Ficciones

Idos, borrachos, deambulando por las calles

Luces. Por Suárez Leandro

Es una historia legendaria, la he contado miles de veces; seguro que has oído hablar de aquella vez que casi acabamos robando un coche. Estábamos como idos, borrachos, deambulando por las calles buscando un after, una fosa común donde los caminantes de la noche van a morir. Sabíamos exactamente dónde queríamos ir, pero aquellas setas alucinógenas no nos dejaban pensar con claridad; era una sensación muy extraña, recorríamos la misma ruta de bares cada viernes por la noche. Sin embargo, esa vez era diferente. 23 años viviendo en la misma ciudad y nos era imposible orientarnos. Las calles eran totalmente diferentes de como siempre las habíamos visto. A pesar de ello, la sensación era agradable. No sé muy bien cómo acabamos en la puerta de ese antro. No nos dejaron pasar. En parte les entiendo. Estábamos como idos, borrachos, drogados.

Aquello fue la chispa que incendió nuestra ira. Intentamos colarnos por la puerta trasera, pero estaba cerrada; la única manera de acceder al interior de aquel bar era por el montacargas que daba a la calle. Las paredes del callejón empezaron a estrecharse y la única salida parecía alejarse cada vez más. La opción de montarnos en el ascensor de servicio y bajar hasta la discoteca se convirtió en la única posibilidad de sobrevivir a nuestra propia alucinación. Presos del pánico, pulsamos el botón de descender y nos subimos a la cabina lo más rápido que pudimos. La alegría nos inundó cuando comenzamos a bajar y la rabia que crecía en nosotros empezó a aflorar en forma de improperios e insultos contra los dueños del local. No habían conseguido detenernos un par de porteros de discoteca. Había que chillarlo al mundo, aunque nadie lo escuchara. La felicidad se convirtió en miedo cuando nos dimos cuenta de que el montacargas solo se abría desde fuera y nosotros estábamos dentro, sin botones que pulsar, sin posibilidad de salir. Ése fue el momento exacto en el que la locura se desató.

Juanjo rompió el vidrio de la puerta con el codo y arrancó con sus propias manos los cristales suficientes para deslizar el brazo hacia fuera y abrir. De repente estábamos en el almacén de aquel sitio, junto con uno de los camareros que contemplaba la escena atónito. No sabía muy bien cómo actuar en esa situación. El miedo se apoderó de nosotros, cogimos lo primero que pudimos para despistarle. Cuando nos quisimos dar cuenta estábamos en mitad de la pista de baile, rociando con un extintor de incendios a todo aquel que se acercaba a menos de dos metros de nosotros. La música retumbaba como ralentizada en mis oídos, mi formato de visión cambió a dieciséis novenos. Sin saber muy bien cómo, protagonizaba mi propia película.

Caos. El humo se introdujo en las gargantas de todos los caminantes y cubría sus ojos de lágrimas. Aprovechando la confusión, Juanjo y yo salimos hacia la calle, extintor en mano. Corríamos sin sentido, sin rumbo, y aquella botella de metal pesaba demasiado, nos retrasaba. De nuevo la ira nos nubló el juicio, solo queríamos salir de allí lo antes posible. Lanzamos el lastre del apagafuegos contra la luna delantera de un Ford Fiesta rojo. La alarma sonaba a un kilómetro a la redonda. Huímos sin siquiera intentar arrancar el motor y seguimos viviendo nuestra película en otro escenario.

Un comentario en «Idos, borrachos, deambulando por las calles»

  • Una manera de redactar que bien recuerda al inigualable Hunter Thompson. A destacar su manera de describir tal atmósfera y sensaciones, muy descriptiva, no se le escapa detalle. Desde luego maneja la técnica de atrapar al lector y hacerlo disfrutar entre sus líneas.

    Enhorabuena, espero seguir disfrutando de sus textos.

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