La tensa calma de Barajas
Eran las 7:00 de la mañana y en las puertas del Aeropuerto Internacional de Barajas hacía frío. Los viajeros desembarcaban sus maletas de los taxis y vehículos particulares con tranquilidad en la Terminal 4 (T4), mientras que por los altavoces avisaban de que los trabajadores secundaban la huelga general con servicios mínimos. El mensaje era replicado en las pantallas que mostraban menos vuelos de lo habitual. Algunos pasajeros se acercaban a éstas, miraban y muchos se iban a descansar en algún rincón del suelo helado.
Los encargados de embalar los equipajes en Safe Bag miraban con ansias a los pasajeros. Casi nadie se acercaba a utilizar sus servicios. Dos operarios por puesto de embalaje. Sus camisetas amarillas resaltaban. Su supervisor, Sebastián, de azul, comenta que la huelga, por el momento, no se había notado. Era temprano. Sebastián y sus subordinados decidieron no secundar el paro.
«No nos conviene la huelga porque lo que te quitan es más de lo que pagan. Yo prefiero venir, y como hay poco vuelos, en realidad, trabajamos poco. Prefiero venir, estar parado sin hacer nada y que me paguen, que hacer huelga y quedarme sin dinero», decía un empleado con un acento africano que no podía ocultar y una sonrisa blanca. Sebastián, moreno, alto, tomó la decisión por la experiencia del año pasado. «Hice huelga y dejé el coche aparcado en zona verde ¿Adivina? Me multaron con 90 euros. Me quedé sin dinero por la huelga y aparte una multa», suelta con una carcajada.
Después de media hora, todo parecía seguir en calma. Pero ante el mostrador de atención al cliente de Iberia empezaba a formarse una cola de pasajeros con caras largas. Esta compañía anunció en días pasados que para el 29 de marzo cancelaría 442 vuelos propios y de su filial Air Nostrum. Una chica rubia y menuda, desgarbada, vociferaba y gemía al mismo tiempo: «Somos unos idiotas, somos unos idiotas». Su compañero arrastraba el carro con las maletas y le recriminaba a alguien por teléfono: «Todos los vuelos cancelados o reprogramados los publicaron menos el nuestro», decía molesto. Ellos no se habían enterado, y no eran los únicos.
Un poco más adelante, en la misma fila, Francisco Javier intentaba volar a su Málaga natal. Venía de pasar vacaciones en Buenos Aires y hacía trasbordo en Barajas. «Llegué a las 6:00 de la mañana y fue cuando nos avisaron. Mi vuelo tenía que salir a las 8:10 y ahora me dicen que saldrá a las 00:05. Quiero que me ubiquen antes», reclamaba.
Justo detrás de Francisco Javier, con cara de extrañeza esperaba Nicolás, un francés que venía de pasar sus vacaciones en México y que también se enteró de la huelga al llegar al aeropuerto: «En México no sabían nada de nada. Debo ir a Niza, porque mañana trabajo. Necesito ir a casa, aunque tenga que hacer varios vuelos o pasar la noche en un hotel. Intentaré todo lo que pueda», decía mezclando palabras en español e inglés. Nicolás no entendía el porqué de la huelga y temía que se prolongara más días. «¿Es una huelga de Iberia? No entiendo. No es forma terminar así unas vacaciones», decía con rostro de preocupación.
El ambiente de incertidumbre sólo reinaba en los mostradores de Iberia. Algunos cafetines estaban cerrados, pero los viajeros solventaban su desayuno en McDonald’s. La comisaría de policía estaba justo al lado del restaurante de comida rápida y algunos funcionarios señalaban que, hasta el momento, no habían tenido incidentes, nada por lo que preocuparse.
T1, T2 y T3: la otra cara
En las otras terminales de Barajas el ambiente era más tenso. El autobús interno —todos llevaban un cartel que ponía «Servicio mínimo»— que partió de la T4 no demoró mucho tiempo. Unas pasajeras uruguayas decidieron hacer un tour por las «Tes» para ver si conseguían vuelos a su destino. Unas iban de pie, otras sentadas, pero unas y otras no dejaban de lanzar comentarios dedicados a los huelguistas, para quien los quisiera oir: «Son unos sinvergüenzas», decía una, mientras su amiga trataba de calmarla: «No digas eso. En la agencia de viajes e Iberia dijeron que se harían cargo».
Cuando el autobús se detuvo en la T3, fue por compromiso. Ningún acceso a la terminal estaba abierto. Dentro reinaba la oscuridad. Un taxista aprovechaba para descansar frente a la desolada entrada. A la entrada de la T2 la situación era otra. En sus principales pasillos había pasquines de propaganda a favor de la huelga, pero la policía aseguró que había habido incidentes.
Sin embargo, un piso más arriba, los puestos de información estaban decorados con pegatinas a favor de la huelga. «Pasaron los de la Confederación General de Trabajadores y me dijeron: ‘Amiga no trabajes, estás en tu derecho’. Pero es verdad que cuando llegué ya había papeles. Han estado toda la noche», dijo la encargada de un puesto de información.
Al llegar a la T1, la alfombra de panfletos recibía a los viajeros y curiosos. Las colas frente a los mostradores de las aerolíneas eran largas debido a la escasez de empleados encargados del check in. Dos vuelos con destino Bruselas y Mallorca acumulaban un retraso de dos horas. La compañía Easyjet canceló cuatro de sus vuelos programados: uno a las 8:45 de la mañana con dirección a Roma, otro previsto para las 10:45 con destino Lisboa. Había otros dos titilando en rojo: Milán, 16:55, y París, 18:00 horas.
Desde el puesto de información de la T1, una chica conversaba con su compañero de mostrador. Le decía que no tenía nada que ver con AENA. Atiende a un pasajero que se preocupa por su vuelo a Tailandia. Teclea rápidamente en el ordenador y le dice que todo marcha bien y se vuelve: «La gente tenía que haber llamado a sus compañías y no venir aquí directamente», comenta indignada. Mientras, los pasajeros hacen cola con sus maletas y caras largas. En el exterior, los taxistas esperan como buitres a los pasajeros que no querían esperar 15 minutos a que llegara el próximo autobús.