Chamberí

El navarro que desvela los misterios de la villa de Madrid

Demolición del mercado de Olavide
Demolición del mercado de Olavide, en 1974

Una mole de hormigón invade Chamberí

La plaza de Olavide vio aterrizar en 1934 una monstruosa construcción octogonal llegada con la pretensión de erigirse corazón de Chamberí. Escalonada en cuatro niveles, el edificio invasor fue cobijando a los pequeños comerciantes de la zona. Y es que aquel bloque de hormigón y entrañas de hierro tan solo anhelaba ser amado. El mercado de Olavide fue alumbrado durante la II República dentro de los ambiciosos planes urbanísticos de los años treinta y no tardó en convertirse en un icono para el barrio. Sin embargo, en los últimos años del franquismo, las tiendas a las que daba sombra se fueron marchitando y el Ayuntamiento ordenó su demolición. Aunque el Colegio de Arquitectos de Madrid se opuso con rabia, pues representaba uno de los escasos supervivientes del estilo racionalista y funcional en la capital, la decisión fue inapelable. El 2 de noviembre de 1974, el Mercado de Olavide –tras 40 años en Chamberí– salió propulsado en mil pedazos.

Hoy la plaza de Olavide permanece desnuda de elementos arquitectónicos, salvo por una insulsa fuente colocada en el centro con un rigor casi burocrático. A través de su desabrigo, ahora ocupada por chiringuitos y árboles, paseó durante años Manu García del Moral, autor del blog Secretos de Madrid y antiguo residente de Chamberí. «Cuando descubres este tipo de cosas te das cuenta de que nosotros heredamos un Madrid desconocido. Y quizá de la ciudad que nosotros damos por sentada no quede ni rastro dentro de veinte años», relata el bloguero que descubrió el pasado de la plaza rastreando entre fotografías antiguas.

Manu-Plaza-Mayor
Manu García del Moral

Manu García del Moral –natural de Pamplona– creó en el 6 de junio de 2012 el blog Secretos de Madrid como una forma de reciclarse laboralmente. «Fue un poco improvisado. No tenía ninguna pretensión más allá de conocer cómo funcionaba un blog desde dentro». Sin embargo, contar los entresijos de la capital se reveló un gran negocio y el navarro fue invirtiendo cada vez más tiempo hasta que se convirtió en su principal ocupación. Tras arrasar en las redes sociales, el pamplonica trabaja para sacar al mercado una aplicación de móvil y ambiciona cerrar un acuerdo con Telemadrid para «poder mostrar en movimiento los resquicios de la ciudad».

No sería esta la primera aventura de Secretos de Madrid en televisión. Pocos meses después de abrir la web, el Canal Historia se hizo eco de una curiosidad desvelada por Manu García: a uno de los leones del Congreso le faltaban los testículos de bronce (material fundido de los cañones moros capturados en una campaña de 1860). Nadie supo explicar el descuido del escultor Ponciano Ponzano, pero la sonrojante anécdota dio lugar a una legión de chistes y al autor del blog le reportó entrevistas en los principales medios nacionales. Así y todo, el Canal Historia hizo suya la causa de recuperar los testículos y televisó paso a paso su fundición.

La primera escultura encabritada

Galileo Galilei había de recordar la ocasión en que el escultor Pietro Tacca acudió a su taller a salvar su prestigio. Felipe IV de España había encargado al italiano una escultura imposible: al monarca montado en un caballo encabritado que solo se elevaba sobre sus patas traseras. Tras frotar su terca y gris barba, Galileo Galilei sugirió la respuesta: «La soluzione è sempre in matematica». Con la ayuda del astrónomo –que por entonces estaba tan ciego como el personaje de Al Pacino en Esencia de mujer pero sin tango– , Pietro Tacca ideó la primera estatua ecuestre en corbeta. Dejar hueca la zona delantera y sólida la trasera permitió a la masa de bronce mantener un insolente pulso a la gravedad que se alarga hasta nuestros días.

Estatua de Felipe IV en Madrid
Estatua de Felipe IV en Madrid

Manu García del Moral se encontró con este curioso dato escudriñando libros sobre la ciudad. «Cada escultura tiene una intrahistoria. Hay que rascar para ver lo que se oculta tras cada calle», explica. Para encontrar los secretos, el navarro aúna una minuciosa documentación con «el trabajo de campo», pues las ciudades se conocen pateando las calles. «Tengo un montón de libros, pero esas historias hay que nutrirlas con vivencias de la ciudad», asegura el bloguero, quien considera a Madrid la ciudad de su vida.

Nada queda del navarro asustado y lleno de prejuicios que llegó a Madrid en 2008 para hacer un Máster. Su visión de la ciudad se limitaba a los clichés asociados a las grandes metrópolis: tráfico, estrés, y personas coléricas revoloteando en una danza salvaje. Perderse por sus calles y caminar sin rumbo fijo permitió a Manu García conocer un Madrid más allá de las rutas turísticas. Para evitar que otros cayeran en el mismo equívoco sobre una ciudad «repleta de encantos», el navarro vislumbró la web: «Es la información que me hubiera gustado conocer cuando aterricé en esta ciudad».

Casas de malicia y vecinas de la picaresca

En 1561, Madrid era una pequeña villa donde el rey Felipe II se había empeñado en plantar su corte. A pocas calles del Alcázar –residencia del Rey–, María Ángeles se pavoneaba en la puerta de su «pequeña» casa a la espera de que su vecina Manuela saliera a pasear la lengua. María Ángeles, una vieja hidalga de tocinas caderas, aguardaba todas las mañanas a su contrincante con sus mofletes rojizos como el acero candente. Sin embargo, Manuela medía con malicia que el sol hiciera chistar el tocino antes de comenzar con el tira y afloja:  el mismo tedioso juego de naipes cada día. Y las razones para esconder las cartas en aquella época eran numerosas: herejía, practicar el judaísmo, sodomía, ser rebelde al rey y otros tantos asuntos que podían costarte el pescuezo. María Ángeles y Manuela habían elegido custodiar secretos inofensivos, pero ambas lo hacían con un desgarro primitivo. Cuando el sol marcaba su mayor virulencia, Manuela salió al ruedo.

–Fíjese si somos pobres que aquí nos hacinamos cinco en una casa de un solo piso –retomó María Ángeles sobre la riña decimonónica que mantenían ambas– . No tenemos sitio para nosotros, como para acoger a un funcionario real.

–No me extraña que estén estrechos. No dejan ustedes de acumular barreños de vino, quesos manchegos, corderos lechales y otros abultados caprichos –respondió Manuela con toda la rabia que pudo reunir sin morderse la lengua– . La mía sí que es una casa diminuta. No entra ni el meñique de un funcionario real.

La riña continuó durante los veinte minutos reglamentarios sin ningún avance en las soporíferas negociaciones por concertar cuál de las dos madrileñas vivía más hacinada. Agotadas y sin saliva, Manuela y María Ángeles regresaron a sus «pequeñas» casas de dos plantas que, solo desde el exterior, parecían ser de un único piso.

Un ejemplo de casa malicia en la calle de los Mancebos
Un ejemplo de casa malicia en la calle de los Mancebos

«Es una prueba de que los españoles llevamos la picaresca en la sangre desde hace siglos», cuenta Manu García del Moral sobre la singular anécdota de las casas construidas a la malicia. Al traslado de la corte a Madrid le siguió la orden real de que las casas con dos pisos acogieran a un funcionario de la Corona. Las soluciones para evitar meter a un desconocido en el hogar fueron de lo más ingeniosas, desde construir tejados muy inclinados que dieran lugar a buhardillas secretas, hasta crear plantas intermedias que no pudiesen ser consideradas como tales. Todavía en nuestros días, casas de dos plantas escondidas en una sola o ventanas distribuidas sin ningún sentido sobreviven en vías céntricas como la Plaza de la Paja. Testigos de la malicia.

Tres curiosidades entre las miles que esconde una ciudad que liberó a un navarro sepultado por los prejuicios. «Si yo hubiera vivido aquí toda la vida no habría podido hacer un blog como este. Habría dado muchas cosas por sentado y no habría valorado los encantos cotidianos», confiesa el autor de Secretos de Madrid.

En Madrid nunca hay que dar nada por sentado.

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