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El Madrid andalusí

«Vista de Madrid» (1562) de Anton van der Wyngearde. Se puede observar la muralla original árabe, las colinas del Alcázar y de la Almudena y el arroyo de San Pedro

Pese a los históricos intentos (Iglesia-Imperio) de dotar a Madrid de un principio en la Hispania romana o incluso en la alta edad media goda, el origen de la ciudad del oso y el madroño es bastante posterior. Los primeros indicios de un Madrid primigenio indican que la ciudad fue erigida en Al-Ándalus aproximadamente entre el 859 y el 872 . “En efecto, el pasado carpetano, clásico y visigodo de Madrid empezó con Felipe II. La sede del Imperio más poderoso de su tiempo merecía al menos una historia tan grandiosa como la de Lisboa, París y hasta Roma”, afirma el arabista y escritor, Daniel Gil-Benumeya.

Corría la segunda mitad del siglo IX. El emirato de Córdoba gozaba del control de dos tercios de la península ibérica y Al-Ándalus acontecía a una época de relativa estabilidad bélica y política. La cultura islámica, vertebrada en torno a su idioma, permeaba entre las gentes mozárabes. De hecho, como ya sucedió con el griego en la Antigua Roma, el árabe se convirtió en la lengua de las ciencias, la literatura, la poesía. Contenía una variabilidad sintáctica más rica, una delicadeza superior al romance hispánico de aquel tiempo. Los pocos que escribían se decantaban por el árabe frente al latín.

Pese al poderío emiral de la época, los límites fronterizos con los reinos cristianos, como es natural, eran lugares de conflicto. Así, en la llamada Marca Media —una región entre fronteras delimitada por el Sistema Central—, donde nunca estuvo claro el control territorial entre conquistadores y conquistados, nació Madrid. Originalmente fue un Hisn  (castillo fortificado) con un doble objetivo: proteger a la ciudad islámica más importante de la región, la problemática Toledo, frente a la invasión cristiana y vigilar las insurrecciones toledanas para mantener el control cordobés en todo el territorio del Emirato — Toledo solía recelar del control cordobés,  se rebeló en diversas ocasiones contra el Emirato—. Se desconoce la fecha exacta, pero las crónicas de la época comienzan a mencionar a éste nuevo enclave defensivo en torno al año 860 en pleno reinado de Muhammad I. Poco después, se construyó una mezquita y el castillo, sin abandonar su función bélica, albergó intramuros una medina (modelo de ciudadela medieval árabe). Se creaba el Madrid primigenio bajo el nombre original de Maŷrit.

«El Castillo de Madrid» (1534) Jan Cornelisz Vermeyen (fuente: Met NY)

Sin embargo, pese a que su raíz parezca árabe, La toponimia de Maŷrit genera dudas entre los lingüistas. La teoría más aceptada pertenece al arabista Jaime Oliver Asín, quien conjeturó que Maŷrit deriva del palabro árabe maŷra, que significa «cauce» o curso de agua (por la abundancia de arroyos y aguas subterráneas en el emplazamiento de la ciudad), a la que se añadió el sufijo romance -it, el cual denota abundancia. En relación a la confluencia de idiomas a la hora de construir palabras, Gil-Benumeya indica que uno de los resultados del mestizaje fue un bilingüismo árabe-romance generalizado, por lo que no sería descabellado pensar que se pudiera crear con la misma facilidad un topónimo de raíz árabe, romance, bereber o híbrido, fuera cual fuera el origen o la religión de sus forjadores. 

¿Cómo estaba organizada Maŷrit?

Según expone el propio Gil-Benumeya en su libro «Madrid Islámico: la historia recuperada», «El castillo de Maŷrit era un recinto fortificado de unas cuatro hectáreas al que los primeros madrileños llamaban al-mudayna, esto es, «la ciudadela», y que ocupaba el espacio delimitado hoy por el barranco del Manzanares al oeste, la calle del Factor al este, el Palacio Real al norte y el desnivel de la calle Segovia al sur. Es decir, la zona de la catedral de la Almudena, que debe su nombre al Madrid andalusí. Era una alcazaba pequeña, de tamaño similar a las de Calatrava, Calatalifa o Zorita, muy alejada de las 100 hectáreas que ocupaba entonces el recinto amurallado de Toledo». En el emplazamiento del actual Palacio Real se encontraba el alcázar (palacio residencial de las élites gubernamentales de la ciudad y la guarnición militar). Sin embargo, un incendio en la nochebuena de 1734 acabó con el Real Alcázar de Madrid y sus cimientos, las ruinas del primitivo palacio musulmán, se perdieron para siempre. La extinta iglesia de San Miguel de la Sagra (derrumbada en 1549 por Carlos I) pudo ser la mezquita del recinto palaciego. 

La ciudad estaba rodeada por una muralla de 760 metros de entre 12 y 15 metros de altura. Intramuros, también se encontraba la Mezquita Mayor, que se emplazaba en el cruce de la calle Bailén con la calle Mayor. La mezquita no solo era un lugar de culto, sino que era el centro cultural de la ciudad: lugar de debate, de enseñanza  e incluso  de justicia.

Junto a la entrada de la mezquita solía haber una pequeña plaza (rahba) y algunos comercios, preferiblemente los de especias, perfumes y joyas. Madrid tendía a tener el intrincado trazado urbano típico de las ciudades islámicas tradicionales. De las calles principales salían los adarves (darb), los característicos callejones de las medinas islámicas que penetran profundamente en las manzanas de casas y tienen que ver con una concepción de lo público y lo privado distinta de la que dominaba en la sociedad cristiana. Los adarves conformaban pequeñas comunidades de vecinos, cuyas puertas se disponían cuidadosamente para evitar que quedaran frente a frente y así preservar la intimidad, costumbre que se mantendría luego en algunas ordenanzas municipales como la de Toledo: «Non deue fazer ninguno puerta de su casa delante puerta de su vezino». Las casas halladas bajo el Museo de Colecciones Reales, datadas entre finales de la época islámica y comienzos de la etapa cristiana, son típicamente andalusíes. Tienen entre 80 y 90 metros cuadrados y se estructuran en torno a un patio, que proporciona la luz y el agua (mediante un pozo) y da acceso a las demás estancias. La entrada a la casa tenía un pequeño zaguán (ustuwán) separado del patio por un murete que protegía de las miradas indiscretas. Es posible que tuvieran un piso superior con una o dos estancias más, pero no se ha conservado. Una inscripción sobre la puerta de una de las casas dice: al-mulk li-llah (el poder es de Dios). Gil-Benumeya en su libro «Madrid Islámico: la historia recuperada».

Ya extramuros, en la plaza de Los Carros se mal conserva un antiguo qanat. Sirve como ejemplo de la sofisticada infraestructura de extracción de agua subterranea que abasteció a Madrid hasta la creación del Canal de Isabel II. Cerca de aquí se descubrió una pequeña parte de la necrópolis andalusí, la cual pertenece enterrada bajo la zona que cruza las calles de Toledo y Humilladero.

Tras dos siglos y medio, en los que la ciudad fue evolucionando y transformandose, Alfonso VI de León conquistó la ciudad en 1085 y con él introdujo el cristianismo en Madrid. Los siglos venideros fueron tiempos de mudéjares, morerías, moriscos y expulsiones. Pero eso es ya otra historia. 

Desde la mal denominada reconquista, España ha tratado de alejarse sus raíces musulmanas en pos del progreso, del europeísmo. La educación es un ejemplo de ello, la prensa y el discurso público, otro. No es nada nuevo. Un ejemplo no tan lejano: en 1913, el periodista Antonio Velasco Zazo justificaba en ABC la destrucción de un tramo de muralla de la calle Bailén. Decía así: «Si hemos de ir con la corriente progresiva de la moderna civilización, bien empleada está la piqueta, aunque se podía haber efectuado el derribo sin necesidad de esperar ninguna oportunidad».

Nota: Si usted precisa información más detallada sobre el Madrid andalusí, el libro «Madrid Islámico: la historia recuperada» de Daniel Gil-Benumeya es una opción interesante. Texto claro, sencillo y enriquecedor.

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