Ofrendas, dioses hindúes y colonialismo: el mercado del pelo en Lavapiés
La plaza de Nelson Mandela es el eje vertebrador del barrio de Lavapiés tras la consolidación de la zona como crisol cultural capitalino. Frente a ella se encuentra la amplia terraza del restaurante senegalés Baobab, ambos espacios dibujan una elipsis perfecta en la calle Mesón de Paredes que rompe la recta en dos mitades. Subiendo en dirección a la plaza de Tirso de Molina observamos sobre todo comercios de ropa, las prendas de lino y los bolsos de cuero adornan las fachadas de los edificios. En cambio, los establecimientos en el descenso hacia la glorieta de Embajadores tienen otro vector común: el pelo.
Solamente en Mesón de Paredes se cuentan un total de 7 tiendas de compra-venta de cabello y peluquerías especializadas en implantar extensiones. Todas ellas se dirigen en sus rótulos a un destinatario muy concreto: son peluquerías afro-latinas. Cuando Mariem abrió su peluquería en 2009, fue la tercera en dedicarse al sector en la zona, actualmente más de 20 establecimientos se dedican al mercado del cabello en Lavapiés: «Creo que la competencia nos favoreció porque la gente sabe que aquí hay mucha oferta de pelo y vienen de todas partes a comprar», explica la propietaria. Mientras Mariem barre, cuatro chicas ponen música tras ella y charlan alegremente en wólof, el idioma oficial de Senegal.
También hay establecimientos que se dedican sólo a la compra-venta, éstos muestran en estantes idénticos los mismos productos a un coste similar y en raras ocasiones la tipografía de los rótulos es diferente. Los trabajadores son originarios de la India y Pakistán y la luz blanquecina cae sobre sus mostradores empapando el ambiente de solemnidad. En las peluquerías de las jóvenes africanas el panorama es opuesto, es difícil encontrar menos de tres personas en su interior. Los gritos y cánticos contagian la cercanía de sus propietarias, que hacen del negocio una prolongación del salón de su casa ya que permanecen reunidas hasta casi la medianoche.
«A las mujeres negras nos gusta ponernos pelucas. Nuestro pelo afro no es para ir a una fiesta», confiesa Mariem. La peluquera se afana en coser laboriosas extensiones a una joven mientras presume de la calidad del género: «Trabajo con fábricas de mi país, Senegal, allí lo tratan y distribuyen. Sin embargo, el cabello que trabajan viene de la India, para que una mujer africana lo venda tiene que estar desesperada. En nuestra cultura el pelo es muy importante, algunas clientas son tan cuidadosas que piden que se lo lavemos con agua mineral», indica Mariem.
En la calle Miguel Servet se encuentra uno de los negocios más longevos de compra-venta de pelo, de cinco años de antigüedad. Nimit limpia con esmero la atípica báscula de aluminio en forma de copa que utiliza para comprobar el peso de su género. No es el propietario. «En los dos últimos años abrieron la mayoría de las tiendas. Nosotros, indios y paquistaníes, vendemos el cabello que viene de la India y las africanas abren peluquerías y ponen nuestro pelo a la gente de su tierra» aclara el vendedor.
Saji lleva apenas un año trabajando en el sector, antes se dedicó a vender tijeras y guantes de boxeo. El negocio tampoco es suyo, su jefe es propietario de varias tiendas de cabello de la zona repartidas entre las calles Mesón de Paredes, Miguel Servet y Tribulete: «Las principales compradoras son mujeres africanas y latinas», confirma. Compra el pelo a fábricas de la India, su país de origen, principal exportador de cabello seguido por Brasil, Bolivia, China y la India.
La India: Una estafa en nombre de los Dioses
En la región de Andrha Pradesh en la India, las mujeres agitan la melena de mayor calidad del mundo. Conscientes de su valor, la cuidan afanosamente y la mantienen virgen de tintes hasta la edad adulta. Entonces deberán ofrendarla al Dios Venkateswara, encarnación del dios Vishnú quien a cambio les dará buenos maridos, hijos sanos y trabajos dignos para mantener la estabilidad de sus hogares.
No solamente acuden al templo de la ciudad de Tirumala mujeres con largas cabelleras, sino también hombres y niños que persiguen diferentes motivaciones. En el interior del templo, 650 barberos trabajan a diario sin remuneración económica desbastando el porvenir económico del templo. Ellos trabajan gratis, sin embargo el templo vende a precios de oro los anhelos de sus devotos en forma de largas madejas azabaches. Al día se venden unos 400 kilos de pelo, que al año supone al templo un beneficio de 20 millones de euros.
África: Los rescoldos de la colonización
En el continente negro, la situación es muy diferente. La cultura del pelo está muy arraigada en la sociedad y una melena larga es sinónimo de belleza, pero también de estatus social. Antes de la colonización solían llevarlo suelto o adornado con sencillas cuentas, pero tras la colonización blanca comenzó a verse socialmente como algo salvaje, estigma que arrastran hasta el día de hoy.
«Es tanto una imposición de la colonia como de los propios africanos, en cuanto a que valoran que la mujer blanca y rica de la colonia lo llevaba liso o recogido. Entonces las mujeres, al no poder controlar su pelo de esa manera, lo que hacen es trenzarlo, fijarse pelucas o colocarse extensiones» cuenta Alicia Alamillos, corresponsal freelance en África.
«Es habitual ir a trabajar y que tus compañeras cambien de look radicalmente semana a semana. A veces las pelucas son de kanekalon, un material sintético de escasa calidad pero, si se lo pueden permitir, las mujeres se las compran de pelo natural. En cambio, las chicas más jóvenes suelen llevar trencitas, hacerlas es doloroso y a la larga suelen incluso pudrir un poco el pelo» detalla la periodista.
Antes era la propia colonia quien obligaba a los ciudadanos a no llevar peinado afro, pero con el paso de los años ese poso de complejo aprehendido se mantiene, llegando hasta tal punto que todavía se producen incidentes por esta causa. «Hace dos años, en Sudáfrica, la joven de 13 años Zulaikha Patel fue reprendida en el colegio por ir con el peinado afro natural en su raza. El centro tiene un apartado en su código dedicado al peinado en el que prohíbe llevarlo suelo y rizado», informa la corresponsal.
Sin embargo, a raíz de acontecimientos como este, en algunos países del África negra comenzó a vivirse una auténtica revolución cultural ante los vestigios de ese imperialismo de la colonización. Muchas jóvenes reivindican la importancia de lucir su melena original sin tener que destrozarla todos los días.
En el céntrico barrio de Madrid las ciudadanas demuestran que ese estigma no está todavía superado. De esta forma continúan alimentando un mercado que enreda dos culturas sometidas a conductas impuestas. La India por su religión y África por los rescoldos del antiguo sometimiento político a civilizaciones ajenas a su cultura tradicional.