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Paula, sanitaria: «A esa gente que se salta las reglas les llevaba un día a mi UCI a trabajar»

Paula, 24 años, es enfermera en el Hospital Universitario Ramón y Cajal. Actualmente, trabaja en una Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) dedicada exclusivamente a pacientes Covid. Cuando todo empezó, ella estaba trabajando en la planta de oncología cubriendo una baja que justamente finalizaba en marzo. Nada más cumplir la suplencia, directamente le renovaron el contrato por tres meses más y la trasladaron a una UCI. «Era como un campo de batalla que montaron improvisado y éramos muchísimos que no teníamos ni idea de trabajar en UCI. Yo solo había estado en una cuando hice las prácticas y ya no me acordaba de nada. Me saqué todos los apuntes de la carrera y a los pocos que sabían les agobiábamos con preguntas», cuenta.

La joven califica aquellos primeros meses de pandemia como caóticos. Alexander, enfermero en Urgencias del Hospital La Paz, habla de incertidumbre al rememorar aquellos días. «Sinceramente, ni yo ni ninguno de mis compañeros esperábamos que se fuese a armar la que se armó», afirma el enfermero. Al principio solo existía una única sala habilitada para pacientes Covid; posteriormente toda la planta de Urgencias se convirtió en salas de enfermos de coronavirus, incluida la sala de espera. «Tuvimos que repletar la sala con sillones para salvar vidas. Las salas del hospital no fueron suficientes para atender tal demanda y tuvo que habilitarse un gimnasio de fisioterapia con más de 90 sillones», explica Alexander.

Sanitarios atendiendo a un paciente en una UCI del Hospital Universitario Ramón y Cajal (Foto: Archivo ABC)

Además de la falta de espacio y camas para acoger a los enfermos, los sanitarios tuvieron que hacer frente a la falta de recursos y equipos de protección. Alexander cuenta que en su servicio no llegó a faltarles material pero sí dudaban a veces de su calidad. Aún así conoce a compañeros de otros hospitales que sí tuvieron que improvisar Equipos de Protección Individual (EPIs) con bolsas de basura o reciclar la mascarilla de un turno a otro. Cuando Paula empezó a trabajar en la UCI, los primeros EPIs que tuvieron fueron batas; no eran iguales que los monos de protección que tienen ahora. «Sí que había pantallas, en los pies te ponías bolsas de basura y las mascarillas ‘contadísimas’, te daban una por turno y se que en algunas plantas las enfermeras se tenían que guardar la mascarilla durante varios días porque no había», relata. Conforme las semanas pasaron ya hubo recursos suficientes y a día de hoy ella afirma que «hay de todo». «Ya no escasea, pero al principio la verdad que era un poco de tensión porque estábamos yendo sin nada, no nos protegíamos», recuerda.

«Psicológicamente no podemos decir que nos hayamos acostumbrado, hemos aprendido a tratar a nuestros pacientes y a organizar mejor el trabajo. Cada día conocemos más el virus. Seguimos sintiendo miedo porque seguimos viendo gente morir o enfermar gravemente», confiesa Alexander. Paula prefiere evitar el tema cuando abandona el hospital. «Va por días», explica. Ella se fue a vivir a otro piso para evitar que su familia pudiese contagiarse y, al final, decidió recurrir al psicólogo para poder gestionar lo que estaba viviendo. Una de las cuestiones que más le ha impactado es el cambio en la edad de los pacientes que ahora están en la UCI. «Cuando empezó la segunda ola, los pacientes no tenían ni 80 ni 90 años como al principio, la gente tiene 50 y 60 años, y podían ser mis padres. Eso me agobiaba pensarlo», confiesa.

La población solo escucha números, no pone cara a esos números de fallecidos, nosotros sí, dice Alexander

«A la población se le ha olvidado totalmente y me gustaría que hubieran visto lo que yo. A esa gente que se salta las reglas porque monta fiestas o porque viene a Madrid porque hay fiesta les llevaba un día a mi UCI a trabajar para que lo vieran», afirma tajante Paula. Al preguntarles qué opinan sobre si deberían aliviarse las restricciones durante las inminentes vacaciones de Semana Santa, ambos coinciden: no hay que precipitarse. «Desde mi punto de vista solo hay que salvar vidas, está más que demostrado que cada vez que nos relajamos la tasa de ingresos y mortalidad se dispara», expone Alexander.

El personal sanitario se ha convertido en el gran apoyo de los pacientes, que por motivos evidentes de seguridad tienen que permanecer aislados y solos durante toda su estancia en el hospital. Paula expone que ella y sus compañeras intentan darles todo lo que necesitan. No todos los enfermos que se encuentran en su UCI están intubados. Con los que pueden hablar intentan darles conversación, hacen videollamadas y llamadas con los familiares, y los que sí están intubados, pero despiertos, intentan comunicarse con ellos a través de una pizarra o con cartelitos que usan para ver si tienen dolor o frío. «Tienen mucho miedo. Intentamos que no sufran más de lo que el virus está haciendo con ellos», cuenta la enfermera.

Cuando ingresan los pacientes ahora tienen más miedo porque saben lo que hay. Por las noches algunos no quieren dormirse por miedo a no despertarse, cuenta Paula

Ambos ya han sido vacunados y han notado que los pacientes de edad avanzada han disminuido considerablemente. Aun así, no bajan la guardia. Alexander es tajante en este respecto: «Seguimos utilizando los mismos EPIs y las mismas medidas de seguridad. No olvidemos que seguimos siendo transmisores», cuestión que preocupa bastante a Paula porque hace poco volvió a casa con sus padres. «Te emparanoias, piensas ‘lo llevo en la ropa’». En cuanto llego a casa voy directa a la ducha», explica. Sobre los «trapicheos» durante las vacunaciones, ambos son contundentes. «Vergonzoso, cualquier persona que se haya vacunado sin que le corresponda simplemente por el hecho de ser quien es me parece muy mal. Si se han hecho unos protocolos de vacunación, es para seguirlos», declara Paula. «El comportamiento de los que deberían demostrar ejemplaridad a la ciudadanía ha sido cuanto menos deleznable», manifiesta Alexander. 

Espero que todo esto pase y que de verdad haya un reconocimiento ya no por la población,  sino un agradecimiento a nivel  de condiciones laborables para nosotros. Esa sería la mejor forma de reconocerlo: estabilidad laboral decente, explica Paula

Alexander por el tipo de contrato que tiene actualmente no podría ser trasladado al Hospital Enfermera Isabel Zendal pero si conoce compañeros con «contratos Covid» que si se han visto obligados a marcharse después de «darlo todo en el servicio». «Se han ido a patadas, con una llamada de un día para otro», manifiesta. En el caso de Paula, su antigüedad impidió que pudieran trasladarla porque había compañeros que llevaban menos tiempo que ella, pero cuenta que «si lo rechazabas, no podías volver a tu hospital de origen porque te sancionaban». Ambos coinciden a la hora de hablar sobre las condiciones laborales que recaen sobre sus puestos: «lamentables», cuenta él; «pésimas», dice ella. «En la bolsa de enfermería te llaman para ofrecerte un contrato y si lo rechazas porque no te viene bien, te sancionan con un año sin trabajar en lo público, vergonzoso», declara Paula. «Seguimos estando fatal pagados y con unas condiciones laborales lamentables», apunta Alexander.

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