Las luces y sombras de los ‘riders’ en la jungla urbana
«Yo no me meto en política, pero Maduro es un dictador; ha destruido el país». Así empieza el relato de Pedro (nombre ficticio, prefiere mantenerse en el anonimato), un chico venezolano de 21 años que llegó a Madrid hace tan solo dos veranos huyendo de la inseguridad y el racismo que vive su país de origen. Los edificios altos y la amplitud de las grandes avenidas de la capital fueron lo primero que captaron su atención cuando llegó a España. ¿Lo segundo? El hecho de poder ir por la calle tranquilo con un móvil en la mano o ataviado con joyas. «La seguridad es muy mala allá. Hay que tener mucho cuidado con lo material, no demostrar mucho en la calle porque cualquier persona te puede robar; hay mucha delincuencia», explica.
Dejando atrás a su familia y amigos, compró un billete de ida y vuelta y entró en la península como turista. Un conocido suyo, con el que trabajaba en temas de minería en Venezuela, le recibió y le consiguió una habitación donde hospedarse y una cuenta de Glovo. «El problema era que yo llegué como turista y una vez aquí pedí el asilo político, pero no podía trabajar en seis meses hasta que no me dieran el permiso de trabajo. Pero yo pude trabajar en negro», relata Pedro. Cuenta que mucha gente realiza este empleo en ‘B’ cuando recién llega porque no se les permite trabajar y necesitan comer y pagar un alquiler. Pedro estuvo así durante seis o siete meses mientras esperaba que le aprobaran el permiso de trabajo. Le pagaba el 30% de lo que ganaba a otra persona por darle su perfil de Glovo.
¿Cómo funciona esta estafa?
El venezolano señala que para alquilar una cuenta de Glovo se puede hacer a través de conocidos o por grupos de WhatsApp. Estos están formados por ‘riders’ y es ahí donde los chicos que llegan nuevos piden alquilar una cuenta. Estos chicos nuevos necesitan una cuenta alta que ya haya sido trabajada por otra persona, lo que significa que ya ha trabajado anteriormente para Glovo y su cuenta tiene cierta antigüedad, por lo que dispone de más horas para recoger pedidos. «’Necesito una cuenta modo bici, una cuenta modo coche o una modo moto para trabajar’. Y ahí le dicen: ‘Sí, tengo una cuenta al tanto por ciento que está en tanta puntuación’. Y ellos verán si les sirve o no les sirve la cuenta», relata.
Esta práctica implica que el ‘rider’ que trabaja a través de la cuenta de otra persona no esté dado de alta como autónomo y, por tanto, no tenga ningún seguro que lo ampare en caso de tener un accidente. Jordi Mateo, presidente de la Asociación Profesional de Riders Autónomos (APRA), explica que se trata de un fraude que están haciendo algunos autónomos alquilando sus cuentas con hasta un 70% de comisión. Señala que desde la asociación llevan un año trabajando con plataformas digitales como Glovo, Deliveroo o Uber Eats para luchar contra esta práctica. Para conseguir esto, firmaron un acuerdo de buenas prácticas con estas plataformas, las cuales han establecido algunos instrumentos como reconocimiento facial, control de las direcciones IP desde las que se conectan o incluir herramientas para que los propios restaurantes o el cliente final puedan reportar si era el dueño de la cuenta o no el repartidor, y así localizar si hay algún tipo de fraude.
Pedro empezó en Glovo con una bicicleta eléctrica que se compró con sus ahorros de Venezuela. «Los primeros seis meses fueron más que todo para aprender cómo llevar un pedido, las direcciones, cómo funcionaba la aplicación, qué había que hacer…», comenta. Una vez que obtuvo la licencia de conducir se compró una moto y es el vehículo que usa actualmente. Explica que de lunes a jueves Glovo le permite trabajar un máximo de ocho horas, que aumenta viernes, sábado y domingo a nueve horas y media por la cuestión de la alta demanda. «Ellos abren un calendario: el lunes sacan las horas del jueves, viernes, sábado y domingo. Y el jueves las horas del lunes, martes y miércoles», señala. Depende de la antigüedad que tenga el ‘rider’, la empresa le permite coger más o menos horas. La aplicación se rige por una puntuación de 10 puntos. Una cuenta nueva tiene 90 puntos (el máximo es 100) y le abren el calendario en gris, lo que significa que tiene que hacer pedidos para subir de puntuación. «Esa cuenta tiene que estar mucho más pendiente de cazar horas como le dicen y hacer las horas que otros ‘riders’ no hagan para poder ir subiendo sus puntos y su antigüedad», explica Pedro, el cual tiene su cuenta en 93 puntos: «Ya con eso te abren bastantes horas. A veces no me dan todas las máximas diarias pero se pueden ir cazando».
Este ‘rider’ es uno de los que prefiere seguir siendo falso autónomo en lugar de pasar a ser trabajador por cuenta ajena como entrará en vigor con la ‘ley rider’. Prefiere la libertad de poder escoger su horario, de si hace mal tiempo o llueve o simplemente se quiere ir de vacaciones, poder apagar la aplicación sin que le afecte en nada. «De otra forma, sería la empresa quien decidiría el horario y el sueldo, en cambio, nosotros aquí ganamos por lo que trabajamos», manifiesta. Glovo paga por pedido y cada kilómetro que se recorre para entregar el encargo corresponde a un euro. «Lo que yo gano varía demasiado, no tengo establecido cuánto voy a ganar porque eso depende mucho de la gente que pida», apunta el venezolano. En los meses fríos se incrementa la demanda, pero los meses de verano son los peores para estas plataformas digitales, y los ‘riders’ ganan menos. No obstante, el Covid hizo que aumentaran los pedidos de comida a domicilio el verano pasado y se mantuvo la media, haciendo que crecieran más estos negocios y necesitaran más trabajadores. Estos empleados se han tenido que adaptar desde entonces a los protocolos Covid, como son llevar la mascarilla o usar gel hidroalcohólico. Además, intentan mantener una distancia prudente con los restaurantes y la persona a la que realizan la entrega, incluso, si pueden, dejan el pedido en la puerta.
Jordi Mateo defiende que el 70% de los ‘riders’ quieren continuar siendo autónomos y denuncia la precariedad a la que serán sometidos con la ‘ley rider’: «Serán tipos de contratos como los de Just Eat, de 15 o 20 horas a través de ETTS con horarios rotativos los siete días de la semana, unos ingresos por esas 15 horas de unos 400 o 500 euros al mes, poniendo nosotros el vehículo, la gasolina y el móvil». El presidente de APRA pide que el Gobierno se fije en países como Italia o Francia donde «han conseguido dotar de mayor protección a este colectivo sin pasar por una laboralización». Considera que perderían, además, la libertad y flexibilidad con la que cuentan ahora y que ganarían menos dinero: «Ahora mismo la media de facturación de los repartidores autónomos está entre 9 y 11 euros la hora, versus 5 o 6 euros la hora de un contrato de Just Eat o Dominos Pizza».
El colectivo no quiere llegar a ese punto y por eso el pasado 3 de marzo se manifestaron de nuevo unos 2.500 trabajadores en 12 ciudades distintas. Sin embargo, Mateo asegura que durante un año y medio han intentado hablar con el Gobierno, pero no han sido recibidos en ningún momento. «Hemos solicitado reuniones con el Ministerio de Trabajo en más de 11 ocasiones, hemos salido a la calle en tres movilizaciones masivas, que han sido las más importantes del colectivo, y en ningún momento nos han querido recibir. Tampoco estamos sentados en la Mesa de Diálogo Social, ni la Patronal ni los Sindicatos nos representan y lo más curioso es que la mal llamada ‘ley rider’ no tiene en cuenta en ningún momento a los repartidores», sentencia. Por otra parte, declara que según ADigital, la asociación que representa a empresas como Glovo, «incluso el 75% de los puestos de trabajo van a ser destruidos, porque el modelo laboral no será viable en ciudades de menos de 100.000 habitantes donde tendrían que cerrar el servicio». Añade que las ciudades de menos de 250.000 habitantes también se verían afectadas, ya que estas empresas podrían reducir su servicio solamente al mediodía y las noches.
Por último, Mateo pone de manifiesto el efecto rebote que tendrá esta ley sobre la restauración: «Todos sabemos que durante la pandemia han sobrevivido muchos negocios gracias al delivery y esto generaría una pérdida de 250 millones de euros a la restauración; así lo han dicho los propios restaurantes. Aparte de una destrucción de empleo directa a los repartidores, ya que seríamos 23.000 repartidores los que nos iríamos a la calle».
Ni la dureza del clima, ni una caída sufrida, ni el recibimiento de algún que otro cliente semidesnudo, le han hecho a Pedro pensar en dejar su empleo de ‘rider’. «Es un trabajo rudo como cualquier otro, pero si quieres que te vaya bien, tienes que trabajar y soportar todo», opina. En un futuro cercano, se sigue viendo trabajando en Glovo y los estudios no entran dentro de sus planes por ahora: «Sería difícil combinar ambas cosas. Ya bastante tiene uno con la autonomía, hablar con un gestor, más el trabajo…». Venezuela sigue en su cabeza; no quiere volver, pero echa de menos a su familia y le gustaría poder visitarlos dentro de unos años si la situación mejora, «porque hasta ahora va a peor».