Un horno prendido hace 299 años: la historia de Casa Botín
Según el récord Guinness, es el restaurante más antiguo del mundo
Su fuego lleva encendido desde 1725: «Nunca se ha parado. Ni en la Guerra civil ni en la pandemia»
Casa Botín se ha convertido en un emblema de la ciudad de Madrid. Ha sido el anfitrión de personalidades destacadas desde que abrió sus puertas en 1725, más de diez generaciones de monarcas han comido en sus mesas. Su longevidad le ha permitido ganar el Récord Guiness del restaurante más antiguo del mundo que actualmente sigue activo.
El fuego divino
Su horno a leña se encendió por primera vez hace casi 300 años: «Nunca se ha parado. Ni en la Guerra civil ni en la pandemia. Veníamos todos los días a encenderlo. Este es el fuego de Prometeo, que lo robó a los dioses y nos lo regaló», comentó Antonio González, el gerente a cargo de este emblema cultural.
Con una historia tan rica como la comida que sirven, la trascendencia de Casa Botín no viene solo del fuego de su horno, sino de las experiencias que la cocina crea: «Tenemos un enfoque del restaurante como una especie de ayuda psicológica a la gente. Esto es muy importante para mí. Un escritor alemán premio Nobel definió a uno de sus personajes como un coleccionista de momentos. Me parece muy bonita esa frase. Hemos intentado siempre aquí que la gente coleccione momentos de su vida», reflexiona González.
Los orígenes de este emblema madrileño
La historia de Casa Botín comenzó en 1561, mucho antes de su apertura oficial, cuando el rey Felipe II trasladó su corte a Madrid. Esto provocó un impresionante pero desorganizado crecimiento de la comunidad urbana, y allí se erigió, alrededor de 1590, el edificio donde hoy funciona este mítico restaurante, en un barrio que se convertiría en un distrito comercial con oficios de todo tipo para la población.
Casi dos siglos después, el chef francés Jean Botín se instaló en Madrid para trabajar en la corte de Habsburgo. Todo comenzó cuando un sobrino de su esposa asturiana abrió una pequeña fonda. Como la pareja no tuvo hijos, el restaurante fue regentado por él, y le valió al establecimiento el apodo de «Sobrino de Botín». De hecho, el letrero que se erige actualmente sobre su fachada reza: “RESTAURANTE | SOBRINO DE BOTÍN | HORNO DE ASAR”.
A pesar de las múltiples renovaciones a lo largo de los años, todavía se conservan elementos de esos primeros pasos de Casa Botín. Vanessa, una turista brasileña, nos comentó que su parte favorita fue «el ambiente del lugar. Por ejemplo, en el sótano se pueden ver las antiguas murallas de la ciudad y el ‘pasaje secreto’ cerrado que daba a la Plaza Mayor».
Familia González, los dueños actuales
Entrado el siglo XX, el Botín pasó a manos de Amparo Martín y Emilio González. Antonio González, nieto de la pareja y actual gerente, nos cuenta cómo adquirió su familia este famoso restaurante en 1937: «Era un país pobre, con grandes dificultades. Mis abuelos vinieron de Barcelona buscando horizontes y alquilaron este local que era de un rango muy bajo, muy humilde y que dependía de la gente del barrio. Entonces, trabajando muy duramente, empezaron a darle un prestigio entre los vecinos. Luego, llegó la Guerra Civil y mi abuelo se quedó aquí soportando las bombas y los obuses de artillería que caían sobre Madrid porque, si se marchaban, los ocupas se quedarían con la casa».
A pesar de un duro período durante la posguerra, en los años 50 empezó el auge del turismo en España y, para suerte de los González, tuvieron ayuda de Ernest Hemingway, un comensal asiduo con gran afecto por Casa Botín, quien terminó su novela Fiesta dentro del restaurante e incluso lo usó de escenario para la última escena. Esa mención literaria provocó un boom turístico inusitado que lo volvió objeto de otros textos.
Famosos dentro y fuera de la cocina
Según González, Hemingway y su abuelo tenían una buena relación: «Él era amigo de mi abuelo. Hay una anécdota en la que Hemingway va a la cocina y le pide permiso a mi abuelo para hacer una paella». Entre risas, el gerente relató cómo el abuelo accedió al pedido del escritor, y, luego, cuando terminó la paella, le dijo: ‘Ernesto, va a ser mejor que tú sigas escribiendo y yo cocinando’».
Muchos otros famosos comieron en el Botín, pero tratan de no nombrarlos: «Nunca mencionamos a las celebridades que vienen aquí. No nos parece elegante usar la personalidad de estos personajes en nuestro beneficio. Lo que sí mencionamos es a los escritores, porque ellos nos han incluido en sus libros y eso nos autoriza a relatarlo». Se busca que todos los comensales sean atendidos de igual modo, más allá de su fama, sin tratamiento especial.
Sin embargo, González sí destaca a una comensal fuera de esta categoría que lo impresionó especialmente: la política colombiana Ingrid Betancourt, quien, luego de ser liberada de su cautiverio por las FARC, fue al Botín a comer cochinillo.
También se dice que Francisco de Goya trabajó de lavaplatos en Casa Botín, pero González tiene sus reservas con ese dato de color: «No me gusta hacer afirmaciones que no puedo probar históricamente. Lo que sí es cierto es que Goya vivía en esta zona de Madrid entre 1770 y 1780, y que era un estudiante pobre. Él sobrevivía como podía, fregando platos o trabajando como lo que fuera en los mesones de la zona», explicó, insinuando que el mito histórico no sería del todo improbable.