El Prado como nuevo paseo de la discordia
El pasado mes de septiembre el Ayuntamiento de Madrid puso en marcha Pasea Madrid, una medida con la que Manuela Carmena cerró al tráfico el Paseo del Prado, sentido norte, los domingos de 10:00h a 14:00h. Desde entonces, una de las vías neurálgicas de la capital ha visto cómo los coches se han cambiado por bicicletas o patines; y los autobuses por familias o parejas que pasean a su mascota.
Cultura y transporte son dos de las claves para entender qué es lo que opinan los vecinos de la capital de esta medida. Bajo la atenta mirada del Palacio de Comunicaciones una fila de vallas separa un paso de cebra de Cibeles –uno de los que entre semana está abarrotado de gente– de la calzada que, abierta al peatón, está desierta. Calle abajo no hay nada. Ni ruido, ni coches y casi tampoco gente. A la altura del Museo del Prado, acompañado del sonido de un saxofón y un perro ladrando al ritmo, el viandante comienza a ver más vida. Se ven familias, mayores, turistas, jóvenes haciendo deporte y pequeños que corren en la plaza en la que Neptuno reina. Cristina es madre de tres niños, monta en bicicleta y los domingos pasea en junto a su marido y sus hijos. Todos salen del Museo del Prado aprovechando la tranquilidad de la calle y para ella «dejar libres de coches la parte del Museo del Prado es estéticamente muy positivo para la ciudad». Su familia es «habitual» de esta iniciativa porque «es una forma de pasar tiempo juntos».
Sin embargo, no todos los ciudadanos deciden o quieren pasear. Un hombre mayor, con barba y su abrigo marrón, no esconde su indignación. «Es inaudito que corten las líneas de autobuses para que puedan pasar dos perros y dos triciclos… Inaudito». La falta de información es otra de sus quejas, es él mismo el que informa a unos turistas de que no hay servicio de la EMT. «Este cierre rompe la rutina de la ciudad. El Paseo del Prado es lo suficientemente espacioso para que puedan pasar los peatones y bicicletas, y no tienen que cortar desde Atocha a Cibeles nunca jamás, ni domingos, ni festivos, ni fiestas de guardar. Y la alcaldesa que se vaya a su pueblo».
No es el único en decir esto. Un par de hombres acompañados de un perro recorren la solitaria carretera y no dudan al afirmar que el cierre del Prado «les parece mal». El Retiro también es otra de las preocupaciones. «La idea de cortar el Prado… Es una tontería. En un barrio donde no haya nada tiene lógica pero teniendo el Retiro que tiene de todo, que lo promocionen. La barquitas, los tenderos… Están cerrando. El Retiro se está muriendo, ¿por qué? Porque hacen estas cosas».
Una convivencia caótica
La política tiene cabida en cualquier momento de la charla. En las conversaciones de aquellos que están en contra de esta iniciativa se habla de «los taxistas» y de «la “caradura” de los que montan en bicicleta que lo quieren todo para ellos». El hombre del perro lo tiene claro: en el Paseo del Prado los domingos hay «cuatro gatos peleones y la mayoría son turistas, no madrileños. Es una medida política más que otra cosa… Algo que inició Ana Botella y ahora Carmena, que “va tan de cara al pueblo”, hace lo mismo: pensar en unos pocos».
Entre los que apoyan el cierre se habla del «fomento del transporte público» y de un «cambio en Madrid». Elena, una joven de 26 años, entiende que cerrar una calle tan importante un día a la semana es necesario para concienciar. «Vamos por el buen camino. Esta y otras iniciativas están dando pie a que la gente salga más a la calle, visite otras cosas. Es un impulso cultural para cambiar la mentalidad de ciudad de coche que tenemos en Madrid». A Marta, una mujer de mediana edad que va con todo el equipo deportivo necesario: cascos, rodilleras y su música, «la apertura del Prado le parece estupenda». Vive en la zona centro y no conduce. «Soy bicicletera y patinadora, y este cierre es una medida estupenda que ha llegado tarde», afirma. Ante las críticas que puede suscitar la decisión, en su opinión «que una mañana quiten el tráfico por uno de los carriles del Paseo del Prado no es un gran perjuicio para nadie y sí un beneficio para la mayoría».
Al finalizar el paseo, a la altura ya de la cuesta de Moyano, el caos en Atocha se hace notable. Como cada tercer domingo del mes, la Marea Blanca se ha lanzado a la calle para reclamar una sanidad pública, óptima y limpia. La pequeña comitiva, presidida por una pancarta blanca donde se leen sus reclamos, comienza su marcha a un par de metros de la glorieta de Carlos V dejando atrás una jungla de coches y cláxones. En las paradas de autobús aledañas –en las que en teoría hay servicio a pesar del corte de la vía– ningún indicador de tiempo funciona. La gente que se abarrota a la espera de su autobús guarda la esperanza de que el servicio de información por voz de la marquesina no anuncie que le quedan aún muchos minutos de espera. Eso nunca pasa. Con la retahíla de fondo «autobús de la línea 32 a más de veinte minutos» una mujer solo suspira y exclama «todos los domingos igual, el desorden ha tomado la ciudad».