Miguel ya no dibuja papel moneda
«Sin la existencia de las copias, no entenderíamos los originales»
Copia certificada (Abbas Kiarostami, 2010)
«Joe Gould es un hombrecillo risueño y demacrado que desde hace un cuarto de siglo goza de notoriedad en cafeterías, comedores, bares y tugurios de Greenwich Village»
El secreto de Joe Gould (Joseph Mitchell, 1942 & 1964)
Parte I
De aquí no me piro
Miguel observa –por capricho periodístico– Espíritu valiente, pintura de Carmen Santaya expuesta en la biblioteca Miguel Hernández (Collado Villalba). «Es la representación del uro», explica. Menciona que Lorca y Hemingway echaron un capote literario al toro. Le disgusta cómo mataba Curro Romero; él prefiere la brevedad: «Bastante ha sufrido ya». Es febrero, miércoles y noche de copa & clásico, pero pasa del fútbol. Tampoco es que le espere alguien en ¿casa? para verlo. Ahora se gana poca vida colocando mesas y sillas de la terraza del 100 Montaditos de la calle Batalla de Bailén, pero durante «casi ocho» años recorrió todos los pueblos de la Sierra de Madrid con la ganadería Adolfo Martín, sobrino de Vitorino. «Un toro bravo. Todo el veraneo». La boina que viste recuerda a dicha época.
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Miguel, que cumplirá 60 años el próximo 6 de octubre, es conocido –aunque sea de vista– por todo aquel asiduo a la biblioteca. «Es mi lugar, mi zona… más o menos». Es también su única vía de contacto: ni móvil ni correo electrónico. «A no ser que me atropelle un camión». Allí, de lunes a lunes, lee y habla y fuma (nada de tabaco de liar) con estudiantes de «todo pelaje», desde «el que viene al postureo y ligoteo» hasta el aplicado. En febrero estaba leyendo El golpe posmoderno. 15 lecciones para el futuro de la democracia (Daniel Gascón), sobre el independentismo catalán. Lo guarda en una taquilla que la propia biblioteca le presta. Eh, que se considera «apolítico». La novela de evasión no es lo suyo… «Bueno, de vez en cuando alguna cosa ligera…»… así que opta por lo histórico y biografías de personalidades de la II Guerra Mundial como Churchill o Hitler.
Antes, en la Miguel Hernández, dibujaba papel moneda. Cuenta que estudió grabado y dibujo en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. «Empecé a reproducir un billete de un dólar y continué. Tengo de todos los laos. Creo que son unos seiscientos y pico billetes hechos a mano y bolígrafo sobre papel normal». Del dólar de George Washington pasó a los cien de Benjamin Franklin. Miguel entregó sus grabados a Natalia González Pereira, una estudiante de química a la que conoció en esta biblioteca; ahora están guardados en casa de sus suegros, en Villalba. ¿Acaso no quiere volver a verlos? «En el momento en el que se lo pida…, me lo trae. Pero es una cosa que está allí ya. Últimamente está uno con falta de ganas».
–¿Te consideras un artista?
–Soy un principiante de todo.
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Dice vivir solo («mejor que mal acompañado») en Villalba y, a sus 59, por pura obviedad, ya ni le preocupa encontrar un trabajo estable («Visto cómo cogen a la gente joven, con esos contratos basura, de periodo de formación, de tres meses, ¿cómo van a coger a alguien con mi edad?»). Su secreto: «Tengo un poquito de dinero por ahí…».
–¿Tienes teléfono móvil?
–No, el que quiera buscarme, que me busque. Este trasto sólo sirve para irse al monte, perderse y, en caso de emergencia, usarle [sic]. Pero no para ir andando por la calle como van algunos. A ver si un día abro todas las alcantarillas de Villalba y hago la estadística de cuántos caen. Toda la gente va pendiente del jodío artilugio.
–¿Y si alguien quiere contactar contigo?
–¡Que me busque! Ya sabe dónde estoy. De aquí no me piro.
–¿Tienes teléfono fijo?
–No. Yo soy de plumilla y bolígrafo. Todo lo demás es invento de Satán.
–No escribirás cartas…
–Pues sí. Las últimas que mandé fue a una chica que estaba estudiando filología al lado de Bolonia (Italia). Nos escribíamos hace dos o tres años. No pasó nada más que de la escritura.
–¿Llevas mucho tiempo viviendo solo?
–Desde 2003.
–¿Te gusta la soledad?
–Te habitúas. No te desesperas. Tienes tus márgenes, tu comportamiento, tus normas. Y de ahí también se crea un mundo. La soledad, a veces, es necesaria. Eso de estar saturao y oyendo voces y bronca todo el día, pues no.
–Un día metido en casa, ¿imposible?
–¡No! Tengo que moverme, hablar, interrelacionar.
–¿Y tienes televisión?
–Sí, por desgracia… Si hay alguna película o documental, aguanto, pero no suelo ver Cuarto Milenio, lo siento por Íker [Jiménez]. Sobre todo, western o de acción; pasar esa horita y media o dos horas a gusto, sin tener que quemarte. No me gusta el cine francés denso, pesao, que tienes que masticar…
–¿Te gusta la música?
–Depende. Soy muy cerrao en ciertas cosas; me gusta más la folk, la gaélica… De vez en cuando algún grupo de los 60-70, tipo Beatles, de cuando era chiquilindrajo.
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Miguel ha sido testigo de las últimas décadas de Villalba. «Cada vez está peor, más guarro». Pero «siempre ha habido bronca y fiesta». No hay vida social («Te conoces a cuatro ya») ni sentimiento de comunidad («Obligan a ir cada uno a lo nuestro»), aunque formó parte del Movimiento 15M en la localidad allá por 2011. Hasta que se hartó del egoísmo general. Se muestra incluso crítico con el personal de la Miguel Hernández («Por algunos, ¡cerraban hasta los servicios!»). Sí tiene buen recuerdo de los paleolíticos cines del Canguro y del Zoco en plena calle Real. Hace mucho que no se acerca a El Gorronal, «el Bronx de Villalba»: «Fue y es un barrio de inmigración. Primero vino gente a [la fábrica de piezas] MADE, luego a trabajar en la construcción…».
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–Miguel, ¿cómo te apellidas?
–Del Barrio.
Parte II
Le conocí dibujando
«Miguel es una persona muy querida por el pueblo. Le conoce todo el mundo, el Ayuntamiento, la Policía… Está blindado por todos». Quien habla es Natalia González Pereira, la exestudiante de química. Han pasado más de dos meses desde que desayuné con Miguel un domingo y le fotografié el siguiente miércoles. Ahora es primavera, abril, y a veces le pillo por Batalla de Bailén sin boina; se ha cortado el pelo. «Le conocí dibujando cuando yo tenía 17 años y estaba en segundo de Bachillerato», recuerda la joven de ahora 26. «Para él, mi novio Yago y yo somos sus hijos. Le hemos cuidado…, pero mucho, mucho, mucho».
La pareja y una amiga solían ir a la Sala 24 Horas de la Miguel Hernández. «Siempre le veíamos por la biblioteca y pasábamos muchas horas alrededor de él, solos los cuatro en la sala. Al final nos hicimos sus amigos, pero “sus amigos” de haber estado con él en todas». Natalia no se olvida del rincón de Miguel: al fondo en la esquina de la derecha. «Siempre que íbamos, él nos guardaba el sitio. Cuando llegábamos, él estaba estudiando; se levantaba y nos dejaba el sitio. Decía “me voy a dar una vuelta”. Y además había gente esperando la cola para estudiar».
La conversación con Natalia sucede en casa de sus suegros, Encarna y Rafael, en Villalba. Son ellos quienes desde hace 3 ó 4 años han guardado dos tomos con los dibujos de papel moneda que realizó Miguel. Son billetes de todo país (Paraguay, Sudáfrica, Brasil, Namibia, Madagascar…) y época, como la reproducción del de quinientas pesetas de Rosalía de Castro. «Esta mañana he estado con él y decía que éramos sus herederos; le dije que de eso nada», cuenta Rafael. Los dos volúmenes fueron un gesto de agradecimiento…, Miguel había pasado varias nochebuenas y años nuevos con ellos.
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–Encarna: Ahí tienes para ver lo que no hay en los escritos…
–Natalia: Son muchísimos, ¡y los que no habrá!
–Encarna: Y los que tendrá él…
–Natalia: A mí me dio más en un sobre. A la gente le hacía [papel moneda] personalizado con lo que él te veía. El mío era un laboratorio con una chica, pero el de mi compañera química, que tocaba el piano, era como una partitura de Bach… Tardaba más o menos una semana en hacer uno.
–Rafael: Se enteró de que Encarna era coleccionista de búhos y le dibujó uno.
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Miguel incluso dibujó a lápiz a Natalia y su novio Yago en la nieve. En blanco y negro.
–Rafael: Y quien les conoce, sabe que éstos son ellos dos. Natalia con su snow y Yago con los esquís.
–Natalia: Lo gracioso es que no nos ha visto [esquiando] en la vida ni habrá visto fotos… Pero él siempre sabía nuestra vida y todo lo que hacíamos. Cuando ya dejamos de ir un poco a la biblioteca… nos separamos un poco… pero es que antes todos los días comíamos juntos, nos tomábamos el café…
–Rafal: Nosotros llevábamos un bocadillo a Natalia y a Yago, y llevábamos otro para él.
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A Natalia le sorprendió que Miguel aceptase dejarse retratar por Madrilánea. «Es muy suyo. Muy reservado». Ella había intentado de todas las maneras visibilizar su obra: «Hemos intentado hacer exposiciones, que dé clases… le hemos dicho que si los vendía… No ha querido nada, nunca, en la vida».
–Natalia: Me acuerdo que le decía “¡Miguel, haznos encargos!” porque era un regalo precioso; le habíamos visto como cogía la cara de alguien y se la ponía en el billete… Pues nos mandaba a la mierda siempre.
–Encarna: Un billete de 500 euros con tu cara, ¡pues ya ves!
–Natalia: Eso del encargo… ¡A él no le molaba un pelo!
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Aunque Miguel sea «todo lo antisistema que puede», en palabras de Natalia; el internet y la fotocopiadora de la biblioteca sustituyeron a los libros de numismática para dibujar papel moneda. «Muchas veces no había para imprimir en color y entonces él se marcaba qué color iba en cada uno».
–Natalia: Lo hacía en papel a escala [natural] y luego lo recortaba. También tenía controlados los márgenes…
–Rafael: ¡Vamos! Menos el tipo de papel porque si no… te iba con el billete… [Se ríe]
–Natalia: Si no… hubiera sido falsificado total.
–Encarna: Si llegan a valer para pagar…
–Natalia: Cada cual es más bonito y algunos son superdifíciles. Hacía relieve y efecto agua… ¡Mira estas rayas! Es que es muy fuerte hacer eso con un boli. Yo, la mayoría de las veces, decía «esto lo hará con la regla» y luego lo hacía a mano… ¡Tenía un pulso! Entonces, claro, cuando perdió un poco… pues es una putada…
Miguel dejó de dibujar. «El problema fue lo de la vista… ¿Tú sabes la de horas que se tiraba? Día, tarde y noche; muy al detalle», rememora Natalia.
«Yo creo que a Miguel le vino mal no pintar; antes estaba mejor. A él le dio mucha pena. Lo intentaba y lo intentaba… pero no se veía. Y cuando [le] dedicas toda tu vida y de repente no poder… Además muchos le decíamos “¿Por qué no pintas?”; fue muy cuestionado durante mucho tiempo porque todas las generaciones que iban pasando le conocían por pintar y de repente no pintaba. Yo creo que nunca estás preparado para dejar de hacerlo… Además se puso malito y ya…».
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«Tendría que ir a verle más», comenta la joven.
–Natalia: A Miguel le gustan mucho más las mañanas que las tardes. Cuando voy a veces, no está.
–Rafael: Él se va pronto… Hoy me decía que acababa cansado con lo del 100 Montaditos…
–Natalia: Por la mañana es fácil pillarle, pero por la tarde ya no tanto. Yo me hago la ruta de siempre; miro a ver si está en su mesa, su mesa, nada más entrar a la biblioteca, la que hay enfrente de las bibliotecarias; a la derecha, la segunda, y el sitio es el de la izquierda… Siempre.
–Rafael: Últimamente está en el banco de la entrada, junto a recepción, donde está la planta grande.
–Natalia: Claro, porque se pone ahí a leer. Pero cuando se ponía a dibujar, siempre dibujaba en ese sitio.