Arganzuela

Cuando construir maquetas se convierte en un arte

Detalle de la maqueta Alcázar San Claudio
Detalle de la maqueta Alcázar San Claudio. Foto: MJ Guzmán

En uno de los laterales del Museo del Ferrocarril, en pleno Paseo de las Delicias, hay una sala pequeña pero con verdaderas obras de artesanía. Hay expuestas tres maquetas, tres historias. Una de ellas, la última que llegó al museo, está en pleno proceso de restauración, aunque muy avanzada. ¿Su nombre? Alcázar San Claudio, una maqueta con más de cuatro metros de largo y tres de ancho. Ya sea por su gran magnitud, por su belleza o por la minuciosidad con que está hecha, lo cierto es que atrae las miradas de los curiosos.

Es difícil verla en funcionamiento, con las luces de sus diminutas farolas encendidas y los trenes en marcha, y no interesarse por ella. Miles de preguntas asaltan el cerebro y se quedan ahí, esperando a ser lanzadas. Excursiones procedentes de colegios de Madrid pasan todos los días por el museo. Y por la sala. Miran con detenimiento la maqueta. En sus ojos hay un atisbo de curiosidad, de admiración. También ganas de llevársela a casa. Con los más mayores la cosa no cambia. Parecen volver a la infancia. Varios grupos de jubilados admiran la maqueta, sus detalles. Una pareja, llegada desde Barcelona para ver el museo y, de paso, Madrid, fascinados y conscientes del tiempo y del esfuerzo que la obra esconde, no puede resistirse a preguntar.

Los integrantes del equipo de restauración se muestran dispuestos a resolver cualquier duda. Y es que ellos lo saben todo acerca de la maqueta. Se trata de un grupo muy variopinto. Al frente del equipo está Fede, artesano del tren miniatura desde hace 30 años. Él coordina lo que sus tres compañeros, colaboradores jubilados, hacen. Félix ha sido ingeniero de telecomunicaciones, Alberto, piloto militar y Eduardo, preparador olímpico. Son muy distintos pero les une su pasión por los trenes y el trabajo de reconstrucción, aún sin acabar, que llevan haciendo durante 20 meses.

Una obra con historia

Desde que la maqueta Alcázar San Claudio llegó al museo, los cuatro hombres se afanan cada día en hacer de ella una obra de arte. Claudio Hernández-Ros, médico y aficionado a los trenes, comenzó a construirla en los años 50. Con paciencia y tesón diseñó el paisaje, trazó las vías de los trenes, colocó cada una de las piezas y de los detalles en su lugar. Murió en el año 2013. Sus hijos donaron la maqueta. Pero para poder ser expuesta en el museo tuvo que pasar por un estudio. Según Raquel Letón, jefa de conservación del Museo del Ferrocarril, lo que se queda en el museo debe cumplir unos requisitos, tener algo especial. Es el caso de esta maqueta, que presenta varios tipos de paisaje, muy diferentes entre sí: playa, montaña, ciudad. Incluye piezas de carácter histórico. Es realista, cuidada hasta el más mínimo detalle, lo que también la hace didáctica. Dispone de un buen circuito, el trazado de sus vías es complejo. No había razón para declinar la oferta.

Para transportarla, se tuvo que desmontar módulo a módulo. Fue entonces cuando Fede y su equipo se pusieron en marcha. El artesano afirma que siempre tratan de «conservar todos los elementos constructivos creados por el autor: el trazado de las vías, las edificaciones… sumando algunos nuevos y dotando a la maqueta de nuevos efectos como la luz o el agua. Llevamos trabajando 20 meses y aún nos quedan… pues otros 20 a lo mejor. Quien sabe». Sonríe. Se nota que le gusta lo que hace.

El gusto por el trabajo bien hecho

La maqueta representa a la España de los años 60, a la España cañí. Una ermita y el incombustible toro de Osborne coronan el monte. En la plaza principal se celebra una verbena y en el templete la banda de la Guardia Civil pone la música. De la iglesia sale una pareja de recién casados. En la base militar, presidida por el cuartel, se pueden encontrar tanques, aviones y formaciones militares. En la playa, con arena traída del desierto de Giza, hay casetas como las de antaño, de rayas blancas y azules. También hay bañistas y paseantes. Se usan todo tipo de materiales, siempre artesanales. Madera, cristal, incluso bisutería. Todo está calculado. Hay que mirar bien y estar muy atento para descubrir todas las curiosidades y secretos.

Panorámica de la maqueta expuesta
Panorámica de la maqueta expuesta. Foto: MJ Guzmán

Algunos de los nuevos elementos añadidos son los edificios del fondo hechos a mano, pieza a pieza. Tres de ellos están inspirados en la realidad. Uno es la réplica de la estación de Alamín, ahora un pueblo fantasma. Otro es la representación del Palacio de los Vargas y otro, la de la casa de Jeromín, uno de los hijos ilegítimos de Carlos I. Los guiños a la Historia son constantes.

Sin embargo, todavía queda mucho por hacer. Falta decoración, hacer que los telesillas de la zona de montaña se muevan, colocar las farolas inspiradas en las que antes flanqueaban el Paseo de Extremadura y que iban hasta la Plaza Mayor.

Según Alberto, uno de los colaboradores, el objetivo es imprimirle realismo a la obra. Este aficionado a las maquetas desde hace 15 años se unió al proyecto en el que ya colaboraban sus amigos para divertirse, para pasarlo bien. También lo hizo por la satisfacción que le da hacer las cosas bien, por ver cómo funcionará la maqueta una vez que su labor haya acabado. A través de sus lentes, los grandes ojos de Alberto reflejan ilusión. Igual que su voz.

Aún no se sabe cuándo estará terminada la maqueta. Aún no se ha fijado una fecha final. No hay prisa. Tampoco pausa. Félix, Eduardo, Fede y Alberto seguirán trabajando incansablemente ante la atenta mirada de un público entregado.

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