Los guardianes de las calles
Alicia López (nombre ficticio) se convirtió por un cúmulo de errores en alguien sin hogar, cuya vida se derrumbó de la noche a la mañana. Tiene 55 años y lleva casi 19 meses en el Centro de Acogida Municipal Juan Luis Vives. Se considera una mujer con mucha fortuna pese a que malas decisiones y su «inmersión en el alcohol», provocaron que un día se viera sin casa, sin dinero y sin un sitio para guarecerse. Contactó con el SAMUR social y, tras una serie de gestiones, vivió 8 meses en un piso. Más tarde, ingresó en el centro.
Se muestra tranquila, serena y lúcida, aunque se le endurece el rostro al recordar aquellos momentos. Su fe en que lo superaría y obtendría cierto bienestar le infundieron el ánimo que otros no encontraron. Pese a ello, cuando echa la vista atrás lamenta que su adicción al alcohol destrozara su vida. Considera que ha tenido suerte porque ha encontrado varios empleos. Y ahora, trabaja para salir del pozo. «La convivencia es una lotería. Aquí no vienes a hacer amigos, sino a rehabilitarte».
Reconquistar su libertad
Alicia es optimista. Cree que a todas las personas en su misma situación les llegará un atisbo de luz en forma de empleo o de otra ayuda. No ha llegado tan lejos para tirar la toalla. «Tienes momentos de amargura, de angustia, de desesperación o depresiones porque quieres conseguir tu propia autonomía. Todos añoramos nuestra libertad, nuestra independencia». No ve el día que tenga que dar el paso para salir ahí fuera. «Tenemos derecho a una oportunidad para encauzar nuestras vidas».
En su opinión, la gente de a pie puede ayudarles con un concepto menos férreo sobre las personas en exclusión social. Muchos piensan que «somos deshechos de la sociedad o como aquella frase que he oído alguna vez: mira a éste, que quiere vivir por el morro y no hacer nada». Estereotipos que no les hacen justicia y les perjudican.
Por un momento, Alicia baja la guardia para comentar que se divierten en el centro mediante juegos de mesa, excursiones o charlas. «Un día abriré la ventana de la habitación en donde esté, me serviré una taza de café, lo oleré y me diré: bienvenida otra vez» asegura con el rostro iluminado.
La otra cara de la moneda
Karol, un polaco que vive en la terminal de autobuses de Atocha, es un sin techo. Pese a la dureza de la calle, mantiene intacta una sonrisa que brota con facilidad mientras cuenta su historia. «Podrían venir a limpiar esta zona de vez en cuando, nosotros no molestamos. Nos buscamos la vida para sobrevivir, unas veces pidiendo dinero que sólo nos da para comer», afirma. Tuerce el gesto cuando describe que la Policía Nacional les ha tirado a la basura sus cosas pero ellos no se moverán de allí porque no tienen otro sitio al que marcharse. «Son buena gente. Muchos sólo quieren que les escuchen», afirma un comerciante de la zona. Como Karol, hay unas 3.000 personas durmiendo en las calles de la capital (el año pasado había 2.500), según Cáritas Madrid.
Patrocinio Garcianos, directora y trabajadora social del Centro de Acogida Catalina Labouré, explica que «son personas muy vulnerables, que por circunstancias de la vida acabaron en la calle. Es importante el papel de los voluntarios», añade.
Es una situación extrema, pero hay salida como en el caso de Mónica Monterde, quien luce una generosa sonrisa tras bajar al infierno de las drogas. Durante casi cuatro años fumaba entre 20 y 30 «porros» diarios lo que desembocó en graves problemas familiares que le costaron la custodia de sus tres hijos. No tenía vida, conseguía dinero para consumir cannabis e incluso robó. Ingresó en el albergue Teresa de Calcuta donde empezó a desintoxicarse —lleva un año—. Después, la parte más difícil: la rehabilitación, porque estar ingresada «es un infierno». Hoy trabaja para recuperar su vida y a su familia. «Necesitas tocar fondo para darte cuenta que las cosas tienen que cambiar». Se puede salir pero es cuestión de «actitud y dejarse ayudar», señala. La lección que aprendió es que «estar en la droga no es vivir, es morir».
Faltan recursos
La red de personas sin hogar en Madrid está formada por centros municipales y por centros privados. La campaña de frío, que refuerza los recursos para atender a las personas sin hogar, arrancó el 25 de noviembre y se prolongará hasta el 25 de marzo de 2015.
Aunque «los albergues son lugares muy fríos, donde la intimidad no existe y los horarios son estrictos», para mucha gente que vive en la calle es «entrar en una red de recursos que no se acerca o no responde a sus necesidades», afirma Laura López, técnico de Intervención en RAIS Fundación. «Falta mayor inversión en los recursos para estas personas y ser más creativos a la hora de buscar otras respuestas», sentencia.
Mientras tanto, los guardianes de la calle permanecerán a la intemperie soportando temperaturas que rondan los 5 grados a la espera de que un día cambie su destino.