Garci: «El Bazar Horta era el lugar más maravilloso con el que podía soñar un chaval»
La legendaria juguetería Bazar Horta no volverá a abrir sus puertas. Tras casi nueve décadas ilusionando a los niños del distrito de Salamanca y de todos los rincones de Madrid, esta emblemática tienda de juguetes situada en el número 25 de Conde de Peñalver se despidió hace ya dos semanas. «Bazar Horta quiere agradecer a todos nuestros clientes y amigos la confianza depositada durante estos 87 años… Muchas gracias ¡Os echaremos de menos!», rezaba el mensaje escogido por los propietarios para poner fin a más de ocho décadas regalando felicidad.
El director, productor y crítico cinematográfico José Luis Garci ha relatado a este medio la amalgama de emociones que esta icónica tienda generó en la niñez de gran parte de los madrileños. Se trata de la clásica tienda de barrio, con un colorido escaparate y un interior repleto de juguetes, desde los más tradicionales a los más actuales; un paraíso del entretenimiento donde pequeños y no tan pequeños daban rienda suelta a la imaginación.
«El Bazar Horta era el lugar más maravilloso con el que podía soñar un chaval», afirma Garci, quien se crió en Narváez y no sabía que la legendaria tienda había echado el cierre. «No es una noticia nada agradable», reitera. Aunque ha visitado alguna de las jugueterías más famosas en Roma, Buenos Aires o Nueva York -como la de la Quinta Avenida de Mannhatan- siempre ha considerado a la de Conde de Peñalver como la mejor del mundo.
Garci recuerda cómo a raíz de unas palabras que escribió en 1991 en ABC sobre el Bazar Horta la juguetería le regaló aquello con lo que todos los niños soñaban tener y casi nunca conseguían: una máquina pequeña de tren con su vagón, que hoy guarda en un lugar destacado. Aunque si hay algo que el consagrado director de cine ansiaba cuando era niño era un coche de pedales rojo: «Me hubiese gustado recorrer El Retiro con él», asegura, añadiendo que el hecho de no haberse sacado el carnet ni haber conducido nunca pudo deberse a la desilusión de no disfrutar del coche de pedales cuando más lo deseaba, en su niñez.
El cierre sin retorno de la juguetería ha provocado que madrileños y, en especial vecinos del barrio, hayan despedido al Bazar Horta con mensajes de cariño expuestos en el escaparate; decenas de dedicatorias que muestran la huella que deja y despiertan la curiosidad de los viandantes que se paran a leerlas; Garci recuerda la cantidad de niños que se asomaban a él embelesados. «Es una enorme tristeza porque ha habido muchas generaciones que hemos pasado mucho tiempo asomados al escaparate con la boca abierta», apunta. De hecho, es una costumbre que Garci no ha perdido con los años al representar para él una especie de flashback en la que vuelve a ser niño de nuevo.
Paso del tiempo
«Es ley de vida, estamos en un mundo distinto», sentencia Garci sobre la amargura que el cierre de este tipo de lugares trae consigo. Muy poco se parece Madrid a la ciudad del estraperlo que el director cinematográfico recuerda: «en la misma boca de metro he visto a mujeres sacarse la barra del pan del pecho como en la película Surcos de Nieves Conde», asegura, a la vez que rememora el asombro que le producían las singularidades del día a día de la época.
El paso de los años ha acabado por dibujar una ciudad muy distinta. Lugares como el Café Royale, el cine Salamanca o los Tintes Iberia desaparecieron hace tiempo de los alrededores donde se situaba el Bazar Horta, aunque lo que verdaderamente Garci echa de menos es el espíritu navideño que impregnaba los distritos madrileños por aquel entonces y que en la actualidad parece abocado a la extinción. «Ahora se pone algo parecido a cristales de luz, ninguna estrella o cadenetas como se hacía antes», apunta.
Tampoco tienen nada que ver aquellas generaciones con las actuales; el arco con flechas con una ventosa en la goma para jugar a los indios, la pistola y la insignia plateada de sherrif, eran, según Garci, el pasatiempo favorito de cualquier niño, sin olvidar las chapas, las canicas, el tacón o los cromos. Sin embargo, aunque eran los menos, también estaban los que disfrutaban con la lectura, como el propio Garci, que le marcaría en su futuro profesional: «Algunos locos o extraños, quizá por la genética, nos gustaba leer y leíamos clásicos muy bonitos como Alejandro Magno o Viriato».