El «arte andino pop» llega a Malasaña
Autores: Manuel Garrido y Mónica Gail
En Malasaña la cultura es la norma. La agenda artística en la espina dorsal de la bohemia madrileña no descansa ni uno de los 365 días del año. La Movida madrileña asentó sus cuarteles y todavía hoy se respira ese ambiente juvenil de rebeldía y excesos, de noches en las que el alcohol es la receta contra el mal de auroras. Al transeúnte el despliegue diario de arte callejero le ameniza el paseo y la mirada, de ahí que el trasiego de personas a deshoras haga de la vida vecinal un deporte de riesgo. Malasaña nunca duerme y la factura que deja en los vecinos son un par de insomnios al mes y plomo en los párpados a la hora de comer. Malasaña tampoco olvida su pasado de camaradería poética y artistas marginados, por eso a día de hoy hay quién se resiste a perder ese romanticismo y sigue profesando un tipo de arte intramuros. Porque el arte también lo encontramos de puertas para adentro.
Fuencarral, 60, es la sede mundana de la Universidad de Bellas Artes. Allí convive Augusto Mendoza Mendieta, artista contemporáneo boliviano, con tres personas más y una gata que sufren cada día su desorden creativo. Los cuadros invaden todos los rincones de la casa, incluso la cocina.
Bajo el pseudónimo de Gutu Ajayu, Mendoza explora un «arte andino pop», que consiste en mezclar simbología de su tierra, precolombina, con street art y arte pop, que es más contemporáneo. «Así muestro mis raíces de una manera más actual».
Mendoza cruzó el Atlántico por el amor de una mujer y se quedó por amor al arte. Pasó un año de su vida en Francia antes de embarcarse en un avión parisino destino Madrid. De la ciudad chulapa piensa que es «una meca cultural» y «la capital del país más rico de todo el mundo iberoamericano».
Augusto Mendoza tiene el privilegio de vivir del arte y no hay obra que no venda, cosa de la que muy pocos pueden presumir. En el mundo «solo un 5% de las personas que se dedican al arte pueden vivir de ello». Su especialidad es la pintura, casi «jeroglífica», a la que dedica más de seis horas diarias. Lola, su gata, es testigo de ello. No hay día que pase sin que le brinde su abrazo felino antes de sumirse en su universo creativo: «Ella me acompaña todo el tiempo». Para agradecérselo, el artista boliviano ha reconvertido la pared del salón en un mural en el que Lola es la estrella. En sus obras por manía o nostalgia repite siempre ocho símbolos: «Siempre uso los mismos, un gato, un corazón, un monigote, un sol, un helado, una espiral, una estrella y una flor». Es su particular forma de volver a la niñez. Otra peculiaridad suya es el hecho de incluir su Instagram (@guto_ajayu) y su marca personal (#LosAndesAreCool) en la firma de sus obras.
Mendoza compagina su faceta artística con la administración de una empresa de turismo de reciente creación, South America Expeditions, que organiza viajes de alta gama a Bolivia desde Europa. «Me ha ido tan bien en el arte que, gracias a él, he podido fundar esta empresa». No tiene más de dos meses de vida y ya ha organizado su primer viaje de lujo. «Creo que va a tener mucho futuro, porque el turismo de Bolivia aquí es algo virgen».
«A diferencia del arte europeo, que tiene influencia griega y renacentista, las culturas animistas, como la andina, la mexicana o boliviana, tienen una conexión con la tierra, son parte de un todo y piensan en colectivo», explica Mendoza. «La filosofía, el discurso y los colores son diferentes». Así, sus obras siempre tienen colores más «chirriantes», más dinamismo.
Hace un año le fichó la galería Yuri López Kullins (YLK) y con ella espera sacar para octubre una colección de 30 obras grandes —de hecho, una de ellas que mide 1 x 2,5 metros llega hasta el techo de su casa. La temática de la exposición serán las fieras andinas, típicos animales de la zona como serpientes, pumas, llamas o cóndores. Este joven fantasea con la idea de ir un día a ARCO como artista invitado, pero de momento se conforma con ir como visitante: «Ojalá exponer allí. Solo voy a ir el primer día, que es para profesionales. Es el día ideal para hacer contactos».
Su meta profesional está en París. A Bolivia solo piensa volver por vacaciones, pues asegura que el mercado allí es inexistente. Más allá de su familia no hay nada que le ate a su país y así, puede rendirle el merecido homenaje a su tierra exportando su arte a otros lugares del mundo.