuevo el sueño, ahora de atrás para delante. Así eres tú. Me empujas a escapar de la calle por ver qué hay debajo hasta llegar a Sol.