Casa de Campo

«Hablas bien para ser negrito»

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Al calor de 200.000 personas, Martin Luther King tuvo que vociferar con un fervor inédito para hacerse oír por todos los recodos del National Mall. El discurso con el que se presentó el 28 de agosto de 1963 en Washington D.C. es de sobra conocido. Bajo la imponente efigie del decimosexto presidente norteamericano, Abraham Lincoln, el líder del Movimiento por los derechos civiles recitó una histórica arenga en la que abogó por la igualdad racial y los derechos de los negros. «Yo tengo un sueño».

Sin embargo, y pese a que sus esfuerzos no se han desvanecido en el tiempo, el mundo sigue sin ser un lugar «libre» para la raza negra. El racismo continúa impregnado en muchos sectores la sociedad occidental. También en España, en donde varios actos xenófobos perpetrados por grupos de extrema derecha en los últimos años han provocado el recelo de todo tipo de organizaciones sociales.

Bakary Ahmed ha sufrido en su propia piel el acoso y la exclusión propios de la discriminación racial. A sus 24 años, este joven historiador no es diferente a cualquier otro chico de su barrio. Llegó a Madrid hace un lustro procedente de la localidad toledana de Consuegra, el pueblo donde nació. En este tiempo, ha conseguido terminar sus estudios y se prepara ya para adentrarse en el ciclón del mercado laboral español.

Al consaburense le gusta el baloncesto, deporte que practica juntos a sus amigos cada fin de semana en las desvencijadas pistas de Latina. También es asiduo a las exposiciones de arte y a la cerveza irlandesa, que suele tomar en vasos de litro en O’Neills, un viejo local de la calle del Príncipe.

Nadie centraría su atención en él de forma especial de no ser por el color de su piel: Bakary es negro, algo que debe a su ascendencia gambiana, un país del África occidental. Una particularidad que el tiempo ha convertido en estigma.

La última vez sucedió en el parque de San Isidro. El crepúsculo había vuelto a sorprender al grupo entre chácharas y chanzas, perdidos entre los sinuosos caminos de la arboleda. Mulsos y rodillas protestaron primero, pero fue el hambre el que guió sus pasos hasta un puesto ambulante de comida rápida cercano. Varios amasijos de sudor y arañazos haciendo cola en mitad de la calle.Con el botín en la mano, apenas un grasiento bollo de pan recubriendo tres filetes secos de pollo, los muchachos comenzaron a enfilar el camino a sus respectivas casas. Solo habían dado algunos pasos cuando fueron detenidos por un par de agentes policía.

El «cacheo de la tarde» les había tocado a ellos. «Las piernas, abiertas y bien estiradas». De poco sirvieron las primeras quejas. Ante la orden de los policías, a la pandilla no le quedó otro remedio que asentir con resignación. A ambos lados de la calle, decenas de personas observaban con curiosidad cómo los agentes registraban a los jóvenes en busca de algún material sospechoso. Generalmente, intentan dar con drogas o armas blancas, como navajas o corvos de pequeño tamaño.

La invitación a permanecer «tranquilitos y sin armar mucho ruido» les sirvió como despedida. No era la primera vez que el toledano era objeto de los cacheos de las fuerzas de seguridad. Las detenciones se producen con mayor contingencia cuando va acompañado de sus amigos, que, en su mayoría, son también de procedencia africana o suramericana. De hecho, su vida está repleta de pequeñas sospechas. Un negro en un mundo de blancos no puede tramar nada bueno.

Un informe de SOS Racismo revela que la discriminación relacionada con la Seguridad Pública, aquella que conlleva insultos y agresiones llevados a cabo por los cuerpos de Policía, es la segunda causa más denunciada de este tipo de segregacionismo en España, solo precedido por las vejaciones institucionales. A lo largo de todo el país, el año pasado se registraron alrededor de 500 delitos, el doble que en 2013.

El desinterés de los gobernantes y las lagunas en la legislación española han agravado aún más el problema. Según Amnistía Internacional (AI), España, con más de 4.000 casos al año, está a la cola de la lucha contra el racismo en Europa.

Microrracismos

Bakary sabe bien lo que es ser víctima del racismo que todavía está establecido en la sociedad española. Desde que era un niño ha tenido que soportar pequeñas discriminaciones que le han acompañado a lo largo de toda su vida. Sus propios compañeros de clase le recordaban a diario que era una persona diferente: «Hablas bien para ser negrito». A los siete años, había comprendido que él no era uno más, sino un extraño.

Con cada nuevo aniversario, los comentarios despectivos y las acusaciones injustificadas se fueron recrudeciendo. «Cuando tenía 17 años, comencé a salir con una chica. Blanca. Pero sus padres no dejaron que saliera con un “negrito muerto de hambre”. Es lo que hay».

Entrar en algunos establecimientos también se ha convertido en un vía crucis. «Hay algunas tiendas en las que no dejan de perseguirme, –apunta–. No se quedan a gusto hasta que salgo por la puerta. Ya ni siquiera me planteo entrar».

Pese a todo, este tipo de actuaciones sigue sin ser común en la Comunidad de Madrid. De hecho, es una de las zonas en las que menos de estos casos se registran. Vizcaya, Guipúzcoa, Girona, Soria y Toledo, las que más. En estas provincias, la tasa de incidentes de este tipo es muy superior a la media española, que alcanza el 0,97 por cada 100.000 habitantes.

El pasado es doloroso, pero Bakary no ha perdido la esperanza. «Estoy seguro de que algún día la situación cambiará, y será posible que me sienta como en casa», apunta. El sueño de Luther King. Un futuro que todavía se intuye lejos.

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