Cañada Real: La voz de la mujer en el asentamiento ilegal más grande de Europa
Son dos kilómetros a cielo abierto enmarcados por las torres eléctricas que señalan el paso y determinan la vida en el sector 5 de la Cañada. Dos kilómetros que podemos recorrer a pie con calles sin asfaltar y casas bajas con olor a barro y humedad. El viento te cincela la cara y solo son las diez de la mañana, pero la gente del lugar es veterana y no se inmuta. El único movimiento es el de la hierba seca de los descampados y el de las sombras que actúan a modo de relojes de sol. Y entre ambos extremos, entre el cartel de bienvenida con el saludo, en persona, de la policía y un final accidentado, sólo apto para una escalada cuesta arriba que lleva a Rivas-Vaciamadrid, hay 284 familias que viven en 136 parcelas en unos asentamientos con más de ochenta años de historia. La Cañada Real Galiana es más grande que el 60% de los pueblos madrileños.
Desde lo alto, coronando esa cuesta las cosas cambian, los coches, el ritmo, los edificios son los de cualquier día de Madrid. Es la historia de dos ciudades en una, y en medio, un cordón invisible que somete a una parte de la población a un triple confinamiento: el de la pandemia, el de la pobreza de aquél que cambia el gesto cuando dices que vives en La Cañada, y el de la falta perpetua de luz. Estas dos verdades, sujetas a la planificación urbanística, están puerta con puerta, pero en el proceso uno descubre que hay una puerta principal y otra de servicio, donde los ciudadanos están por su cuenta. Cinco meses que van de sol a sol avalan esa soledad, porque en plena oscuridad cuando los contrastes se hacen ominosos es cuando uno puede pensar: <<tan cerca, pero tan lejos de la realidad…>>.
Bertolt Brecht decía: << Hablamos mucho de la violencia del río, pero nunca hablamos de la violencia de los diques que la contienen>>.
Los residentes de Cañada Real sufren todos los días las restricciones que le imponen, eso ya es para Rahma Hitach, presidenta de la Asociación de mujeres árabes luchadoras (AMAL) del sector 5, una manera soterrada de violencia . Los abusos cotidianos en forma de promesas incumplidas supone dejar de lado toda idea del bien público y eso les trasmite indiferencia. Especialmente cuando la asociación habla de los más de 600 menores que viven en este sector y de las consecuencias irreparables que pueden tener para ellos prolongar una situación que se está convirtiendo en su nueva costumbre. Todos aquí saben que hay activa una guerra de desgaste.
Las actividades del centro Socio-Comunitario de la Cañada
El Centro Socio-Comunitario Cañada Real Galiana, construido por Arquitectos sin fronteras con la colaboración de presos de Soto del Real en 2018. Es una construcción sostenible que cuenta con generadores de emergencia y es uno de los puntos neurálgicos de la organización de mujeres jóvenes y mayores del sector 5. Un lugar en el que el 85% de los residentes son de Marruecos, el resto son rumanos y gitanos. Ante esta diversidad cultural el papel de la mujer en la Cañada Real, según Rahma, ha dado fruto porque ha sido más proactivo y ha usado dinámicas más efectivas.
En los orígenes de la Cañada hubo asociaciones pequeñas, <<principalmente organizadas por hombres, pero las movilizaciones no se materializaban>>. Inicialmente, las mujeres se dedicaban a reunirse para dar apoyo escolar a los niños de tercero a sexto de primaria, pero con el tiempo decidieron aumentar su radio de acción, Una iniciativa que surgió entre vecinos y más entidades, como la ONG Voces o el proyecto ArteSí. De esta forma tuvieron éxito en lo que sus predecesores fracasaron, consiguieron difundir su voz. << Buscamos más y más cosas, como niños pequeños>>, explica Rahma.
Pretenden alentar en la mujer de la Cañada la entrada en el mercado laboral y un cambio de su rutina. <<Normalmente su vida trascurre entre la casa, sus hijos y su marido, al fin y al cabo las barreras culturales siguen estando vivas, pero la asociación le abre puertas. Le permite socializar, organizar su tiempo para que no solamente se centre en el hogar>>. Hacen yoga, gimnasia rítmica o costura, el trabajo manual actúa como una terapia. Mientras están haciendo sus bordados, inconscientemente, empiezan a hablar de sus problemas. Al mismo tiempo realizanvoluntariado, dan clases de inglés y de alfabetismo.
Son más de 30 mujeres las que hacen todo y las asociaciones de Rivas también les están ayudando. Pero los estereotipos siguen pesando, así junto con Voces llevan cuatro años organizando el Festival de cine 16 Kms, sin embargo los medios no se hacen eco de esto. Rahma comenta, mientras caminamos por el sector 5- cuyos muros se han usado como lienzo para el arte urbano- que la Cañada no es solo droga, es salud, arte, cultura. Este festival permite mostrar otro aspecto de la Cañada y en ese trance se pueden reunir más de trescientas personas y figuras relevantes del cine. De la misma forma que la pintada del mural del 8M congrega, cada año, a vecinos y visitantes.
Cuando eran hombres los encargados de los distintos sectores, la información no se difundía ni fuera ni dentro del barrio. Con la mujer llega la información completa a cada casa y a los que están confinados. La presidenta de AMAL lo achaca a que los hombres aquí en su mayoría no tienen paciencia, pero ellas saben dónde quieren llegar y son muy obstinadas>>.
Preguntas sin resolver
Pedro Navarrete, ex comisionado de la Cañada Real del Ayuntamiento de Madrid, lleva trabajando 15 años en la Cañada y para él la problemática reside en que los seis sectores son como un cajón de sastre, cada uno con sus propias idiosincrasias. Pero remarca que hay cada vez más especulación y muchas familias se están marchando, se están vendiendo las casas o les están ofreciendo reasentarse en otro lugar. Básicamente <<se está especulando con la pobreza, los planes de construir chalés están avanzando, y eso pasa por desalojar las viviendas presionando a la gente>>.
Para los habitantes de la Cañada esa operación es evidente, y también ha sido denunciada por la ONU, especialmente la situación de vulnerabilidad en la que queda cada vecino y revela una aporafobia- miedo a la pobreza- cada vez más remarcada. En el sector 5 se han colocado unos limitadores que han aislado bastante la zona. La presidente de la asociación AMAL menciona que había un enganche con las gasolineras de la A3, pero la compañía de electricidad vino y dejó un acceso de electricidad de intensidad muy baja. De modo que a día de hoy el mismo cable de electricidad es compartido por el sector 5 y el 6, dos zonas que suman en conjunto más de 4.000 personas.
La pregunta que se hacen las distintas asociaciones es el hecho de que ha habido plantaciones de marihuana desde hace décadas, estos cultivos no duran ni un mes sin luz, y llevan cuatro meses sin un acceso normalizado a la electricidad, exactamente qué se persigue, por qué ahora y no antes. Rahma comenta: << Con un dron se podría vigilar la zona fácilmente y detectar los canales de la droga, por qué no lo han hecho. Si esto pasara en cualquier edificio de Madrid, se cortaría la luz a los que están vendiendo drogas y dejarían al resto vivir en paz. Todo esto no es casualidad>>. La Cañada Real ocupa 14 kilómetros y solo uno está ocupado por plantaciones ilegales.
A estas alturas hay un alto grado de frustración, los medios muestran una parte, pero lo que ellas buscan es <<recuperar la normalidad, pagar la luz y vivir una vida digna. Todos nuestros hijos están escolarizados, trabajamos, cotizamos la seguridad social. Estamos a un paso de Rivas, en veranos cuando los niños se van de vacaciones, Rivas se queda sin niños. Aportamos juventud, algunos estamos empadronados en Vicálvaro, pero las compras las hacemos en Rivas>>.
Voces invisibles
Susana es una joven madre de la zona, rodeada de cuatro niños menores de edad y un marido que disfruta con el ruido de su motocicleta mientras recorre el sector. Ella nos habla de sus dolores articulares, cada vez más se siente como si tuviera 70 años y los problemas pulmonares de los niños son el tema recurrente.
Los jóvenes voluntarios del sector 5 han contabilizado que hay: 11 mujeres embarazadas, 27 personas con discapacidad, 5 personas con parálisis, 15 personas que dependen de respiradores y unos 100 enfermos afectados por la falta de luz que no pueden poner sus medicamentos en la nevera. Hay niños autistas y otros que van en sillas de ruedas, teniendo en cuenta todas las limitaciones de moverse por lugares sin asfaltar. Estos niños necesitan algo con lo que distraerse en plena oscuridad. Por eso, se está estudiando la posibilidad de desarrollar un mayor número de actividades extraescolares que entretengan a los más pequeños, especialmente los fines de semana. La realidad es el uso de pañales ya que con 9 años los niños se están haciendo pis encima por el frío y por el miedo a la oscuridad.
La situación también es acuciante para 2.548 estudiantes expuestos a la brecha digital en medio de una pandemia. Todo eso repercute en las notas y en el ánimo de los niños Hay reuniones con los profesores, clases telemáticas, y el problema surge cuando tienes poca batería o no tienes internet. Además todos los libros están digitalizados, imprimir los libros supone leerlos en medio de la oscuridad, llevando linternas de minero para completar las tareas del colegio. En último termino, también recurren a llevarlos a IKEA para tener un lugar iluminado donde estudiar.
Rahma tiene tres hijos, dos varones de 16 y 11 años y una niña de 4 años, y comenta: <<Por lo menos que vean por el futuro de estos niños, porque también son españoles, nacieron aquí. Antes de pasar todo esto, cuando iba a por mi hija lo primero que preguntaba es qué le había traído de merienda. Ahora lo primero que pregunta es si tenemos luz, todo lo demás es secundario >>.
Hay quienes tienen un transformador y los que están utilizando las baterías del coche, la gasolina y el butano, pero el olor de la bombona y el ruido afecta a la salud física y mental de los vecinos. Hay gente que está empezando a usar placas solares. En resumen, <<la rutina ahora es que no hay rutina>>. A las mujeres no les queda tiempo después de solucionar los problemas que se presentan a diario, y a todo ello se une el Covid. La falta de recursos ha agudizado la colaboración entre sectores interculturales distintos.
Vivir o sobrevivir a la pandemia
Resulta llamativo que la Cañada Real haya tenido una baja incidencia del Covid-19. En cambio, en lo laboral mucha gente se quedó sin trabajo. Durante ese tiempo las mujeres desde el centro socio-comunitario se encargaron de hacer las traducciones para que los residentes pudiesen entender todas las restricciones. Se organizaron usando salvoconductos, llevando comida a los domicilios de los vecinos y así, a lo largo de los meses, iban salvando cada uno de los obstáculos.
En el caso de Filomena, <<lo pasó todo Madrid, pero nosotros es como si hubiésemos estado en Siberia, usando estufas gracias a gente de fuera que nos echaba una mano>>. Con el temporal cayeron muchos árboles, la gente del sector 6 cogió las ramas verdes para usarlas como leña para sus casas, pero la clorofila provocó numerosas intoxicaciones. Esta situación lo que les dejó claro es que estaban absolutamente por su cuenta, solo dependían de sí mismos y de la buena voluntad de otros.
La pregunta que se hacen es:
¿En verano con las altas temperaturas qué va a ocurrir?
Temen otra revancha esta vez con el calor y el uso del aire acondicionado que funciona con la bombona, a lo que se une que la comida se va a estropear antes. Hay gente que no cuenta con un medio de transporte propio y tiene que viajar con frecuencia para comprar pequeñas raciones de comida para que no se eche a perder. Todo eso supone gastos que se van acumulando. El único que se ha movido es el alcalde, Pedro del Cura, de Rivas-Vaciamadrid con iniciativas positivas para la Cañada Real.
La impotencia de Rahma es notoria, recalca que por qué alargar la posibilidad de una solución, cuando lo que llevan pidiendo desde hace meses es una mesa de trabajo para debatir estos problemas. << Nosotros tenemos casas, no chabolas, por qué necesitamos reasentamientos, queremos legalizar nuestras viviendas. Es una vida entera la que está en nuestras casas, ancianos que llevan 40 años viviendo en la Cañada. Dónde se puede ir. Usaremos placas solares y cualquier alternativa a quedarnos sin un techo para nuestros hijos>>. Los ciudadanos de la Cañada están olvidando la pandemia con este problema. Están pasando mentalmente por un cambio radical.
Se ha acusado a la Cañada de consumir por siete la electricidad, sin embargo un experto viene todas las semanas a medir el consumo energético del centro y sus resultados no se corresponden con las mediciones de la compañía eléctrica. Aunque los abogados de la Cañada han pedido los papeles que puedan demostrar ese consumo desorbitado, no se los han dado y todo se está moviendo en los juzgados.
En el sector 5 con las subidas y bajadas de la corriente es complicado planificarse. Y en el sector 6 la situación es más difícil porque usan chimeneas de leña y sufren intoxicaciones, muchos no se dan cuenta que han estado inhalando monóxido de carbono por la noche y los adultos y los niños se levantan con mareos y problemas respiratorios.
Pese a todas las adversidades la voz de la mujer en la Cañada se define por su coraje, haciendo una cadena de trabajo que intenta llegar a todos, pero a vecinos, voluntarios y a las organizaciones sin ánimo de lucro les preocupa qué pasará cuando se vayan los medios de comunicación y a la larga esto deje de ser noticia.
Para la presidenta de AMAL la situación es clara: << Somos gente normal y corriente, somos obreros y mujeres trabajadoras. Hay que demostrar que vamos a resistir sin claudicar. El papel de la mujer pesa muchísimo, todos los días las mamás se levantan para tener preparado un desayuno caliente y llevar a los niños al colegio. No podemos permitirnos parar, debemos ser fuertes y mostrarnos con buen humor, porque todo esto se trasmite a los niños. Hacemos lo que podemos, al fin y al cabo la Cañada Real no es otro mundo, es simplemente una versión de Madrid>>.