Pianocraft, hogar de luthiers
Una casa de pianos heredera de cinco generaciones de restauradores y técnicos de pianos en San Sebastián de los Reyes
A Mario del Mónaco se le piensa junto a Verdi, más allá de los celajes, en torno a pianos de algodones que un único Dios mandó forjar. El día que el tenor peregrinó a los sacros cielos se vio obligado a renunciar, que no a relegar, de su compañero del alma. Lo convencería San Pedro, antes de traspasar la cancela, de tener allí pianos no mejores, pero sí tan buenos y refinados como el suyo. El discípulo encomendó, para tranquilidad del artista, depositar el instrumento en las mejores manos terrenales. Así es como este yace, engalanado de quietud y elegancia, junto a organillos, pianolas y pianos, entre los que destaca el obsequiado a los reyes de Sajonia y el modelo mismo en donde Chopin compuso sus principales obras. Estas reliquias del siglo XIX y XX se hallan casi ocultas, embriagadas de timidez, en un pequeño taller en el norte madrileño. Nadie pensaría que en aquel edificio de bermejos ladrillos de San Sebastián de los Reyes se pudiera esconder tanto talento. Al cruzar la puerta de metal aparece Eduardo Muñoz junto a Gabriel Jiménez, quien en ese momento muestra estar realizando la ebanistería de un organillo. Ambos son los encargados de defender Pianocraft, una casa de pianos heredera de cinco generaciones de restauradores y técnicos de pianos. «Ahora es nuestro turno, somos un eslabón más en la cadena de la Historia de la música. Es nuestro deber defenderla y mantenerla viva», manifiesta Muñoz.
Desde 1860, Pianocraft, anteriormente Pianos Muñoz, ha restaurado desde antiguos pianofortes del siglo XVIII, como Johannes Zumpe o Muzio Clementi, hasta actuales pianos de cola y verticales. Muñoz señala uno de los muchos tesoros que allí poseen: un John Broadwood de 1805, uno de los dos únicos pianos de este modelo que fueron fabricados. Además de la restauración, Pianocraft se dedica a la afinación de instrumentos y al alquiler de pianos para conciertos. Esta dedicación le ha otorgado ser uno de los talleres más grandes de Europa. «No sólo nos llega trabajo europeo, el cual nos suele venir de Francia y Alemania, sino que también recibimos trabajo de Argentina y San Francisco. Es muy curioso y emocionante saber que alguien confía en ti desde la otra punta del mundo», declara Muñoz.
La familia Muñoz también sufrió los estragos de la Guerra Civil. Su primer taller, cuando el bisabuelo y el abuelo de Muñoz eran los encargados de custodiarlo, ubicado en lo que actualmente es el Museo Nacional de Ciencias Naturales, salió ardiendo. «Ha habido épocas duras, pero también de plenitud y diversión. Una cosa que envidio de mi padre es que se convirtió en técnico de gira de Yamaha y Steinway, por lo que estuvo de gira con Jerry Lee Lewis, Rod Stewart, Elton John, los Rolling y los Beatles. Esa es la parte que a mí me hubiera gustado vivir», afirma Muñoz. Aún así el madrileño asegura que se halla enamorado de su trabajo, una ocupación hasta ahora desconocida en España: «Trabajo en un oficio que en España está olvidado, la gente no sabe ni siquiera que existe. No hay una palabra que defina con exactitud a lo que nos dedicamos. A mí me gusta denominarme luthier».
Tras una pequeña caja de madera aceitunada se esconden pequeñas reliquias que explican el nacimiento del taller. Muñoz empieza mostrando el frente de una de las marcas de piano francesas más importantes: Gaveau, en donde su bisabuelo estuvo trabajando durante años. Seguidamente, el madrileño exhibe una fotografía de un modelo de piano que fabricó su abuelo, facturas del siglo XIX, y un fragmento de periódico en el que se permite leer: «José Luis Muñiz se puede convertir en el primer luthier español de arpas y conseguir reducir el precio del instrumento». «Aquí se confundieron con el nombre de mi abuelo, y en vez de Muñoz, escribieron Muñiz», expresa el músico entre risas. A continuación, Muñoz alcanza una antigua libreta utilizada como álbum fotográfico ataviada por una portada en la que yace desvaída, pero inmortal, una sección de ebanistería de siglos atrás.
Deambulando por el taller, a escasos metros de un refulgente piano de 1940 y una máquina de bordones, única en Madrid, se encuentra Jiménez con candileja en mano, lo que bien podría ser el sistema antiguo de un soplete de fuego. El músico lo vacía y lo enciende con fuego gracias al alcohol de su interior con el objetivo de desviar los palos del martillo de la máquina de la pianola, el primer instrumento musical de la historia, «ni la gramola, ni el gramófono. La pianola», como diría Muñoz. Un instrumento incorporado en pianos verticales que reproduce música mediante absorción y un mecanismo de válvulas de vacío. Junto a Jiménez permanece Felipe García, quien se encuentra trabajando con la madera del mismo instrumento. En un rincón del taller emerge el primer número de teléfono de ‘Muñoz: fábrica de pianos y armoniums’: 28-03-28, junto a una foto en blanco y negro de quien lo fundó. «Este fue quien nos engañó a todos», formula Muñoz regocijándose. Tras tocar el pequeño organillo de la entrada, Muñoz expone: «Estos los arreglamos por mantener la historia del organillo viva, que es un instrumento español. Bien es cierto que se descubrió en Italia, pero en el único sitio en donde se fabricaba era en Cataluña. Y se está perdiendo, ¡se está perdiendo!».
Tras estas palabras, el madrileño se cubre de blanco y se lanza a la única cabina de lacado en España. «¡Aquí es donde nos convertimos en superhéroes!», anuncia el músico. Y de repente un beatífico silencio inunda el taller. Y arriba, en el almacén, pareciera que el ánima de Chopin siguiera tocando para un otoño que perece.