El joven y el mendigo
Una mañana de junio,
del año dos mil y pico
paseaba por la calle
un joven y apuesto chico
que pese a no trabajar
era por su casa rico.
En esto vio a su lado
a un hombre pobre harapiento,
con el pelo deshilado,
y con el rostro mugriento,
junto a una bota de vino
echado sobre el cemento.
El joven que caminaba
apretó su vista al frente,
acelerando su paso,
mas se frenó de repente
por la voz de aquel mendigo
que pedía dulcemente:
-Por el Amor de Dios, joven,
tú eres rico, yo soy pobre:
dame, por poco que sea,
algo de lo que te sobre,
aunque sea nada más
una moneda de cobre.
El muchacho le miró
y se puso a razonar:
-¿Por qué te quedas tumbado
si aún puedes trabajar?
¿Por qué no empiezas de nuevo
y te buscas un hogar?
El mendigo le miró
con un gesto de piedad:
-Todo lo que tú me dices
ya lo tuve, de verdad;
pero ahora únicamente
necesito caridad.
El chico vio en su rostro
una sombra familiar,
y sin saber bien por qué
se puso casi a temblar;
quiso echarle la moneda
para huir de aquel lugar:
-Con tu voz me has perturbado,
y mis pasos detenido,
pero por ser insistente
te daré lo que has pedido:
ten tu moneda de cobre
y hasta siempre me despido.
Los ojos se le llenaron
con infinita tristeza;
mostrando sobre su palma
la rojiza y sola pieza
el mendigo replicó
ladeando la cabeza:
-Ahora que del todo sé
lo que yo para ti valgo,
y temo que con tu ayuda
de esta esquina no salgo,
aguarda sólo un segundo,
que he de confesarte algo:
Yo no tengo vida propia,
una imagen en tu mente
de recorrido pequeño:
desapareceré en cuanto
tú desarrugues tu ceño.
Mas aun dentro de tu sueño
un papel me corresponde:
disculpa, con esta pinta,
que en tu juventud te ronde,
pero esta cara que ves
tu rostro futuro esconde.
No dejes que el egoísmo
en tu espíritu se instale:
hoy es este viejo pobre
lo que de tu mano sale,
y esta moneda de cobre
lo que tu corazón vale.
Simplemente GENIAL.