La espartería, el oficio olvidado en Madrid
Autores: Noemi Nacemento y Ana Delgado
El artesano Juan Sánchez, a sus 51 años, es el último espartero de la comunidad madrileña. Regenta en el barrio de La Latina, en la calle Mediodía Grande, un negocio de tradición familiar que inauguró su abuelo en 1927, en la calle Urgel. Su padre tomó las riendas del negocio en 1939, cuando se trasladaron a la calle Cuchilleros. La Guerra Civil provocó que no consiguieran salvarse de varios años de parón. De aquel local, no quedó nada. Ahora, tras 25 años de tradición —aunque técnico informático de profesión— Sánchez es dueño de la última espartería de la capital española. Se lamenta cabizbajo de que no haya aprendices que quieran continuar el oficio porque, como dice, «sería una buena forma de ganarse la vida».
En la España tradicional, la industria y el mercado del esparto sustentaban a la población obrera. Muchos de los aperos utilizados aquellos años en la agricultura se hacían con este material, procedente de diversas plantas autóctonas silvestres. Actualmente, la artesanía en Madrid está condenada a luchar contra el plástico y pocas son ya las tiendas en las que poder encontrar los productos «de siempre». Por ello, la espartería Juan Sánchez es un verdadero tesoro de la capital, donde se pueden comprar numerosos utensilios de otros materiales de origen natural como el barro, la madera, el mimbre o el ratán.
Un material milenario
El esparto, también llamado atocha, era muy abundante en la zona madrileña que lleva su nombre. Es una fibra que aparece en la prehistoria, hace unos 6000 años. Por las necesidades de la vida, se utilizaba tanto en el ámbito laboral como en el doméstico. Característico de la zona del Mediterráneo, se encuentra en países del norte de África y el sur de Europa, principalmente en Italia y en España. Esto se debe a que es una planta muy resistente a la sequía.
A pesar de que hoy en día se asocia generalmente con zapatillas y bolsos, el esparto servía para elaborar multitud de productos como vestidos, sombreros, antorchas, muros o tejados. De esta hierba, perteneciente a la familia de las gramíneas, y que crece espontáneamente en terrenos áridos y pedregosos, sobresalen dos hilos que se arrancan cuando la planta está verde. Son estos filamentos los que antiguamente trenzaban nuestro país.
¿Cómo era el proceso de obtención y producción del esparto?
El proceso de transformación del esparto comienza en el monte, cuando se arrancan las matas de esparto o atochas. Los esparteros se ayudan de palillos para llevar a cabo la recolección y después lo extienden en el suelo del monte hasta que se seque. El siguiente paso, consiste en sumergirlas en balsas de agua para que la fibra se ablande, y al cabo de treinta o cuarenta días, se tiende de nuevo para su secado. Después, el esparto se somete a un aplastamiento en los mazos para desprender la parte leñosa de la fibra. Esta tarea ha sido tradicionalmente elaborada por las mujeres, denominadas «picadoras». A continuación, comienza el rastrillado. En este proceso se peinan las fibras de esparto en rastrillos de púas de acero que separan los haces de fibra de sus hojas, despojándolos de sus partes leñosas. Por último, el hilado, que consiste en una rueda de madera movida por una persona que hacía girar unas carruchas donde se enganchaban las fibras de esparto. Sobre ellas, los hiladores añadían más fibra rastrillada formando hilos de un cabo (filástica). Estos hilos luego se corchaban con la gavia, para componer la diferente cordelería.
«Trabajar para un cliente grande es cavar tu propia tumba»
«El menudeo del día a día es lo que te da de comer a diario. En los encargos grandes, obviamente hay más beneficio, pero también más riesgos», detalla Sánchez. A la vez recuerda una recomendación de su padre: «Los encargos grandes, mejor cobrarlos por adelantado, y si ellos te dicen que no, diles tú lo mismo». Un consejo de sabio, que como nos confiesa, le ha ahorrado muchos «quebraderos de cabeza».
«Hay leyendas urbanas que dicen que son los grandes almacenes los que realmente arruinan a las empresas pequeñas. Te piden una producción que van aumentando y cuando te dicen que hay que bajar precios y tú no puedes, te dan la espalda y te dicen adiós», relata el artesano.
«No sé hasta qué punto es verdad o mentira, pero trabajar para un solo cliente grande es cavar tu propia tumba», sentencia el espartero, que aprendió el oficio para no ser solamente «alguien que vende» como hacía su padre, sino que se renovó y adaptó el negocio a los nuevos tiempos. Creó una página web y hace pequeños talleres para que quien quiera aprender el oficio. Además, «hoy en día es mucho más fácil distinguir de qué material te habla el cliente y cuál es el tipo de arreglo que necesita, ya que pueden enviarte una fotografía de manera instantánea».
Alguna que otra vez, se ha planteado abrir el mercado fuera de Europa y sostiene que en Estados Unidos o en México habría negocio, pero que el transporte es muy caro y necesitaría más personal. Su próximo reto no es otro que seguir con el negocio y entre risas comenta «jubilarme a los 60», mientras aprovecha las vacaciones de verano, en agosto, «cuando cierra Madrid» para buscar nuevo género y aprender otras técnicas.
Una fibra «de película»
El artesano, con su gran carisma y amabilidad recibe clientes muy diferentes. Esto le otorga una amplia experiencia y le permite presumir de haber fabricado atrezzo para varias películas y series de televisión. Entre ellas, Exodus y El reino de los cielos, del famoso cineasta británico Ridley Scott. Otras grandes producciones como la serie Isabel, de Televisión Española, llaman a la puerta de Juan para obtener la mejor materia prima, curtida con las desgastadas yemas de sus dedos.
«Aquí nunca sabes quién va a entrar por la puerta. Cada día es una nueva aventura. Tengo una clientela que no os imagináis. Amantes del ‘shibari’ o del BDSM», confiesa el maestro con una sonrisa mientras nos narra historias de un oficio olvidado con tintes modernos.
El «shibari» es el arte de atar al estilo japonés. Lo que se busca es dejar que la persona sienta la sensación de las cuerdas, el roce molesto o vibrante en puntos de presión clave y de sentirse a la merced total de alguien. «En el ‘shibari’ se usan fibras naturales, de yute o cáñamo. El boca a boca ha hecho que la gente sepa que tengo este tipo de cuerdas aquí, y vienen vienen muchas parejas y solteros a encargarlas», confiesa el maestro.
Echando la vista atrás
Juan Sánchez comenta que le gusta poner su granito de arena para llegar a más gente: «El esparto es nuestra cultura, herencia y tradición. Nuestros abuelos han comido de ello y gracias a ellos muchos estamos aquí». «La gente ya no valora que uno sepa de su profesión y que uno te indique lo que puedes o no comprar. A mí me vienen a que les arregle una mecedora y automáticamente cuando les digo el precio, me dicen: “¡Uy, qué caro!”. Entonces les pongo un vídeo en youtube de las horas que lleva ese trabajo y les digo que intenten hacerlo ellos».
Asimismo, Sánchez nos habla de los usos terapéuticos del esparto, y es que hay distintas asociaciones que se ponen en contacto con él para encargos que utilizan con el fin de hacer labores de artesanía y de relajación mental y física.
Por otro lado, el maestro artesano se lamenta de las trabas que se imponen al pequeño comercio —confiesa que perdió el 20% de los clientes con la entrada en vigor de Madrid Central —. Y pide al Gobierno que mire más hacia los empresarios «de dentro» y que se dejen de tantas «fronteras» entre las comunidades de un mismo país, que han ayudado a que los oficios tradicionales estén al borde de la extinción. Esto ya ocurrió con la botería de Julio Rodríguez, fallecido recientemente. Y Casa Vega, una tienda tradicional dedicada a la venta de aperos para el ganado y artículos para el mundo rural que tuvo que echar el cierre, y que hace replantearse el sistema de negocio para que los viejos oficios tengan cabida en los nuevos tiempos y no teman por su desaparición.