El colegio de Babel
Al director del colegio San Antonio, Luis Peña, le gusta decir que su colegio es «uniforme en la diversidad». La institución está situada en Bravo Murillo, la arteria aorta de Tetuán y conocido como el Brooklyn madrileño. Sus alumnos hacen honor al apodo del barrio, de los 176 solamente dos son de padres españoles. Niños nacidos en 18 países distintos corretean por el patio del San Antonio, desde filipinos hasta dominicanos, marroquíes y rumanos. El padre capuchino tiene muy claro cuál es la seña de identidad del colegio: «Este es un centro intercultural».
El edificio que hoy alberga la escuela fue construido originariamente como sede de una escolanía («aquí empezó a cantar Raphael», cuenta Peña con su voz grave y profunda), y no fue hasta finales de los años cuarenta que se convirtió en un centro educativo a cargo de los Padres Capuchinos. Los pasillos son estrechos y están decorados con personajes de Disney y orlas en las que se leen nombres como Muhammad, Rayneli, Andrei. Algunas de las aulas se han construido haciendo malabares con el espacio, en lo que antaño fue la torre de la iglesia.
Tolerancia y respeto
«La convivencia entre los niños es estupenda», asegura el director. Casi como una anécdota cuenta que en alguna ocasión un alumno acusó a otro por ser «más marrón que yo». Pero el ambiente habitual es de armonía y respeto mutuo entre todos, más allá de las trastadas típicas de la edad que se dan en cualquier colegio. Lo que en el San Antonio se trata de inculcar es la aceptación del otro, y «la valoración de la diferencia como una riqueza, y no como un problema».
Anualmente, se celebra una semana intercultural en la que intentan limar los recelos que pueda haber entre familias de costumbres dispares. A pesar de ser un centro de confesión católica dejan a la elección de los alumnos y de sus familias la participación en actos religiosos. Generalmente participan casi todos, incluidos los musulmanes.
Peña no oculta que el trato con las familias es bastante más complicado. A la difícil situación económica que viven muchas de ellas, se suma una integración problemática en el país y una desestructuración familiar que hace que muchos niños prefieran «estar en el colegio que en su casa». Se lamenta Peña de que en muchas ocasiones el esfuerzo de los maestros caiga en saco roto por el choque entre los valores que el colegio enseña y lo que aprenden los niños en casa.
Por otro lado, está en contra de la opinión de muchos padres acerca de los deberes: «Es ridículo que se plantee deberes sí o deberes no. Hay que procurar que los deberes sean racionales, que se adapten a un tipo de niños o a otros pero, ¿cabe en alguna cabeza que los padres les digan a sus hijos que no hagan los deberes?»
Centro de atención prioritaria
En el año 2005, el colegio fue incluido en la lista de centros de atención prioritaria, lo que implica recibir un extra de ayuda por parte de la Administración debido a la labor social que lleva a cabo. Los padres no pagan nada por la escolarización ni por el comedor. Todos los gastos corren a cargo de los Padres Capuchinos.
Durante la legislatura de Ignacio González, la consejera de Educación Lucía Figar suprimió la figura de los centros de atención prioritaria, dejando al san Antonio en una situación de asfixia económica que ha obligado a la orden religiosa a invertir mucho más dinero en la escuela.
A pesar de todas las dificultades, en 2015 el San Antonio quedó el octavo en las pruebas externas de la Comunidad de Madrid para alumnos de sexto de Educación Primaria (E.P), y en años anteriores su nota estuvo por lo menos un punto por encima de la media. Sin métodos innovadores ni recursos tecnológicos.
El secreto está en algo mucho más sencillo: «La entrega total de los profesores al proyecto». Y no es un trabajo fácil el que afrontan diariamente en las aulas. Hay niños que deberían estar en sexto de E.P y no saben leer ni escribir. Niños recién emigrados con un bajísimo nivel académico y que no hablan español.
No es extraño que Peña insista en que todo el éxito del colegio se debe a sus recursos humanos. Todos los profesores son jóvenes («aquí el único abuelo soy yo») y se vuelcan en la atención de sus alumnos, pues son conscientes de la difícil situación de muchos. Reconoce que muchas veces se trata de «una tarea ímproba» y por eso contribuye a levantar los ánimos el reconocimiento de las instituciones y los excelentes resultados.
Además de los maestros, la trabajadora social tiene un papel fundamental en la comunicación con las familias, y no solo para asuntos académicos: ha conseguido erradicar el absentismo y asesora a los padres en relación a la higiene o la alimentación. También las aulas compensatorias, destinadas a aquellos alumnos con mayores dificultades, son uno de los pilares de este colegio que no quiere dejar a nadie atrás.
A la salida, una mujer con hiyab espera al director.