El fantasma del Centro Acuático junto al Wanda Metropolitano
Hectáreas desoladas, máquinas paradas y silencio total. Solo los gritos de los aficionados rojiblancos son capaces de llenar su nuevo estadio un día de partido, pero no logran hacer lo mismo con el vacío que inunda el edificio vecino y sus terrenos aledaños. Frente a la nueva casa del Atlético de Madrid, instalada en la antigua Peineta, se presentan dos escenarios bien distintos. A la derecha, el actual, renovado y luminoso estadio rojiblanco: el Wanda Metropolitano. A la izquierda, en cambio, una suerte de inmueble a medio construir que se reduce a unas ruinas de nadie.
La esperanza de albergar los Juegos Olímpicos en la capital se esfumó cuando ese puesto fue arrebatado por Londres en 2012, Río de Janeiro en 2016 y Tokio en 2020. Y con la ilusión, también desapareció la posibilidad de recibir un dinero extra que ayudara a la ciudad a disminuir la deuda de más de siete mil millones de euros que acumulaba por entonces.
El Ayuntamiento dibujó en el aire una Villa Olímpica que nunca ha llegado a hacerse realidad. Lo que comenzó como un sueño, se transformó en un gran «Elefante Blanco». Este nombre lo usa el Comité Olímpico Internacional para definir las enormes instalaciones que se quedan sin uso después de los Juegos. Sin embargo, el que iba a ser el Centro Acuático y otras instalaciones de la ciudad acabaron por conocerse así pese a que Madrid ni siquiera ha organizado las Olimpiadas alguna vez.
La utópica «Ciudad del Agua»
Alberto Ruiz-Gallardón (alcalde de Madrid entre 2003 y 2011) denominó a la fallida Villa Olímpica madrileña como la futura «Ciudad del Agua». Se preveía que el complejo contara con cuatro piscinas, además de controles de climatización, tratamientos de aguas y uso de energías renovables, ya que estaba pensado para albergar las pruebas de natación, saltos y waterpolo de las tres frustradas candidaturas olímpicas de la ciudad.
Diseñado por el arquitecto Juan José Medina, el Centro Acuático se distribuye en tres grandes bloques. En total, 120.000 metros cuadrados de superficie que han quedado a medio construir. Desde la acera de uno de los laterales del edificio se puede observar el socavón ya terminado -iba a convertirse en la piscina olímpica- y las gradas que rodean el enorme agujero. Al acercarse, tras las cristaleras azules se vislumbra una escalera que conduce a los vestuarios subterráneos y demás instalaciones interiores. Una imagen fantasmagórica que plasma la situación de dejadez de toda la edificación.
La legislatura posterior a la de Gallardón, con Ana Botella al frente de la alcaldía, se centró en reordenar el terreno una vez descartado el proyecto olímpico. Su intención era dedicar 300.000 metros cuadrados a zonas verdes y casi 550.000 metros a equipamientos, entre los que se encontraban la antigua Peineta y el Centro Acuático.
Inversión millonaria
Al comienzo de las obras, en 2004, el presupuesto inicial era de 137 millones de euros pero, con el tiempo, ha llegado a acumular un sobreprecio del más del 40%, elevándose así a 192,5 millones. Y eso que las obras aún están a medias. El Ayuntamiento se ha gastado ya 89 millones en el Centro Acuático y se calcula que la construcción, según publicó el diario ABC en 2015, costará un total de 206 millones.
Además, el periódico Diagonal denunció que, desde que se pararon las obras en 2010, las empresas Dragados y Construcciones Ortiz han seguido cobrando por las labores de mantenimiento y vigilancia de las instalaciones.
Un esqueleto de mano en mano
Ningún proyecto ha llegado a buen puerto. Y ahora ni el Ayuntamiento ni el Atlético de Madrid se deciden. El primero no acaba las obras de un «Elefante Blanco» que ha sido reducido a un simple esqueleto y el segundo rechaza adquirir dicho terreno a pesar de que el año pasado sí parecía interesarle.
Al principio, el espacio destinado al proyecto olímpico era propiedad de Madrid Espacios y Congresos (Madridec). Tras su quiebra en 2013, fue el propio Ayuntamiento quien se hizo cargo de él. Finalmente, las obras se abandonaron en 2010 tras el primer «fracaso olímpico» en la ciudad, dejando la instalación totalmente descuidada.
Con la llegada al gobierno madrileño de Manuela Carmena parecía que cambiarían las cosas. Algo que no logró Botella pero sí la actual alcaldesa fue llegar a un acuerdo con el club colchonero para que este creara su ciudad deportiva. Se presentó la esperanza de reconvertir el espacio y darle un uso privado y mixto para que también lo pudieran disfrutar los ciudadanos. El club se comprometió a construir un complejo de oficinas y residencias de jugadores, además de un gimnasio para los vecinos del barrio. «A mí me parecería muy buena idea que se haga algo en beneficio de los vecinos y que todos lo podamos utilizar», opina Teresa, una vecina del barrio de toda la vida. «No solo quiero que hagan algo público, sino de utilidad después de tantos años teniendo nada más que un desierto», argumenta Tomás, otro vecino al que le gusta caminar cada tarde por el recién reformado tramo de paseo.
Sin embargo, el Atlético de Madrid fue perdiendo poco a poco el interés y puso el foco, sobre todo, en su nuevo estadio, olvidando los terrenos contiguos. Tampoco tuvieron resultados los intentos del Área de Desarrollo Urbano Sostenible y los responsables del distrito, con Marta Gómez Lahoz al frente, de presionar al club para que aceptara una concesión o derecho de uso para gestionar el espacio. Así, los planes de Carmena se tornaron humo. Tras la inauguración de la nueva casa de los atléticos, el bloque sigue en ruinas y a la deriva.
El futuro se presenta incierto. Madrilánea no ha obtenido respuesta al preguntar al Consistorio por los planes venideros o la existencia de alguna propuesta firme que acabe de una vez con una edificación y una parcela abandonadas.
Un uso improvisado
Muchos viandantes se paran cada día frente al alambrado que rodea el enorme descampado. Son personas que salen de paseo con sus perros y abren una de las vallas que ya está forzada. «Es un espacio sin nada, sin obstáculos, y es ideal para poder soltar a los perros», opina una mujer sosteniendo la correa de su pequeño y peludo can. «Además, es seguro porque con las vallas no hay peligro de que se escapen a la carretera», afirma.
No solo los transeúntes se «cuelan» en la explanada. También los conductores, en especial los días de partido en el Metropolitano, abren la verja y rompen el cordón policial. Así, dejan su vehículo dentro del recinto sin tener que pagar por el parking o quebrarse la cabeza intentando buscar aparcamiento por el barrio.
El espacio se ha convertido en un montón de tierra donde crecen de forma salvaje la hierba y los arbustos que nadie se encarga de cuidar. Botellas de plástico y otros desperdicios se encuentran desperdigados por el descampado tras las vallas de alambre. Por eso, muchos son partidarios de que se acondicione para poder disfrutar de un «espacio verde, natural, que compense un poco la masiva edificación», como asegura una joven.
El barrio está dividido. Mientras unos vecinos creen que, después de todo, las futuras infraestructuras serán beneficiosas para la comunidad, otros están cansados de tantas obras y quieren que acaben cuanto antes. Desde que comenzó su mandato, Carmena no ha dejado de proponer planes y cambios en el mobiliario urbano, como su proyecto para Plaza de España o la actual reforma de la Gran Vía, y muchos madrileños se quejan de los tiempos y los costes que algunos tildan de «innecesarios».
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