Los últimos versos del bar de la improvisación
Lena Demartini, la dueña de este emblema de la calle Apodaca número 6, explica que los tres hermanos propietarios del local han decidido venderlo. «En un principio les preguntamos que por cuánto lo vendían, para comprarlo nosotros. Y cuando nos dijeron el precio… dijimos: ¡Ni hablar del peluquín!».
Diablos Azules lleva unos seis años organizando Jam Sessions, espectáculos de improvisación en los que escritores independientes salen al escenario a recitar sus poemas. Demartini cuenta cómo este bar comenzó a introducirlas: «Carlos Salem venía de hacer las Jam en el Bukowski Club los miércoles, y sabía que funcionaba muy bien. Además, el método era sencillo: daba un verso y cada uno escribía lo que le venía. Casi todos se atrevían a subir al escenario».
Sin embargo, en la noche del viernes 12 de febrero, la Jam adquiría un matiz especial. Habría improvisación, pero solo de Carlos Salem y Olaia Pazos, los dos poetas que establecieron y presentaron –durante varios años– esta especie de talent show en Diablos.
Ya era casi la hora, pero el bar todavía estaba medio vacío. Un par de chicos de unos treinta años estaban ensimismados en su conversación, con una cerveza y una copa de vino posadas en la mesa, y un cuenco de palomitas entre ellos. Pasadas las nueve, el calor de las 15 personas que ocupaban todas las mesas del bar motivaba el comienzo de la sesión.
«Capítulo 1», gritaba Salem, mientras levantaba el cartel y enunciaba la temática de los poemas que abrirían el recital. «Apuntes para una breve historia de artisteo». Salem daba paso a su pareja que, con un tono intenso y rotundo, no solo leía los versos de su libro; los interpretaba.
Allí estaban los dos personajes, sobre el escenario. Personajes porque, en el momento del comienzo, ambos se caracterizaron de diablos; él con un sombrero con cuernos, ella con tirantes rojos y una diadema de astas. Los dos de negro, iluminados por un foco en un escenario de cortinas teatrales de rojo intenso, tan vivo como las miradas conocidas que lanzaban piropos y aplaudían desde las primeras hasta las últimas filas del local.
Escribo para burlarme de la muerte
que siempre fue analfabeta (…)
Para recordar que sigo amando y sigo vivo
Para que mis recuerdos no se olviden del olvido
Por eso, escribo
(Fragmento de Por qué escribimos, de Carlos Salem,
interpretado en su despedida de Diablos Azules)
Los ojos de Olaia Pazos están llenos de luz. Contagian una alegría que compensa la lúgubre voz del argentino Carlos Salem. «Empecé a venir por aquí cuando Carlos dejó el Bukowski Club. Yo era muy fan, hicimos muy buenas migas –incluso compartimos piso una temporada–, y entonces le acompañaba. Empezó a viajar mucho por sus novelas, y como queríamos que esto fuera constante y no hubiera cada día una persona diferente presentando, venía yo», explica la joven actriz, cantante y poeta gallega, nacida en los 80.
«Luego ella por trabajo –tenía una obra de teatro– también dejó de venir y estuve un tiempo solo… Pero hará ya unos dos años que trabajamos juntos, no recuerdo exactamente. Si llevase la cuenta no sería poeta, sería contable del PP y estaría preso», comenta entre risas Carlos Salem. Nació en Buenos Aires en el 59, pero lleva «media vida» en España. Lena Demartini explica que, más tarde, fue María Helena del Pino «la que acabó llevando las Jam hasta ahora». «Eso sí, le buscó un nombre para hacerlo más suyo: La voz del poeta», matiza.
Las Jam Sessions de poesía nacieron con Salem en Bukowski Club, también ubicado en Malasaña, y que echó el cierre en 2013. A la corriente iniciada en este bar, Diablos Azules se unió el primero. Más tarde, Vergüenza Ajena (en la calle Galileo) o Aleatorio Bar (en la calle Ruiz) se sumaron a la programación de recitales de poesía emergente. «Veías a una niñita de 19 años que ha escrito su primer poemario de adolescente y lo lee, hasta un señor curtido en canas que lee su poema de experiencia. Era muy hermoso», cuenta Pazos con nostalgia.
Cuando habla Carlos Salem, el escenario cambia. La oscuridad se apodera del bar, las luces parecen más tenues. Entre poema y poema, la pareja bromea, ríe, vacila y se admira. Olaia Pazos, polifacética, coge su guitarra y, a pesar de haber estado escuchando su voz en los 15 minutos anteriores, sorprende. Su fuerza, su ímpetu por cada palabra que canta de su primer libro de poemas, deja a las ya más de 30 personas con una sonrisa dibujada.
«Siempre con el cuidado de no hacer contraprogramación», matiza la actriz gallega, las Jam Sessions ya son «más habituales» en los bares madrileños. Diablos Azules ha sido un sitio que, «a su manera», ha mantenido el relevo de lo que hizo Bukowski Club. «Con un carácter más elegante, pero la Jam era el mismo ‘canallerío’ de siempre, porque la llevaba yo», añade Salem. Este explica que gracias a las redes sociales comenzó a ir mucha gente joven a los Diablos. «Un chico con un poema de sábanas arrugadas. ¡Todo el mundo tiene derecho a leer un puto poema de sábanas arrugadas! Escuchando a uno, a este, al otro, al otro… Te infectas. La poesía es una enfermedad contagiosa, y las Jam Sessions están diseñadas para eso», exclama el argentino.
Hagamos políticas lingüísticas
y de Galicia una plural, grande y libre y viva España
El pueblo Saharaui es proscrito por derecho divino
y las mujeres
«bastardas, por su culpa, por su gran culpa…»
también.
Culpables de la gracia de Dios
Deberíamos darle las gracias a María Magdalena
lo sacro y lo carnal santificado
Divina Iglesia
(Extracto de uno de los poemas de Olaia Pazos,
que interpretó en su despedida de Diablos Azules)
Los seis capítulos de recitales y cantos de poemas se sucedían sobre un silencio absoluto, roto por aplausos y comentarios cuando los poetas callaban. Al capítulo «Apuntes para una breve historia del artisteo» le seguía el segundo «Qué ajenos que son los propios», y se anunciaban en carteles blancos que levantaba una vez él, otra vez ella. «Íbamos a hacer una obra de títeres, pero igual nos llevan presos», bromeaba Salem. El show estaba siendo retransmitido en streaming –en directo por internet– en la web de Diablos Azules, algo que inició por primera vez este bar en Madrid.
«De golpe te escuchaba un tío de Uruguay, otros cinco de Argentina… Un día vas a Colombia y dices: ¿De qué me conoce esta gente? ¡Pues del puto Internet! De vernos en streaming, de Youtube», señala el escritor argentino, que destaca el «papel importantísimo» que tuvo para él Diablos Azules: «Mantener viva la llama con un estilo propio».
El dúo, arriba del escenario, se miraba con complicidad antes de que uno de ellos pronunciara una palabra. Los dos se dirigieron a las caras más cercanas del escenario, dedicándole sonrisas a una joven que parecía saber que algo tramaban. Y así fue. Salem, tras un discurso de agradecimientos, presentó a Titxu Vélez, cantautora acostumbrada también a los escenarios de bares y locales madrileños.
«¡Siempre acaban liándome!», exclamó entre risas Vélez, que arrancó una canción que el público coreó. El ambiente de Diablos era de lo más cálido, y la noche llegaba a su fin. Salem y Pazos se despedían tras más de hora y media de puro espectáculo. Con voz algo triste, el argentino cerraba la noche: «No dejen que cierren los bares que albergan cosas mejores que las propias ciudades que los albergan».
Lena Demartini explica que, tras el cierre del bar, la «llama de Diablos Azules seguirá viva», pues la programación de las Jam que mantenía el bar «se pasan a los miércoles en Vergüenza Ajena». Y Demartini, que apostó por ellas, seguirá por «este mundillo» de actividades culturales, pues su «chico» es editor y le acompañará a sus presentaciones.