El holocausto de los sapos
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En los cuentos, los sapos siempre han sido besados por bellas princesas. Estos anfibios representaban el castigo y la maldición sufrida por un príncipe. Las cosas han cambiado. Los sapos necesitan ahora el rescate de otro tipo de princesas, sobre todo en una zona cercana a San Martín de la Vega, al sur de Madrid. Allí, en la carretera M-301 con dirección a Madrid, a la altura del cerro de La Marañosa, no muy lejos de la entrada al parque temático Warner Bros. Sufren una verdadera matanza, aplastados por las ruedas de los coches.
Desde hace unos años, la Comunidad de Madrid aceptó la petición de grupos de ciclistas para construir un muro, de un metro de altura, que separase el carril bici de la carretera. Esta barrera se instauró para salvaguardar de los atropellos a los que practican este deporte. Pero se hizo sin tener en cuenta las migraciones de los sapos, que, en las noches de lluvia o de mucha humedad (80-90 %), se dirigen a un pequeño embalse, llamado Gózquez. Este estanque de aguas profundas permite que los sapos bufo bufo adultos puedan llevar cumplir con sus ritos de reproducción y, en primavera, la puesta de huevos. Hay otros tipos de sapos capaces de hacer su puesta en un simple charco. Pero el bufo bufo necesita profundidad.
Durante el primer año de existencia del muro, miles de sapos murieron atropellados. Eran incapaces de salvarlo y se veían obligados a retroceder, vagando desorientados durante largo tiempo por la calzada, donde eran aplastados por los neumáticos de los coches. Los atropellados tienen, en su mayoría, en torno a los diez años de edad. Se trata de anuros que vuelven a su zona de hábitat y de alimentación. Las lombrices de tierra son un manjar para ellos.
Para cruzar una sola vez la calzada, los sapos grandes tardan alrededor de dos minutos. «Han llegado a patinar los coches, como consecuencia de tantos bichos atropellados», según afirma Chema Traverso, activista de la Asociación Herpetológica Española (AHE) y miembro de la Asociación para la Defensa de la Naturaleza de Madrid (ADENAMA). Este herpetólogo y ornitólogo hace un llamamiento por esta matanza tan «deprimente». Según él, «no hay que dar pena, hay que mentalizar a la población de que esto ocurre. Los anfibios son unos de los mejores bioindicadores de la salud del medio ambiente», asegura.
Su método de apareamiento es muy característico. La hembra llega con los huevos al agua y el macho se ancla a la hembra y se queda prácticamente adherido. Acto seguido, la hembra pasa a poner los huevos a través de un cordón de unos tres metros de longitud que contiene miles de huevos. Conforme este cordón va saliendo, el macho cubre y fecunda los huevos con su esperma.
En alguna noche se han llegado a trasladar más de 500 sapos. Desde que se está realizando esta campaña de salvamento por parte de la AHE son muchos más los individuos rescatados que los que mueren atropellados. Este año van cerca de 80 los ejemplares muertos.
No solo colabora con la causa la AHE. Elena, una vecina de San Martín de la Vega, se sacrifica por estos pequeños animales. La mujer, de unos 60 años, es una especie de princesa para los sapos. Pero no los besa. Les ayuda a cruzar la mortal carretera gracias a un cubo donde los transporta hasta el embalse encargándose ella misma de parar el tráfico. La llaman «la vieja de los sapos». Está muy concienciada gracias a la campaña de salvamento de estos anuros que viven mucho tiempo en la tierra y son más sensibles de lo que la gente piensa.
Cualquier movimiento de piedras, uso de productos química en las plantas o quema de zarzales para que el campo luzca más bonito representan un peligro mayúsculo para galápagos y anfibios. Además, los anfibios no hibernan, sino que se refugian debajo de árboles, rocas, piedras y cuevas que mantengan una temperatura más benigna que la existente en el exterior y un ambiente más sano.
Es casi imposible ver anfibios expuestos a la luz del sol porque los rayos les quemarían al resecarles la piel. Todo ser vivo tiene una protección contra el sol, bien sean escamas, pelo o plumas. Pero los anfibios no tienen nada, solamente su piel. Por eso tienden a esconderse.
La M-301 es una carretera con mucho tráfico. Sobre todo entre las 5 y las 7 de la mañana y entre las 5 y las 8 de la tarde. En esos lapsos la mayoría de los vehículos se dirige a Madrid. Los fines de semana también se convierte en una carretera muy concurrida por su cercanía con el parque temático. Tras continuas luchas administrativas, lo único que se consiguió fue practicar unos agujeros en la barrera de cemento pensada para proteger a los ciclistas, pero que se olvidó de los sapos. Los agujeros resultan inútiles para los sapos, incapaces de servirse de ellos para cruzar. Elena seguirá transportándolos hasta que algún día cambie la situación y puedan vivir como príncipes.
Una acción muy buena la de esta Señora, con mayúscula. Es algo que las asociaciones ecologístas deberían de apoyar. Una pena que los burócratas no sepan hacen nada bien.