El periodismo irreverente de Mario Jursich
Entre el país de la literatura y el del periodismo hay territorios intermedios. Híbridos donde las fronteras entre realidad y ficción son difusas. Fue en ese lugar llamado periodismo literario donde Mario Jursich decidió plantar una semilla hace ya 16 años.
Era 1996 y se creía que Colombia era tierra yerma en cuestión de apetitos intelectuales. Los presuntos expertos desaconsejaban los textos largos: «decían que ningún colombiano era capaz de leer nada que durase más de dos páginas», recalca Jursich. Optaban por publicaciones bien y recurrían a los temas de siempre para llenar las páginas de tinta: la violencia armada, la cocaína…. «El problema real es la falta audacia y de capacidad de riesgo del periodismo actual», concluye Jursich.
Por eso él y el también periodista Andrés Hoyos decidieron tirar el libro de estilo por la ventana e invertir en «curiosidad como tecnología punta». Dos amantes del periodismo de raíz anglófila. Devoradores de publicaciones como el New Yorker, o el Atlantic Monthly que no eran capaces de encontrar en su país aquello que ellos querían leer. De sus egos insatisfechos surgió El Malpensante, la revista de periodismo literario más importante de Colombia.
Nadie habría dicho hace 16 años que un espécimen tan extraño como El Malpensante podría triunfar en un país donde habían desaparecido la mayoría de suplementos culturales y apenas existían los quioscos. «Era muy difícil hacer llegar la revista a la gente que le podía interesar porque en Colombia todo funciona mediante suscripciones», explica Jursich. Lo que comenzó como una publicación bimensual casi clandestina, que ni siquiera podía permitirse asegurar un salario a sus redactores, se propaga hoy por Colombia, Venezuela, Ecuador y Costa Rica
La receta del éxito de El Malpensante es sencilla: En primer lugar un texto vivo. Sólo al saltarse la fase de poda propia de la edición más académica puede un texto transcurrir de forma natural. «Prefiero la imperfección dinámica de un texto a la perfección artificial», dice Jursich. Asumir el riesgo, romper las estructuras clásicas, de-construir el periodismo: «Aquí tenemos un estilo: hacer todo lo que prohíben los manuales de estilo. ¿Quién dice que no se pueden poner palabrotas en la entradilla? O, como dice el libro de estilo de El País, ¿por qué no se van a poder publicar temas sobre boxeo? ¿Quién dice que no se pueden publicar textos de 70 páginas?»
Jursich asumió el reto en el número 53 de la revista. El azar había hecho llegar a su bandeja de entrada las cartas personales de una médico en Afganistán. Textos escritos por una desconocida que nunca fueron pensados para publicarse. Trescientos días en Afganistán contados en 70 páginas que Jursich decidió publicar íntegras. «El secreto de nuestro éxito es asumir que nuestro lector es adulto. Nuestro público es la élite de la gente que no ha renunciado a pensar complejamente las cosas», afirma Jursich con orgullo.
El caso no es aislado. Jursich revisa minuciosamente todo lo que llega a su bandeja de entrada y a su mesa: «Yo apuesto por los textos no por las firmas. Asumo que es mi responsabilidad como editor leerme cualquier texto que me envían».
Dibujos de colores ácidos que evocan al New Yorker y un subtítulo sugerente: «lecturas paradójicas», son la carta de presentación de El Malpensante. Ya en el interior pueden encontrarse crónicas sobre cuestiones de rigurosa irreverencia como la ropa interior húmeda de la chica de Manuel Jabois, las bondades del uso de un alargador de penes, conjugados con temas serios como la probable desintegración de la Unión Europea. «Hay que arriesgar siempre, hasta sobre las propias convicciones».
Adicción al riesgo que le lleva en ocasiones a rebasar la delgada línea entre ficción y realidad: «pienso que a veces es legítimo inventar un poco si con esa mentira consigues que el lector comprenda mejor la realidad que pretendes transmitirle». La confesión sirve el debate en ABC Máster y en la profesión ¿Valen las mentiras piadosas en el periodismo? Jursich lo tiene claro. El único requisito aquí es «sorprender al lector».
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