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Un «hogar de oportunidades» contra el frío de la calle

A partir de la izquierda: Adrián, Jesús, Leo, Adams y Ilias (Foto: Camila Alvarenga)
A partir de la izquierda: Adrián, Jesús, Leo, Adams y Ilias (Foto: Camila Alvarenga)

Autores: Manuel Garrido y Camila Alvarenga

Hace un mes, Leo no tenía hogar. Tiene 23 años y es el mayor de cuatro hermanos, que junto a su madre permanecen en Colombia. Huyó de allí con la esperanza de ahorrar el dinero suficiente para volver al país y construir una casa para su familia. Ellos desconocen las noches en las que alternó el metro con los parques de la calle como cama. Ahora, Leo recibe a Madrilánea en la puerta de su nueva casa, de apariencia renovada, en el barrio de Chueca. Allí convive con otros siete chicos; es el «hogar de oportunidades» del padre Ángel, aclimatado para acoger y ayudar a jóvenes en situación de vulnerabilidad trabajando su reincorporación sociolaboral.

La decoración de la casa está concebida para motivar y acompañar emocionalmente a los jóvenes, explica Leo mientras nos conduce por los pasillos de la vivienda, a modo de tour. Es como si Mr. Wonderful se hubiese recreado en la distribución de los cuadros que engalanan la corteza nívea de las paredes de la casa con frases del tipo: «Vive la vida con ilusión» y «No tengo un nuevo camino, sino una nueva manera de caminar».

La decoración del piso fue pensada para motivar a los chicos (Foto: Camila Alvarenga)
La decoración del piso fue pensada para motivar a los chicos (Foto: Camila Alvarenga)

Leo es el que más tiempo lleva en la casa. Dos días más que Jesús, quien también tuvo que dejar a su familia en su país natal, Venezuela. Antes de llegar a Madrid, Jesús, que es abogado y lleva casi dos años en España en condición de refugiado político, estuvo en Cádiz, «porque allí era mucho más fácil lo de tramitar los papeles».

Huyó de su casa por la situación política en la que se encuentra Venezuela para poder ayudar en la distancia a su familia. «Mi hermano está estudiando, mi papá tratando de sobrevivir a todo lo que está pasando, cosa que es difícil porque antes éramos clase media, no teníamos ni mucho ni poco, pero ahora ya no existimos». Sueña con poder ahorrar el dinero que en la actualidad gana como cajero de un supermercado para poder sacar de allí primero a su hermano y a sus padres, en segunda instancia.

Los dos tienen la esperanza compartida de volver un día a sus casas. «Jamás pensé que iba a extrañar ver el techo de mi cama al despertarme y perderme el privilegio de escuchar a mis padres discutir en el salón», nos confiesa un Jesús visiblemente emocionado. Duele la Navidad cuando estás a solas lejos de casa, por eso es tan especial que en esas fechas familiares alguien te preste cobijo. Hasta estas navidades, cuando un amigo le ofreció un sitio en la mesa, la soledad le había robado la Nochebuena. El hecho de «sentarte en una mesa, sin muchos lujos, y sentir que alguien te habla, escuchar un “si hay un plato, sirve para dos”, fue algo que me hizo recuperar el sentido», nos cuenta.

Sinhogarismo

En España se estima que más de 30.000 personas sufren sinhogarismo. De estas, cerca del 40% son inmigrantes, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). La demanda supera el número de plazas ofertadas, en años anteriores no se ofrecieron más de 20.000 plazas diarias en centros de acogida, de los que solo un 34% están orientados a atender inmigrantes y refugiados.

Por su objetivo, el piso donde viven Leo, Jesús y sus compañeros recibió el nombre de «hogar de oportunidades» (Foto: Camila Alvarenga)
Por su objetivo, el piso donde viven Leo, Jesús y sus compañeros recibió el nombre de «hogar de oportunidades» (Foto: Camila Alvarenga)

Teniendo en mente estas cifras, la estadía de estos jóvenes en el «hogar de oportunidades» se limita a un periodo máximo de un año, flexible y renovable siempre que su situación sociolaboral no se haya arreglado. «No se les pone en la calle, cada persona es diferente. Y cuando sale uno, entra otro», explica Lucía López Alonso, jefa del departamento de prensa y comunicación de la Fundación Mensajeros de la Paz. Para entrar en la casa, hay una lista de espera.

Para amenizar la convivencia, facilitar su integración y optimizar su autonomía en la vida real los responsables del proyecto, como Álvaro Suárez, psicólogo y director de la iniciativa —que vive con ellos—, han ideado una serie de normas que los chicos aceptan a su pesar. Cada semana tienen que responsabilizarse de las tareas domésticas de la casa. Por ejemplo, esta semana Leo se encarga de la cocina, lo que significa que tiene que preparar la comida, servirla y fregar los platos todos los días. A Jesús, por otra parte, le toca limpiar uno de los dos baños del piso, el otro es responsabilidad de Ilias.

Pero no todo son tareas. Los chicos también disfrutan de momentos de ocio y se les suministran ventajas acorde a sus necesidades, desde darles un móvil a apuntarles a clases de informática, inglés o castellano. Es español lo que necesita aprender Adams Hemisu, de 24 años, que vino de Ghana y solo habla inglés y francés. Aunque desconoce el idioma, está seguro de que pronto lo aprenderá.

Adams se vio obligado a dejar su país en busca de mejores oportunidades en España. De los españoles, especialmente de los voluntarios mensajeros de la paz, opina que son «perfectos», pero no hay día que pase sin que recuerde a su madre y a sus dos hermanas. «Pienso en ellas todos los días. Vivir lejos de tu familia, principalmente de tu madre, es lo más difícil que hay, pero hay que superarlo».

Lo que les ayuda a sobrellevar la nostalgia es el hecho de que son una familia; ellos y todos los voluntarios que día a día realizan una labor impagable. «¿Qué podemos pagarles nosotros a ellos? Nada, no sabemos cómo retribuirles. El hecho de que vengan y ocupen su tiempo con nosotros, que es tiempo que podrían estar en su casa, se agradece muchísimo», sentencia Jesús.

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