La realidad ‘drag’: abusos sexuales y laborales envueltos en luces de neón
Tras los telones madrileños, multitud de artistas de este colectivo tienen que hacer frente a contratos de trabajo inexistentes y a jornadas pagadas a tan sólo cinco euros la noche
Ingentes cantidades de purpurina abarrotan durante la noche las diversas calles que conforman el barrio de Chueca. También el terciopelo, los maquillajes de llamativos colores y las botas de plataforma alta son protagonistas de un popular ambiente en el que no es oro todo lo que reluce. La sexualización, el racismo y la precariedad laboral deambulan por los locales del centro madrileño donde los derechos laborales de los ‘drag queens’ se funden con las luces de neón hasta dejarlos en la inanición, haciendo que muchos artistas trabajen por menos de veinte euros la noche sin contrato.
Según Daniel Carrillo, ‘drag queen’ y creador de El Gallinero de Damorca –ubicado en el barrio de La Latina– el ‘drag’ actual poco tiene que ver con aquel que se veía en sus orígenes en España, el cual se basaba en subir al escenario y hacer reír al público. «Se están adaptando discursos americanos de forma muy natural y hemos perdido un poco lo que nosotros teníamos de base. Cuando tenía 18 años en España se hacía ‘playback’ de Lola Flores, Carmen Sevilla y Rocío Jurado», expone Carrillo. En la actualidad este arte se ha visto globalizado, ahora se puede ver el mismo espectáculo estés en Madrid, en Londres o en Berlín, y sometido a sexualización, estigmatización, racismo y abusos de derechos laborales, especialmente en los locales del barrio madrileño de Chueca.
Carrillo, junto a Gades, La Saphira, Satine Fansy y Gilda Glamour (nombre ficticio) denuncian esta realidad que forma parte intrínseca de su trabajo. «Al final se nos ve como un fetiche, ese mismo que engloba a las mujeres transgénero. Para los que nos sexualizan somos como un objeto, que al ser distinto a la norma cobra más valor. Algunos entran a los locales y otros no porque ya están vetados», cuenta Gades. Las personas que trabajan en este oficio sufren tocamientos no consentidos, acoso y proposiciones inapropiadas. «Me ha pasado de tener a una persona detrás tocándome el culo e insistiéndome para ir al baño con él, y en el momento en el que ‘montaba el pollo’, se iba y veía cómo minutos después estaba detrás de otra compañera», precisa.
Además, tienen que lidiar con la precariedad y el racismo. «Me han llegado a pagar cinco euros cuando estaba empezando. Ahora suelo cobrar unos 150, pero varía mucho dependiendo de la noche», relata La Saphira. Con este dinero las artistas se tienen que financiar los materiales del show: maquillaje, pelucas, vestuario y todo lo que necesiten para ejecutarlo. También tienen que contar con el tiempo que invierten en prepararse, que para la mayoría oscila entre dos o tres horas, y crear el espectáculo, que les lleva unas dos semanas. La ausencia de contratos laborales hace que se vean en situaciones rocambolescas: actuar a cambio de copas, sin ningún sindicato que los represente, pagos repentinos a través de bizum, problemas con el cobro de facturas, remuneración variable según la taquilla de la noche, creación de concursos por parte de los locales para no tener que pagar a los artistas y todo lo que conlleva trabajar sin estar dados de alta en la Seguridad Social –falta de bajas, vacaciones, paro y pensiones–. También los bajos salarios generan asombro entre los artistas debido al alto precio de las entradas, puesto que entrar en estos locales cuestan en torno a diez y quince euros. Una sala que se abarrota y en las que los ‘drag’ no suelen cobrar más de 30 euros. «Se alimentan de la ilusión de las ‘baby drag’ –personas que están comenzando en esta profesión– para engañarlas», expresa Gilda Glamour.
Además de estos problemas, los artistas extranjeros que ejercen esta profesión en Madrid tienen que hacer frente al racismo por parte de los organizadores y del propio colectivo. «Yo soy de Argelia, llevo ocho años en España, y mi vestimenta muchas veces es típica de allí. En ocasiones esto ha generado que se me insulte debido a mi nacionalidad. Escucho cosas como “cuidado con el bolso” o “lleva un cinturón de explosivos debajo”», reconoce La Saphira.
Luces, cámara y acción
Carrillo, con su barra de pintalabios carmesí, sombras compuestas de relumbrantes tonalidades púrpuras y peluca rubia, casi albina, ‘a lo Versace’, optó por alejarse del sofocante calor de la multitud y de los abundantes focos frecuentes de Chueca, renegar de su ambiente jaranero y crear su propio bullicio hogareño tras experimentar, de igual manera, el mismo acoso sexual por parte de espectadores y dueños. Y así nació Damorca.
El diseñador, junto al monólogo, pretende traer de vuelta el antiguo ‘drag’, en donde la comedia era la principal protagonista. «Yo subo y narro mi vida. Cuento, por ejemplo, cómo casi me caso dos veces. Una vez con un sacerdote hindú en Londres y otra vez con un colombiano que conocí en Perú, cuando no sabía qué hacer con mi vida y decidí subir al Machu Picchu. Se llama arte dramático porque el drama lo dejas en el escenario», confiesa. Sin embargo, el intérprete se ve envuelto en la tragicomedia más allá de los focos. En su día a día, Carrillo revela cómo es pasear de noche por determinados barrios madrileños, como Lavapiés, en donde es acosado sexualmente por su vestimenta y confundido con una mujer transgénero y, además, prostituta: «Me han llegado a tirar dinero y a perseguirme durante minutos mientras insistían en que me fuera con ellos a hoteles». O cuando se ha visto obligado a cambiarse de ropa entre los vagones de la Renfe por miedo a ser molestado en su propia zona.
Aun así, el artista anhela, junto a Damorca, de quien dice no ser tanto un personaje sino una exageración de sí mismo, cambiar la visión que se tiene acerca de los espectáculos ‘drag’, alegando que la cultura también reside en este tipo de representaciones. El joven madrileño se crio entre tablaos flamencos y campos de fútbol por obra y gracia de su madre: musa y, sobre todo, cordobesa. «El ‘drag’ es una oda a las mujeres con las que yo me he criado. No intento ser una mujer, sino que intento mostrar lo más bonito de una mujer», declara Carrillo.
Asimismo, el diseñador, emergido de El Pozo, un barrio de inmigrantes andaluces, expresa que ha tenido, desde sus inicios, una vida «almodovariana», y que si esta fuera una película empezaría con la imagen de su abuela entrando en la celebración cristiana a la que los gitanos acudían en dicha iglesia evangélica, de la que ella era dueña, para cobrarles el alquiler. El vallecano agradece haber crecido junto a la danza y manifiesta que las personas que tienen vidas complejas desde pequeños son como una ‘olla express’: «Hay que soltar esa tensión por algún lado. Yo decidí soltarla mediante el arte y la comedia. Mejor así que pegándome con el camarero de un bar». Y así nació Damorca.