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«Los ángeles de la guarda existen»

Los voluntarios Maite Galdón y José preparan el almuerzo. Fotos: M. Dorado
Los voluntarios Maite Galdón y José preparan el almuerzo. Fotos: M. Dorado

La Casita de Fuenlabrada es más que un comedor social, es un refugio donde personas sin hogar o con escasos recursos reciben, además de alimento, protección y afecto. Tras sus muros, se esconden muchas historias y, ninguna feliz. Un desahucio, un negocio que se va a pique, un divorcio, un problema con el alcohol o las drogas, una situación de maltrato… son diversas las causas que les conducen hasta este sitio, pero todos tienen algo en común: el profundo agradecimiento que sienten hacia los voluntarios que desinteresadamente dedican su tiempo a servirles un plato de comida en la mesa de lunes a viernes.

Hace 25 años, cuatro mujeres del pueblo y un sacerdote pusieron en marcha este proyecto con la intención de ayudar a los más desfavorecidos. Iniciaron su andadura en la calle de la Lechuga, en un piso pequeño cuyo alquiler les costaba 30.000 pesetas. Sin embargo, muy pronto se trasladaron hasta el número 20 de la calle Constitución –donde permanecen– después de que un matrimonio de Fuenlabrada, que prefiere mantenerse en el anonimato, les cediera esta casa de manera altruista y sin cobrarles nada por su uso. Se trata de un espacio muy amplio, que consta de tres almacenes, una cocina, dos baños y dos patios.

El corazón del comedor social

Maite Galdón, la responsable de La Casita, lleva media vida ayudando a los demás. Empezó como voluntaria hace 20 años, en un momento en el que el perfil de las personas que acudían al comedor no tenía nada que ver con el de las que vienen ahora. «En un principio, cuando yo comencé, había muchos drogadictos y pensé que no iba a aguantar mucho en este lugar. Y, sin embargo, aquí sigo. Me encanta esto y mis compañeros son todos maravillosos», expone.

Un breve silencio. Con los ojos vidriosos y la voz quebrada salen de su boca tres palabras muy difíciles de pronunciar para ella: «Voy a dejarlo». Completamente emocionada prosigue: «Me tenía que ir algún día, alguien tiene que coger el relevo. Voy a seguir viniendo, pero solo un día en semana. Me duele y ya lo echo de menos. Siento mucha satisfacción de que mi familia [su hermano coopera con el comedor] esté implicada porque les gusta tanto como a mí. Que vayas por la calle, los veas, te saluden y te den dos besos, es muy bonito». De repente aparece Pepe, otro de los voluntarios, y con un gesto cariñoso dice: «Los ángeles de la guarda existen. Uno se da cuenta en cuanto ve a Maite».

Maite Galdón, responsable de La Casita, ha dedicado media vida a ayudar a los más desfavorecidos
Maite Galdón, responsable de La Casita, ha dedicado media vida a ayudar a los más desfavorecidos

No es la única que se ha involucrado en este proyecto, hay otros 21 voluntarios –cada día atienden cinco de ellos– que se esfuerzan por que todas aquellas personas que llegan al comedor se sientan arropadas y escuchadas. Cada vez hay más gente joven que quiere colaborar. Por ejemplo, durante el verano asisten estudiantes procedentes de institutos y universidades. Asimismo, en estos momentos, Galdón subraya que hay lista de espera para poder cooperar con ellos.

Mientras Galdón relata a Madrilánea cómo es la vida en La Casita, dos niños pequeños entran en el local acompañados de su madre, Vanessa, que ayuda desde hace un año y medio en el comedor social en su tiempo libre. Al rato, sus hijos salen de la cocina – donde Montaña y José atienden los fogones- con unos platos y empiezan a colocarlos en las mesas, preparando todo para el almuerzo que da comienzo a las 12:30 horas. Esta escena tan bonita se repite cada vez que los niños no tienen colegio. «A mí me gusta que vean que hay gente que necesita ayuda y, sobre todo, que se involucren con estas causas», declara Vanessa a la vez que prepara los bocadillos que les darán a los asistentes al finalizar la comida para que tengan algo para cenar.

El desayuno ha terminado a las 10:30 horas. En la cocina, Pepe prepara el cocido con mucho mimo. Es maestro en un colegio de Orcasitas (Madrid), pero actualmente solo va tres días en semana. «Amo profundamente la enseñanza y esto es una continuación. Quería atender a gente más necesitada. Cuando vienes aquí te das cuenta de lo privilegiados que somos todos los que tenemos un trabajo, los que comemos día a día», manifiesta.

Pepe colabora con este proyecto social desde septiembre

Todos coinciden en que lo más duro de trabajar en el comedor social es ver los semblantes tan tristes de los que acuden. Galdón explica lo frustrante que es «cuando una persona te cuenta su problema y no puedes hacer nada por ella. Les coges mucho cariño a todos». Al final, no es únicamente servirles el desayuno o la comida, sino que también intentan en la medida de lo posible mejorar su calidad de vida.

Precisamente por su labor caritativa, el pasado mes de abril todos estos voluntarios recibieron el premio Mujer Trabajadora de la Asociación Mujeres en Igualdad de Fuenlabrada. Y el próximo martes 18 de diciembre, la Policía Local les va a otorgar una mención especial en la Junta Municipal de Distrito de Loranca, Nuevo Versalles y Parque Miraflores.

Refugio para 50 personas

Alrededor de 50 personas acuden cada día a comer a La Casita, la gran mayoría españoles y tan solo seis inmigrantes. Aunque esta cifra es variable, nunca son menos de 40. Para muchos, la esperanza hace tiempo que se esfumó de sus vidas, la crisis económica les golpeó cruelmente y luchan cada día por salir del agujero negro en el que se hallan.

Galdón revela que a partir de la recesión todo cambió, de tal forma que incrementó el número de familias españolas que perdieron todo lo que tenían y muchos inmigrantes volvieron a sus países ante la falta de oportunidades de obtener un empleo aquí. «Hay personas que se quedaron en el paro, que ya no han vuelto a encontrar trabajo y necesitan venir al comedor. Hay algunas familias formadas por cuatro o cinco personas, en las que solo trabaja uno de los miembros y con ese sueldo solo les da para pagar el alquiler o la hipoteca», cuenta. Por otro lado, asegura que aquellos que se benefician de este servicio no cobran ninguna ayuda o paro. «Cuando alguien viene nuevo nos tiene que traer un justificante que acredite que no percibe una prestación por desempleo, algún papel que demuestre que está siendo atendido en Servicios Sociales o el tipo de ayuda que recibe».

Aurora Lucrecia Lema y su marido sobreviven con una pensión ínfima
Aurora Lucrecia Lema y su marido sobreviven con una pensión ínfima

Aurora Lucrecia Lema, de 69 años, y su marido, de 72, llevan tiempo asistiendo a La Casita. «Tengo una pensión de 95 euros al mes y mi esposo de 360 euros. El alquiler de la habitación son 350 euros, por lo que no nos alcanza. Yo le doy gracias a Dios por poder venir aquí, porque de no ser así no sé cómo íbamos a sobrevivir», narra Lema entre lágrimas. Hace 18 años que recalaron en España en busca de un futuro mejor, pero sus planes no han salido como esperaban. «Sigo aquí por mi enfermedad, tengo problemas de circulación de la sangre, si no me hubiera vuelto a Ecuador. Mi hijo se murió allá con 41 años, porque no me lo pude traer. Dejó cuatro niñas huérfanas y a otro en camino», lamenta.

Hay personas que acuden desde hace doce o catorce años al comedor y que «son como de la familia ya», expresa la responsable de La Casita. «Algunos no tienen familia y dos de ellos sí que la tienen pero no quieren saber nada de ellos. Hay dos con antecedentes penales y otros que no tienen domicilio y viven en la calle entre las naves, pisos y casas desocupadas, cajeros y salas de espera del hospital», señala. Ángel ha pasado trece meses durmiendo entre cajas o en una furgoneta, según la temporada. «Me separé de mi mujer y me quedé con lo puesto. Perdí mi trabajo y ya no levanté cabeza», manifiesta.

Ángel lleva un año acudiendo al comedor
Ángel lleva un año acudiendo al comedor

Un municipio solidario

La Casita subsiste, fundamentalmente, gracias a la generosidad de los vecinos de la localidad. Galdón comenta que «se sienten muy arropados por Fuenlabrada, con nosotros es muy solidaria siempre. Cualquier cosa que necesitamos, están ahí para echarnos una mano». Asimismo, desde el ayuntamiento se les da una subvención de 5.000 euros al año. No obstante, se queja de que no es suficiente para cubrir todos los gastos fijos (luz, agua, gas y teléfono) que tienen al mes, que ahora mismo ascienden a 1.100 euros.

Desde el año pasado, la Policía Nacional de la localidad organiza una carrera solidaria con el objetivo de recoger leche y aceite para el comedor social. En esta convocatoria, que tuvo lugar en octubre, han reunido un total de 4.500 litros entre los dos productos.

La Caixa ha sido uno de sus grandes benefactores, ya que su aportación les permitió remodelar la cocina y los espacios destinados a almacenar los alimentos, además de regalarles la furgoneta con la que los recogen. «Así que les queremos un montón», cuenta entusiasmada Galdón. Otra empresa de Fuenlabrada, Construcciones Herrero, les donó también los materiales para iniciar las obras de la nueva cocina y los baños. Desde entonces, La Casita abre sus puertas a aquellas personas que viven en la calle y necesitan un lugar donde mantener su higiene íntima. «Pueden venir a ducharse de lunes a viernes. Nosotros les damos el gel, el champú, la toalla, una esponja desechable, cuchillas de afeitar, etc. Pueden venir las veces que quieran y cualquier día de la semana», señala Galdón.

Después de los desayunos, los voluntarios preparan las mesas para la comida que empieza a las 12:30 horas
Después de los desayunos, los voluntarios preparan las mesas para la comida que empieza a las 12:30 horas

El supermercado Froiz, ubicado en la zona del Hospital de Fuenlabrada, les proporciona desde hace tres años los alimentos que tienen una fecha de caducidad próxima. «Nos dan, sobre todo, postres. Eso nos está ahorrando un dinero tremendo, porque tenemos postre todos los días gracias a ellos», refiere la responsable de La Casita.

En la carnicería de José A.N., situada en la plaza de España del municipio, tienen una cuenta abierta. Así, los ciudadanos pueden ingresar dinero en ella, que después se les descuenta a la organización en las compras que hacen. Tanto el pan –que procede de Humanes– como el embutido –de un local de Griñón– se lo dejan a un precio especial por tratarse de un comedor social. En todos estos lugares, Galdón comenta que tienen la facilidad de aplazar el pago para más adelante, si hay un mes en el que no disponen de liquidez.

Campaña de Navidad

La Navidad es la mejor época para el comedor social. «Con la operación kilo de los colegios, recogemos cerca de 6.000 o 7.000 kilos de alimentos no perecederos», expone Maite Galdón. Con estas colectas consiguen aguantar hasta el año siguiente. En Fuenlabrada, participan un total de catorce colegios. Si bien, también hay un centro educativo de Aravaca, Los Robles, que colabora en esta campaña debido a que uno de sus profesores trabajaba en el municipio y conoce la iniciativa.

Fachada del comedor social La Casita
Fachada del comedor social La Casita

Por su parte, el medio digital Fuenlabrada Noticias y el bar Daytona han organizado por segundo año consecutivo una recogida de dulces típicos de estas fechas –turrón, polvorones, mantecados o peladillas– para La Casita.

La peña taurina «Hermanos Fundi» ha convocado un partido de fútbol el día 22 de diciembre en el campo de La Aldehuela a beneficio de la asociación sin ánimo de lucro. Todos los alimentos que donen los asistentes serán entregados íntegramente al comedor. Otro acto solidario programado con el mismo fin es el festival que celebrará la escuela de baile Danzalmar el domingo 23 de este mes.

Diciembre está repleto de eventos benéficos. Es un mes en el que los ciudadanos se vuelcan con causas humanitarias, pero una vez se dan por finalizadas estas fiestas los más desfavorecidos vuelven a ocupar un segundo plano en la sociedad. Sin embargo, La Casita cuenta con el apoyo de los vecinos de Fuenlabrada durante todo el año y, sobre todo, con la entrega de sus voluntarios que cada día contribuyen a mejorar las vidas de las personas en riesgo de exclusión social que acuden hasta allí.

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