1915: la vida en un submarino
«Tiene usted carta blanca para, en servicio de nuestros lectores, moverse como crea más conveniente. Mis instrucciones son éstas: veracidad, interés y rapidez». Con estas palabras el director de ABC, Torcuato Luca de Tena, enviaba al periodista Antonio Aizpeitúa a cubrir la guerra en Europa. El reportero español se convertiría probablemente en el primer periodista en enviar una crónica desde un submarino.
Corría el otoño de 1914 y Europa ardía en la guerra. Alemania había invadido Bélgica y la que iba a ser una rápida ofensiva se había estancado en una lucha de trincheras que mantenía en vilo a la opinión pública. Por otra parte, al mismo tiempo que España declaraba su neutralidad, las simpatías de la sociedad se repartían entre las potencias centrales y los aliados.
ABC pretendía ser un periódico imparcial, y por eso su director hizo un amplio despliegue de corresponsales y enviados especiales por multitud de ciudades europeas: Julio Camba, Azorín, Juan Pujol y Antonio Aizpeitúa, entre otros muchos, llenaron páginas y páginas para cubrir el conflicto. «Las crónicas eran entonces muy personales, muy literarias, estaban muy bien escritas», afirma Hughes, cronista de ABC aficionado a leer en la hemeroteca los periódicos de entonces. «Se puede aprender mucho del periodismo de aquel momento».
Crónicas desde un submarino
Antes de la Primera Guerra Mundial, los submarinos se emplearon en la guerra en contadas ocasiones. Pero con el nuevo conflicto, se convirtieron en una eficaz arma. En septiembre de 1914, el U-9 torpedeó de manera espectacular los cruceros británicos Aboukir, Cressy y Hogue. Bauer, comandante general de los U-Boote (submarinos alemanes), empezó a insistir en llevar a cabo una campaña de destrucción del comercio. De hecho, a lo largo de 1915, los alemanes iniciaron su campaña contra la flota mercante de Gran Bretaña con su escuadra submarina.
Cuando Aizpeitúa recibió el visto bueno, se dirigió a la base naval de Kiel para embarcar en un submarino y escribir desde allí sus crónicas. Pero no las tenía todas consigo. «A medida que el tren devora kilómetros y se acerca a la costa del Báltico, yo confieso que siento un poco de miedo por la aventura que iba a correr. He de declarar que si solicité el permiso fue con la vaga esperanza de que no se me concedería», escribía el periodista.
Al llegar a Kiel, la estación bullía en la actividad propia de un país en guerra. «Igual movimiento, idénticas olas de gente que se agitan en los andenes y otras dependencias. Y soldados, y oficiales, y marineros con sus bonitos uniformes de largas filas de botones dorados en la chaquetilla y en las mangas». Se refería a esos «jóvenes azules», a los marineros de la armada alemana. «Parecen niños desarrollados exageradamente con sus ojos claros y sus mejillas sonrojadas. Pero estos niños, cuando tripulan un Endem o cuando se esconden bajo las aguas, hacen cosas muy serias».
Tuvo que firmar ciertos documentos en la comandancia de Kiel según los cuales liberaba al almirantazgo de la Marina Imperial de toda responsabilidad sobre su vida y se comprometía a no revelar datos secretos. «Yo no sé cuántos peligros vi en un instante, entre aquellas líneas escritas a máquina». Finalmente, el periodista español embarcó a bordo de un submarino: «A su lado había otro, y más allá otro, y luego otro, como ballenatos dormidos».
A bordo de un arma innovadora, capaz de sumergirse bajo las aguas para torpedear a naves enemigas muy superiores en armamento, Aizpeitúa reflejó en sus crónicas la atmósfera del sumergible. «La trepidación hacía que uno se comparase a una pulga que hubiera caído en el interior de un reloj. Y luego el calor era más de 30 grados; el olor a bencina, a aceite, a grasa, a caucho, a pintura era muy desagradable».
En el submarino estuvo bajo el cargo del capitán S…, «Un hombre joven, apenas tendrá treinta años, está afeitado, y bajo unas cejas espesas lucen dos ojos que revelan audacia, sangre fría, tranquilidad interior». Enseguida le alertó de las incomodidades y de la importancia de no malgastar el oxígeno: «La vida en estos barcos no es muy divertida para el que no tiene costumbre, y luego, ¡son tan pocas las comodidades que puedo ofrecerle! La mayor parte del tiempo se lo pasará usted durmiendo».
Pasó las primeras horas de viaje dentro de su camarote, pasando calor y anhelando el tabaco, hasta que finalmente el capitán le hizo llamar hasta la torre del submarino en medio de los bandazos del mar. «Parece que ha dormido usted muy bien», le dijo el capitán sonriendo. El submarino se encontraba en el Mar del Norte, frente a las costas de Escocia. «El mar estaba un poco agitado; olas enormes levantaban a la pequeña nave hasta la cima de una montaña de agua para luego lanzarla al valle que formaban otras dos». Entonces, el sumergible detectó una voluta de humo en el horizonte. Forzando las máquinas, la proa cortó las olas para acercarse al barco. Después de un intercambio de banderas de señales y voces, resultó tratarse de un barco danés que viajaba a Francia cargado de madera. «Muchos de esos barquitos que parecen tan inofensivos, van armados de ametralladoras y de cañones de pequeño calibre. Muchas veces hemos estado expuestos a un disgusto […] apenas nos ven se lanzan a toda velocidad sobre nosotros con el propósito de embestirnos por el costado», alertó el capitán S…
En el interior del «ballenato metálico» había 22 hombres. Aizpeitúa describió la sala de máquinas, tan grande que ocupaba casi las dos terceras partes del submarino: «Todas las ruedas, todos los engranajes, las bielas, chorreaban aceite. […] Todo está tan ingeniosamente dispuesto, tan bien organizado, que maravilla». Después visitó los dormitorios de la tripulación, «especie de estanterías colocadas en una salita» de la proa.
Días después, Aizpeitúa retomaba su crónica: «Toda la tarde la pasamos en la torre del submarino. El mar tenía un color plomizo y las olas eran grandes, pesadas, lentas. El submarino cambiaba de rumbo, al Norte, al Sur, al Este, al Oeste. Otras veces se paraba, descansando muellemente sobre el lomo de una ola grande, que luego se lo entregaba a otra, como si estuvieran jugando con él. El ballenato metálico parecía al acecho y, según supe después, aguardaba el paso de un barco carbonero de cuya salida de Londres había tenido aviso».
El capitán S… alertó al periodista español: «Tenemos el aviso de que un barco carbonero, que sale o salió de Londres, lleva soldados y material de guerra para Francia. Puede que haya desistido de su viaje o que lo haya aplazado; pero nosotros le esperaremos todo el tiempo que sea preciso». Horas después, Aizpeitúa escribía: «Sentí como una conmoción en el barco, como si unas manos de gigante lo sacudieran. Después tuve la sensación de que desdencía en un ascensor. El capitán observaba por el periscopio. Comprendí que nos habíamos sumergido y que algo justificaba nuestra inmersión».
El submarino alemán había establecido contacto con un barco enemigo que había comenzado a dispararle. «Describir la emoción que yo sentí en aquellos momento sería imposible; yo no veía nada, no sabía a qué distancia estaba el otro barco, a qué profundidad navegábamos. Y, sin embargo, tenía la sensación de la situación grave, de que empezaba el duelo terrible entre el ballenato y su presa. La vibración que noté al entrar por la primera vez en el submarino había desaparecido, y todos los ruidos interiores eran apagados, como si estuviéramos dentro de una cabina telefónica acolchada», escribió.
El capitán le envió a la sala de torpedos para presenciar el proceso de carga y disparo del proyectil. «Otra lucecita en el cuadro, esta vez encarnada, y una nueva orden del marino… el torpedo navega ya, llevando la muerte… el hijo del ballenato a a defender a su padre…». En medio de la turbación, escribía: «No sé cuánto tiempo permanecí sentado en el diván, imposibilitado para pensar, para darme cuenta de todo lo que veía, luchando con una somnolencia terrible».
De nuevo, en superficie y en la torre del submarino, el periodista pudo ver los resultados del ataque: «vi sobre las aguas maderos, trozos de cuerda, pedazos de muebles rotos, cajas, toneles, ropas… entonces comprendí el drama: el barco había sido torpedeado, hundido, y solo quedaban flotando sobre el mar sus restos».
Germanófilos y aliadófilos
Las crónicas de Aizpeitúa, primero desde París, luego desde Bruselas y, después, desde Berlín, reflejaban una visión del conflicto favorable a los alemanes. Aizpeitúa se hizo eco del derrotismo que invadía, a su juicio, a los franceses: «Si Francia no está vencida materialmente, lo está moralmente», escribía en septiembre de 1914. También se maravilló ante el poderío del país germano, a pesar del bloqueo naval de Gran Bretaña: «La vida industrial, fabril y mercantil no se ha interrumpido en Alemania. […] Alemania seguirá compitiendo en todos los mercados del mundo». Las crónicas del español agradaron tanto al Estado Mayor alemán que el teniente de navío Wilhem Canaris, que sería durante la Segunda Guerra Mundial jefe del servicio secreto alemán, redactó en 1916 un informe en el que podía leerse: «los únicos artículos que en España causan una impresión favorable a nosotros en círculos muy amplios […] son los de Aizpeitúa».
Otro de los reporteros germanófilos era Javier Pujol, corresponsal de ABC en Londres, quien escribió desde allí duros editoriales y artículos en contra de la política británica, antes de viajar por Europa y cubrir el frente directamente. «Han comenzado a castañetear las ametralladoras […]. Las oigo tan cerca, que muchas veces miro a lo alto, esperando ver saltar a los enemigos, armadas las bayonetas, dentro de la trinchera».
Pero si Aizpeitúa y Pujol eran estrellas del periodismo de entonces que escribían a favor de los alemanes, ABC envió a Europa a uno de los más populares escritores de periódicos de España, para defender la causa francesa. Desde Bayona, Biarritz y después París, Azorín escribió sobre «la bella, la buena, la intrépida Francia» y defendió su papel desde todos los puntos de vista posibles, pero sobre todo desde el cultural.
Para completar el repertorio de corresponsales aliadófilos, Luca de Tena envió a un periodista-novelista de cierto renombre: Alberto Insúa. «Usted en su sección—le dijo Luca de Tena a Insúa—es libre de manifestar sus sentimientos. Usted se convencerá de que ni yo ni ABC somos aliadófilos ni germanófilos, sino españoles». Así, desde 1915 Insúa cubrió desde Francia y las trincheras la actualidad de la guerra. Con enviados especiales o corresponsales en muchas ciudades europeas, ningún periódico español tuvo tantos periodistas cubriendo el conflicto ni le dedicó tanto espacio.
Casi 100 años después, la crónica de Aizpeitúa conserva su viveza. «Un submarino es el lugar más remoto desde el que se puede escribir una crónica, un útero donde se puede escribir con absoluta independencia», según Francisco Hughes. Cuando se cumple el centenario de la Primera Guerra Mundial, los relatos de los periodistas de entonces conservan una vigencia solo comparable a su calidad literaria. Quizás algunas claves para solucionar la crisis del periodismo estén en los reportajes de Aizpeitúa, Julio Camba, Azorín, Insúa y Pujol.
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Buenas tardes
Estaba leyendo con interés el articulo que publicaron acerca de la crónica de un submarino Alemán en la Primera Guerra mundial del periodista Antonio Aizpeitua escrita el el diario ABC, quisiera saber como puedo conseguir la crónica completa, intenté buscarla por internet en la hemeroteca entre 1914 y 1916 pero no pude conseguirla con ninguna de las frases o palabras que escribí en los campos de búsqueda.
Desde ya muchas gracias
Héctor Caro
Estimado Héctor,
Aquí te dejo los links a la primera página de los diarios en los que aparece la crónica de Aizpeitúa. Sus repotajes suelen estar en la portada, pero en algún caso quedan en la segunda o tercera. Si eso ocurre, solo tienes que buscar la página correspondiente en la hemeroteca. Todos ellos aparecen bajo el título: «La vida en un submarino».
Un saludo y que lo disfrutes.
http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1915/09/09/003.html
http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1915/09/10/003.html
http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1915/09/11/003.html
http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1915/09/12/003.html
Hola Gonzalo
Estoy en un foro de historia marítima (Histarmar.org)
Este artículo tembién lo escribió en la Revista Caras y Caretas de Argentina en 1915 con su nombre verdadero, Javier Bueno. El era corresponsal de esta revista. Lo que tenemos es dudas si este viaje existió o solo visitó una base de entrenamiento.
la cantidad de tripulantes, que da en 22. El otro es el “olor a bencina”. Subs alemanes con esa cantidad de tripulantes hubo pocos, el U-1, el U-2 y la clase UB-II (30 unidades). Los UB-II no estaban en servicio cuanto se escribió el articulo (septiembre 1915), además eran diesel. Los dos primeros, además de coincidir en la cantidad de tripulantes, eran a nafta. Eran subs “viejos” (1908), relegados a entrenamiento. Según wiki (http://en.wikipedia.org/wiki/List_of_U-boat_flotillas) no había ninguna flotilla de combate basada en Kiel, las que operaban en el Mar del Norte estaban basadas en Flandes (Belgica) y Wilhelmshaven. Todo lo cual me hace suponer que lo embarcaron en un sub de entrenamiento basado en Kiel.
Despues esta el relado del torpedeamiento, un buque mercante armado lo encuentra en superficie y cañonea, el sub se sumerge y lo torpedea, cuando la acción normal de un submarino es siempre esperar a su presa sumergido y atacarlo desprevenido. Un barco que lo hubiera visto sumergirse simplemente le hubiera dado la popa y se hubiera alejado a velocidad, poco probable lo pudiera torpedear. Luego suben a superficie y solo se ven restos, ningún bote, lo que presume que todos los tripulantes murieron, hecho descrito por el autor desprovisto de todo dramatismo.
Averigue en el museo de UBoote en alemania y ellos me constestaron que no tienen ninguna autorizacion dada a esta persona y que dudan que se hubiera permitido a un periodista extranjero embarcar, por lo tanto no creen en la crónica.
Tendríamos que averiguar más a fondo en la Armada Alemana si tienen algo archivado.
Saludos
Héctor Caro
(Si me pasa tu mail te envio el relato de Caras y Caretas)
Esta es la crónica completa. Fue publicada en el diario El Comercio, de Lima, Perú, el 10 de enero de 1916. No se menciona al nombre del autor, solo se dice que es corresponsal de guerra del diario ABC de Madrid.
LA VIDA EN UN SUBMARINO
“Toda la tarde la pasamos en la torre del submarino. El mar tenía un color plomizo y las olas eran grandes, pesadas, lentas. El submarino cambiaba de rumbo, al norte, al sur, este, al oeste. Otras veces se paraba, deseando muellemente sobre el lomo de una ola grande, que luego se lo entregaba a otra, como si estuviera jugando con él. El ballenato mecánico parecía al acecho, y según supe después, aguardaba el paso de un carbonero, de cuya salida de Londres había tenido aviso. Pero pasaban las horas y no se veía ningún penacho de humo en el horizonte. Este mar antes tan frecuentado, en donde embarcaciones de toda clase pululaban, que cruzaban los navíos ingleses, alemanes, franceses, belgas, holandeses, estaba desierto. Inglaterra ha paralizado la navegación marítima de Alemania, pero no ha podido conseguir que las demás marinas mercantes, ni la suya propia, continúen el tráfico de antes. ¿Cuándo, en otros tiempos, habríamos pasado a la entrada del Canal de la Mancha sin ver un mástil, sin divisar una chimenea?
El capitán S…. continuaba observando el mar. Cuando el sol se ponía, hundiéndose en las aguas, se veía a un estribor una especie de masa gris difuminada. Eran las costas de Escocia. Yo confieso que ante inglesa sentí un poco de miedo. Íbamos en un barquito diminuto, y éste tenía la audacia de acercarse a las playas de la formidable potencia naval, Inglaterra, a los puertos donde se guardan sus monstruosas fortalezas de acero con cañones gigantescos. Y cuando yo comunicaba mis inquietudes al capitán, en sus labios, muy finos, se dibujaba una sonrisa de burla.
El submarino viró y la masa gris de las tierras de Escocia, que estaban a estribor, pasaron a babor. Continuamos marchamos lentamente, tan lentamente, que la hélice apenas si dejaba en el mar una estela de espuma. Más tarde desapareció la masa gris, lo que me indicó que habíamos puesto rumbo a las costas holandesas.
A las siete bajamos a comer, y me abstengo de incluir el menú, porque no se diferenció mucho del de por la mañana. Mientras tomábamos café, el capitán me dijo cuál era el objetivo de su salida.
– Tenemos el aviso de que un barco carbonero, que sale o salió de Londres, lleva soldados y material de guerra para Francia. Puede que haya desistido de su viaje o que lo haya aplazado; pero nosotros lo esperaremos todo el tiempo que sea preciso. Lo sentiré únicamente por usted, porque no debe ser muy agradable pasar en el mar días como el de hoy.
– ¿Cuántos días puede estar fuera de puerto?, pregunté
– Muchos, muchos más que los que nuestros enemigos suponen, contestó evasivamente.
– Y, ¿Cómo si el barco que usted espera salió de Londres y va a Francia, estamos en estos parajes?
– A veces cambian de itinerario.
En el cuadro colocado en el testero, encima de la mesa de caoba, apareció un punto iluminado. El capitán, sin precipitación, me rogó que lo disculpase si tenía que abandonar la sobremesa. Me quedó solo. A los pocos momentos vino de nuevo el capitán. Fue a la mesa y comenzó a maniobrar en la manivela. Un segundo después, sentí como una conmoción en el barco, como si unas manos de gigante lo sacudieran. Después tuve la sensación de que descendía un ascensor. El capitán observaba por el periscopio. Comprendí que nos habíamos sumergido y que algo justificaba nuestra inmersión.
– Ya se acerca nuestro enemigo, dijo el capitán sin abandonar el observatorio.
Describir la emoción que yo sentí en aquellos momentos, sería imposible; yo no veía nada, no sabía a qué distancia estaba el otro barco, a que profundidad navegábamos. Y, sin embargo, tenía la sensación de la situación grave, de que empezaba el duelo terrible entre el ballenato y su presa. La vibración que noté al entrar por primera vez en el submarino había desaparecido, y todos los ruidos interiores eran apagados, como si estuviéramos dentro de una cabina telefónica acolchada. Sin moverme del diván, observaba atentamente al capitán S…, que no abandonaba ni un instante la manivela.
– Nos ha visto y nos dispara, dijo el oficial con la misma entonación de voz que podría emplear para saludar a un amigo.
Y luego añadió.
– Lleva mucho cargamento.
Se presentó un marinero. El capitán, abandonando un momento su observatorio, se volvió para decirme.
– Si quiere usted ver algo interesante, vaya usted con este señor.
Me levanté un poco aturdido. Las sienes me latían un poco y la cabeza me pesaba. El olor a grasa y bencina era cada vez más pronunciado y me daba náuseas. Seguimos el pasillito estrecho; el marinero abrió una puerta y me encontré con una galería, de techo muy bajo, en la que había instalados dos cañones de pequeño calibre. Estas piezas están en sentido paralelo a la longitud del submarino, y no se abertura por donde pueden disparar. En esta galería encontramos a cuatro marineros que, sin duda, eran servidores de las piezas. Al final de la galería, el marinero abrió otra puerta y me hizo entrar a una especie de salita cuadrada: la cámara de los tubos lanzatorpedos. Otros marineros se encontraban allí. Sobre una pequeña vagoneta, el proyectil; parte delantera, que podríamos llamar popa, estaba provista de tenazas contra las redes metálicas que protegen los cascos de los buques. En la popa, la pequeña hélice que le da la impulsión. Los marineros parecían un poco asombrados de mi presencia allí. Inmóviles, cada cual en su puesto, aguardaban las órdenes. De nuevo tuve la sensación de que descendíamos, de que nos sumergíamos a mayor profundidad.
El cabo o superior que mandaba aquellos hombres, tenía en la mano un teléfono. Además, no quitaba la vista de un cuadro fijado en un testero semejante al que hay en la habitación de mando. La luz de las lámparas eléctricas encendía los rostros y dejaban sombras a la parte interior de los cuerpos.
El marinero pareció prestar atención a algo que le comunicaban por teléfono, al mismo tiempo que se encendía en el cuadro indicador una lucecita azul. Una orden a sus compañeros, que no entiendo, y en seguida, dos de ellos empujaron lentamente la vagoneta que tenía cargado el proyectil. Otros dos esperaban a ambos lados del tubo, y cuando el torpedo ha entrado, maniobran el cierre. Otra lucecita en el cuadro, esta vez encarnada, y una nueva orden del marinero…. El torpedo navega ya, llevando la muerte… El hijo del ballenato va a defender a su padre…
El marinero me dice que debemos ir al cuarto del capitán. Por el mismo camino nos dirigimos a la sala de mando, en donde el oficial continúa de codos sobre la mesa, en su puesto de observación. Sin mirarme me preguntó:
– Interesante, ¿no?
– Mucho, contesté maquinalmente, porque todo lo que presenciaba me tenía un poco aturdido.
Ya las sienes me laten con más fuerza, la cabeza me duele, al respirar el aire caliente, me escuece la nariz.
No sé cuánto tiempo permanecí sentado en el diván, imposibilitado para pensar, para darme cuenta de todo lo que veía, luchando con una somnolencia terrible. De pronto el capitán me tocó el hombro.
– Venga usted, me dijo, vamos arriba, el aire del mar le hará bien.
Por la escala subió el capitán; pero yo no me encontraba con fuerzas para seguirle. Sentía una gran torpeza en los miembros y como sí hubiera perdido energía. Por fin, haciendo un esfuerzo, logré encaramarme. Noté el viento que entraba en remolino por el agujero y me azotaba la cara. Yo no veía nada, la obscuridad era completa, y yo acostumbrado a la luz de abajo, no podía distinguir sino la espuma blanca de las olas, que tenía reverberaciones luminosas. Poco a poco se fueron habituando mis ojos, y vi sobre las aguas trozos de cuerda, pedazos de muebles rotos, cajas, toneles, ropas…Entonces comprendí el drama: el barco ha sido torpedeado, hundido, y solo quedaban flotando sobre el mar sus restos.
El capitán completó lo demás: “Venía cargado de municiones, y con soldados de artillería ingleses que las custodiaban. Apenas nos vieron, dispararon; pero con mala puntería. Tres cañones abrieron fuego violento. Cuando nos sumergimos intento huir; pero sus máquinas no tenían la potencia de las nuestras. Se le disparó un torpedo que hizo blanco en la popa; pero todavía siguió flotando, y disparaba su cañón de estribor. Fue preciso un segundo torpedo. Lo menos había doscientos hombres a bordo, pero no tenía más de cuatro lanchas. Una de estas se ha ido a pique, arrastrada por el torbellino que formó el barco a desaparecer. Nosotros hemos salvado a tres hombres y un perro”, terminó diciendo el capitán, señalándome el perrillo colorado que tiritaba en un rincón de la torre.
– ¿Dónde están los náufragos recogidos?, preguntó
– Están secándose abajo.
– ¿Y las lanchas de los otros náufragos?
– No deben andar muy lejos, el mar no está bien para remar.
Descendemos de nuevo al cuarto de mando, porque el capitán S…. quería interrogar a los marinos ingleses recogidos. Vinieron a su presencia con un traje seco que les había prestado la marinería del submarino. Eran jóvenes; los tres rubios; uno muy alto, desgarbado; otro bajito y fuete y el otro tenía aspecto medio bandido y medio mendigo, de los descargadores del Támesis. Ninguna hablaba alemán. El capitán les habló en inglés. El bajito parecía más inteligente y despierto que sus compañeros. Dijo que hacía dos días habían sido contratados para navegar en el barco hundido, a razón de cinco libras semanales. Que el buque dejo las costas inglesas a las ocho de la mañana y había caminado variando constantemente el rumbo. Confirmó que en el barco iban soldados de artillería ingleses y municiones. Dijo el nombre del barco; pero a mí está vedado consignarlo.
Cuando se marcharon los marineros el capitán me invitó a subir de nuevo a la torre. Hacía bochorno, y unas nubes negras rodaban muy bajas. El submarino caminaba velozmente, bajando la cima de una ola para luego ascender a otra.
A medianoche el capitán me preguntó si no quería irme a mi cuarto.
– Seguramente que usted está muy fatigado, me dijo.
Yo comprendí que cortésmente me invitaba a no presenciar lo que a salida cuidaron que no viera. Obediente me fui a mi camarote y me acosté.
Cuando al día siguiente vino a buscarme un marinero, el submarino estaba amarrado en un muelle del Canal de Kiel.
El corresponsal del ABC de Madrid
El Comercio, lunes 10 de enero de 1916, Edición de la Mañana, Página 4 , “La Guerra en el Mar”, 1 – 3 Columnas
¿Alguien tiene una pequeña biografía del autor? Se que su nombre era Javier Bueno y García, y más allá del año de su muerte (1929) no se más. Para los interesados voy a colocar el texto completo en FB
hector Lopez arestegui
Si hay alguien interesado en que se lo envíe, mi correo es hslopezar@gmail.co,