Un paseo por el mercado La Guindalera
El día comienza como cualquier otro en el mercado La Guindalera, a las seis de la mañana. Unos bajan la mercancía que traen de Mercamadrid y del matadero para abastecer sus respectivos puestos, mientras otros se colocan sus descoloridas y gastadas vestimentas. Con tranquilidad y carritos de la compra preparados, también madrugan los mayores a la espera de la apertura del lugar.
Una sonrisa y unos buenos días dan inicio a la primera compra del día. «Medio kilo de carne, por favor», pide María, una señora de 53 años, clienta fija y constante desde hace 27 años, cuando se mudó al barrio. «Vengo todas las semanas. La primera vez vine con mi actual marido, entonces mi primer novio. Y hasta hace un año me acompañaba también mi hija, pero se mudó a Alicante con su pareja», asegura. «Me gusta mucho hacer las compras aquí. Jamás voy a esas cadenas de supermercados, ¡que vaya Toño!», dice haciendo referencia a su esposo. A pesar de tener el carro abarrotado de frutas y verduras, María continúa su camino observando todos los puestos.
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Desde su inauguración en 1948 han pasado un centenar de personas como María, que viven, trabajan o están de visita por Guindalera. Así lo cuenta Ángel Miguel, que tiene 60 años y lleva 35 en el puesto de frutero. «Cuando empecé tenía clientes jóvenes que ahora de mayores siguen viniendo. He atendido hasta a tres generaciones», cuenta. Aunque a sus hijos, que son arquitectos, no les gusta el puesto, se siente muy orgulloso del negocio familiar.
A simple vista, con la mitad de su cuerpo cubierto entre verduras y olores a frutas, se esconde Ángel. Es de los que más bromea: “Unos son de Atlético, otros del Madrid y otros del Barcelona. A los del Barcelona les machacamos, –dice como madridista– a los del Atlético no, ellos son buena gente“, alardea sonriente, mientras recoge sus tomates y mira al puesto de al lado.
Los fanáticos de fútbol abundan en este mercado, como también es el caso de Jesús Izquierdo, carnicero desde hace 27 años y a quien le hubiese gustado ser futbolista del Real Madrid, en especial el número 11. Es su vocación frustrada pero asegura estar feliz y agradecido de estar allí.
Muchos de los comerciantes llevan más de 20 años siendo parte de la familia del mercado. Son mayores que empezaron desde muy jóvenes por lazos familiares y que, creciendo en este ambiente, terminaron por quedarse en el oficio de comerciante. A pesar de que la gente que trabaja en el lugar es mayor, le dan más importancia al tiempo libre que al dinero que puedan ganar.
Hace tantos años que se conocen, que cuando una persona extraña se acerca al mercado es detectada de inmediato. Ante la presencia de esta redactora de Madrilánea, los tenderos reaccionaron con cara de decir «esta es nueva». La familiaridad del mercado se agita con la presencia de «extraños». «Es lógico –dicen- ya que estamos pendientes por algunos robos que hemos sufrido», concluyen.
«Somos como una familia. Todos tienen una rareza pero normalmente nos llevamos bien», cuenta orgulloso el presidente del mercado, Alejandro Esteban, carnicero desde hace 30 años, quien solo se considera un representante. Se encarga de las gestiones, lleva al día todos los pagos y reformas. En un divertido ambiente le gritan que es el mejor presidente, a lo que responde con sonrisa: «Sobre todo porque no cobro».
El mercado es pequeño, con gran variedad, calidad y muy tradicional. Su olor es a hogar, a comida de casa. La atención es familiar y amigable, como si no existiera un cliente-vendedor. Es más que eso, existe un cariño, alegría y respeto por la persona que atiende y por la que compra. Después de la primera impresión, la confianza y la cortesía son los rasgos característicos del mercado. O al menos eso cuentan sus comerciantes, compradores y visitantes del mercado Municipal La Guindalera.
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