Club de rugby Cisneros: 75 años combinando deporte y educación
En los pasillos del Colegio Mayor Ximénez Cisneros se respira rugby desde hace 75 años. Todo el mundo vinculado con este deporte coincide que es un club distinto al resto por su forma de trabajar, el espíritu universitario y, sobre todo, su filosofía. Marca de por vida a quienes pasan por este equipo, ya sea por la forma en la que acompañan al estudiante durante su etapa universitaria -vinculados a la Complutense-, los valores del deporte que inculcan, de su implicación en la educación de los jóvenes. Se crea una complicidad entre club y cualquier jugador porque todos saben la apuesta que hacen por la cantera.
El equipo blanquiazul, fundado en 1943 y que actualmente juega en División de Honor -máxima categoría del rugby español-, es el tercero más longevo, solo por detrás del Fútbol Club Barcelona y la Unió Esportiva Santboiana. El club cuenta en su palmarés con dos títulos de Liga -1976 y 1985- y cuatro Copas del Rey -1967, 1969, 1979, 1982-. Pero en la temporada 97-98 comenzó un lento declive, año en el que bajó de categoría, y que después de conseguir ascender volvería a descender en 2003. La mala dinámica del equipo en aquella época no impidió que regresaran a lo más alto del rugby español.
«En Madrid no había casi ningún equipo de rugby y el club empezó a aglutinar gente que quería jugar a este deporte. Influyó la cercanía del campo y su calidad, no es lo mismo jugar en hierba que en piedrecitas. Pero después esa preeminencia se fue diluyendo porque empezaban a surgir otros equipos como el Canoe o la Escuela de Arquitectura», relata Cafrune, mítico jugador que ganó dos ligas con el Cisneros, refiriéndose al germen del fenómeno universitario.
La apuesta por la cantera
Una de las señas de identidad del equipo es la cantera. Históricamente han seguido una política de apostar por gente que esté formada en las categorías inferiores, priorizando a canteranos antes que salir al mercado de fichajes. Daniel Vinuesa, director deportivo, explica que han conseguido «un logro tanto competitivo como social, ya que los clubes de rugby españoles tienen un serio problema en mantener a los chavales en el paso de subida a sub-18. Después, la pérdida de jugadores a senior es enorme porque se centran en una planificación muy competitiva. Nosotros, sin embargo, apostamos por un modelo extensivo en el que tenga cabida toda la comunidad que hemos formado en torno al rugby».
El Cisneros tiene como objetivo prioritario formar personas, crear una comunidad que gire en torno al deporte oval. Daniel Vinuesa explica ese factor diferencial a través de la filosofía en la que entienden el deporte: «Por un lado está el deporte-práctica, y por otro el deporte-espectáculo. La mayoría de nuestros rivales son equipos que apuestan por lo segundo, conciben el club como un negocio en el que tienen que generar ingresos para sostener un equipo competitivo en el que hay que remunerar a los jugadores para poder ganar todos los partidos, centrándose en su primer equipo. Por nuestra parte, estamos más orientados al deporte-práctica, una comunidad que aglutine gente que disfruta del rugby y a los que le aporta algo, desde niños de seis años hasta jóvenes que están en la universidad. Eso es lo que hace que este proyecto tenga continuidad, que gente que salga de sub-16 o sub-18 siga en el club porque saben que tienen cabida».
Un peculiar modelo económico y deportivo
Otro aspecto importante del Cisneros es su modelo tanto económico como deportivo. La liga de División de Honor o Liga Heineken presenta una gran fractura de nivel entre los puestos que van en cabeza y el resto. Estos clubes aspiran a profesionalizarse, y por ello la estrategia a la que recurren es la de fichar jugadores de Nueva Zelanda o Samoa, donde la cultura por el rugby está más interiorizada. El equipo de la Complutense se desmarca de seguir esta línea, en palabras de Gonzalo Barbadillo, presidente del club, «queremos ser fieles a nuestra filosofía, a nuestra esencia como club universitario que desarrolla personas y ayuda a la gente en su recorrido laboral. Para dar un paso más hay que ver los recursos que podemos tener en un futuro. Si conseguimos incrementarlos veremos en qué medida podemos semiprofesionalizarnos, con la cautela de no perder nuestros orígenes. Pero sí que hay una distancia enorme entre los cuatro primeros y nosotros. Por ejemplo, en el Entrepinares el 80% del equipo son extranjeros y entrenan mañana y tarde. Tenemos modelos totalmente opuestos».
Dentro de esa forma de llevar el club es llamativo que los jugadores del Cisneros no cobran dinero, en cambio compañeros suyos de otros equipos sí que tienen un sueldo de aproximadamente 1.500 euros. Laura, jugadora de la sección femenina del equipo, cuenta que «cada jugador tiene la posibilidad de hablar con el club sobre su situación. En función de su tesitura, se le puede proporcionar la ayuda que más le convenga, desde financiarle el gimnasio a ayudarle con el alquiler del piso o darle becas para estudiar. Es una parte positiva porque escuchan a los jugadores. Además, en el contexto en el que estamos, hay clubes de División de Honor B o regionales que les están pagando hasta 300 euros, pequeñas cantidades, pero les pagan. Aquí los jugadores nos tenemos que pagar la ficha de 400 euros, y, quieras o no, es precioso desde el punto de vista del jugador salir al campo y saber que todos hemos pagado lo mismo por estar ahí, que no es que esa está ahí porque corre mucho y le están pagando más que a mí. Anima bastante».
El debate sobre la profesionalización del rugby
Actualmente, la Liga Heineken se compone de doce equipos donde algunos siguen la línea del Cisneros y otros son semiprofesionales. Es por ello que la profesionalización del rugby supondría un conflicto, ya sea por la tradición amateur que presenta el deporte oval o por una diferencia notable entre los recursos de unos y otros. Por eso, desde Cisneros, «no verían compatible el modelo del club con la profesionalización. Tenemos un compromiso con la universidad y con el rugby que se concibe como una aportación valiosa a la formación del individuo. El niño de doce años quiere jugar y en el momento que tienes jugadores extranjeros de primer nivel eso se rompe. En el momento que se apuesta por abandonar el deporte amateur y se empieza a centrar los recursos y atención en un primer equipo competitivo,se pierden las referencias y se hace muy difícil mantener todo a la vez».
Pese a que no hay una profesionalización de la liga, muchos clubes están trabajando para aspirar a ello, es lo que hace que dentro de la propia liga se observen dos mundos completamente diferentes entre los propios jugadores. Unos viven por y para el rugby exclusivamente, dedicándole entrenamientos de mañana y tarde, sesiones intensas de gimnasio y una mentalidad centrada solo en el partido del domingo. En cambio, el jugador del Cisneros, como puede ser el caso de Guillermo Marín, capitán del equipo, habla de lo complicado que puede resultar compaginar estudios y entrenamientos: «Todos trabajamos o estudiamos, muchas veces hay que sacar horas de donde no las hay, madrugar mucho para ir al gimnasio antes de trabajar, intentar salir antes del trabajo o echar horas cuando todos están descansando… No es un sacrificio porque al final es lo que me gusta hacer. Somos un equipo».
Laura añade desde su experiencia que «en el momento que te haces ficha eres consciente del compromiso que tienes con el club, aunque trabajes nueve horas diarias, pues te levantas a las cinco de la mañana y vas al gimnasio, o intentas trabajar desde casa un fin de semana. Es un esfuerzo que no cuesta, pero obviamente es una cuestión de prioridades. Es complicado compaginarlo, pero no solo es posible, se hace de buena gana, hay compañeras que estudian en el bus de camino a la convocatoria, que se llevan los apuntes a los entrenamientos… pero no ves a nadie con mala cara».
Aunque no se haya logrado la profesionalización de esta disciplina, el rugby cada vez crece más. Cafrune hace un análisis de la situación de este deporte entre los años 70 y del actual: «El nivel de juego no tiene nada que ver. Los dos tíos más fuerte que había en mi equipo comparado con el más débil del partido de ayer serían unos palitroques, no eran nadie. Una diferencia abismal. Lo más importante y bonito ha sido la organización de la cantera que poco a poco se fue forjando. La realidad que tenemos ahora es que hay en el equipo gente desde los seis hasta los cuarenta años. Eso es más digno de exaltar que las copas que gané yo».
Pese al debate de la profesionalización de este deporte, en el partido contra Samoa, que se jugó el pasado 24 de noviembre hay tres jugadores que se han formado en el club, con su primera experiencia en División de Honor en Cisneros. Esto les sitúa como el club de España que más está haciendo por formar al jugador nacional. La ventaja del modelo amateur es que apoya la formación de los jugadores. El desarrollo académico y deportivo les convierta en el principal aporte para crear deportistas de la selección nacional.
Se puede concluir que el Cisneros es un fenómeno social, un colectivo en el que todos disfrutan del rugby participando de esta experiencia desde la perspectiva de jugador, padre, directivo, fisioterapeuta o delegado. En el momento que este conglomerado se profesionaliza, la situación cambia y se hace difícil manejar un club de este calibre. Todo esto ha conseguido asentar las bases para que tengan un equipo en cada una de las categorías del rugby español, incluida la sección femenina en División de Honor.
Pertenecer a este club marca de por vida y de forma muy personal a sus integrantes, no se centra únicamente en la parcela deportiva. Por eso, cada uno entiende el rugby del colegio de una forma exclusiva, desde Laura que lo define como un «proyecto de Madrid que acaba convirtiéndose en un plan de vida», o Daniel Vinuesa, que lo lleva al terreno didáctico y formativo: «Una escuela de vida». Guillermo creció y maduró porque Cisneros es «ambicioso y autoexigente», aunque también se puede ser más entusiasta como Gonzalo: «Pasión y familia».
Cisneros ha conseguido ser una academia de formar personas, una institución deportiva que tiene como principal objetivo acompañar a los jugadores y jugadoras en su desarrollo personal sin dejar de lado la ambición de salir el domingo a ganar el partido. Siempre bajo la mentalidad que reza el lema del club: «No parar hasta conquistar».