Cuando la reivindicación huele a óleo
Cinco trabajadores enfundados en uno mono de azul de la factoría de Roca en Alcalá de Henares esperan su bala de gracia. Otro yace muerto en el suelo, rodeado por un charco de su propia sangre. El paredón es la muralla de la Huerta del Obispo. No disparan las tropas de Napoleón. Han pasado más de doscientos años desde que Goya plasmó la angustia de un pelotón de fusilamiento que espera aterrado que sus verdugos abran fuego. Pero la historia se repite en los óleos de Iluminado Toro, un pintor alcalaíno que utiliza los pinceles para apoyar la lucha de los 258 trabajadores de la fábrica de Roca que esperan su «sentencia de muerte»: un ERE de extinción que pondría fin a más de 60 días de protesta.
Iluminado Toro podría haber sido tan sólo un vecino de Alcalá de Henares afectado por los despidos que se ha encargado de dar color al Campamento de la Esperanza con sus dotes artísticas. Pero su destreza con el pincel le viene de casta a este galgo. Es hijo de Toro Bravo, el célebre pintor alcalaíno afincado en el número 17 de la Calle de los Escritorios de la ciudad complutense. Recuerda que siendo niño, con tan solo 10 años, le dijo a su padre que quería hacer retratos en Madrid. Le costó convencer al peculiar Toro Bravo que le sometió a prueba. «Salimos a pintar por las calles de Alcalá y después me llevó a la capital». No tardaron en hacerse corrillos a su alrededor en la Plaza Mayor de Madrid. «Me hizo ilusión. Pero fue un reto. Hacía los retratos de perfil porque de frente me parecía muy complicado». Se define como un autodidacta que aprendió tratando de imitar a los grandes. No tiene un pintor de referencia: «Admiro las pinceladas de Sorolla, la imaginación de Dalí y la perfección de Caravaggio», dice tratando de resumir.
En su camiseta, los ojos incrédulos de una niña lanzan una pregunta retórica a su madre: «¿Mamá, por qué a papá le despiden de Roca?». Es el retrato de su hija de seis años. Su otro hijo, de diez, también forma parte de las camisetas reivindicativas pidiendo, por favor, que no despidan a su padre y cuestionando el futuro que les espera. «El chico apunta maneras con el violín. Me preocupa que esta situación no me permita pagarle su formación en el conservatorio», confiesa este padre orgulloso de sus retoños.
Consignas a pinceladas
Las sábanas convertidas en pancartas fueron los primeros lienzos al servicio de la causa. Vieron la luz cuando los trabajadores salían a la calle en las primeras manifestaciones. Hoy, esas pancartas forman parte del cerco al campamento y visten, como si de un abrigo se tratase, las vallas metálicas que abrazan a los trabajadores en las largas noches de invierno. Después de dos meses, algunas de sus obras se han hecho cotidianas, como las realizadas en tablas de contrachapado para explicar por qué están allí o esas otras que invitan a firmar contra el cierre de la factoría y engordar la «caja de resistencia».
Iluminado Toro tiene su propio Museo del Prado en el campamento, al aire libre. La lluvia y la nieve le han obligado a refugiar su arte en el interior de la carpa. Fuera quedan los esqueletos endebles de unos atriles de madera que el temporal ha dejado huérfanos. En el interior, un peculiar Saturno que emerge de la fábrica devora a un trabajador mientras el resto de la plantilla huye despavorida de las garras de una divinidad convertida en bestia: el empresario. Se trata de Roca devorando a «sus hijos». Iluminado, ante el óleo, resume el por qué de la obra: «Esta empresa no sería nada sin sus trabajadores».
Pero la realidad es aún más cruel, más siniestra. Irrumpe en el campamento David con la cabeza de Goliat, pero los trazos de Caravaggio son tan sólo una excusa para denunciar la anhelada victoria de los obreros sobre el patrón. A juzgar por el título de la obra, Roca pone precio a nuestras cabezas, Iluminado ha sido más realista que el genio italiano del Barroco.
No se le resiste ningún género. Domina casi todas las técnicas. Se ha estrenado con el cómic y para documentar el proceso de evolución humana en Roca. El recorrido comienza con la extinción del dinosaurio Rocasaurus Rex que dará paso a una futura especie condenada a desaparecer: el Homo Rocariensis Avariciensis.
De su propia cosecha es El saneamiento de Roca. Sobre un fondo rosáceo, un empresario vestido con un traje oscuro porta el maletín de la Reforma Laboral, pues está forrado en dinero y lo que podrían ser remiendos son, en realidad, billetes de doscientos euros. Su sombrero corona la escena ante los ojos atónitos de una araña que pende de su red de seda. En él, aparece escrito lo siguiente: «el dinero en esta empresa es un bien escaso y mal repartido». Lo realmente grotesco de la estampa es leer en la suela del zapato el logotipo de la empresa mientras el honorable caballero tira de la cadena de un sanitario por el que se cuelan los obreros.
Son sólo algunos ejemplos de la colección reivindicativa de Iluminado Toro. «Pensé en venderlos y destinar el dinero al campamento. Pero la cantidad sería ridícula, en el supuesto de que llegase a venderlos», confiesa este pintor mientras sus compañeros le recuerdan que empezó haciéndoles retratos en los descansos de la fábrica.
Contra la resignación
Mientras Iluminado inmortalizaba la lucha sobre el lienzo, el desafío se libraba en las mesas de negociación. El 22 de febrero llegaban a su final. El Ministerio de Trabajo propuso indemnizaciones de 40 días por año trabajado hasta un tope de 24 mensualidades, prejubilaciones para trabajadores mayores de 54 años y la recolocación de cuarenta trabajadores en la factoría de Burgos. Iván López, secretario del Comité de Empresa, insiste en que «la empresa actúa de mala fe. Su objetivo es echar el cierre». Asegura que no hay garantías suficientes para confiar en la propuesta. Su principal demanda es que las recolocaciones puedan ser propuestas por la plantilla y no impuestas por la empresa. «Cada uno tiene su situación y no todos están en condiciones de dejarlo todo para irse. Tenemos familias con hijos en el colegio, mujeres que trabajan, una casa… No es tan fácil», lamenta López.
No le tiembla la voz a la hora de definir lo que sucedió en la mesa de negociaciones: fue una propuesta de la empresa elevada por el Ministerio. «Estaba pactado previamente», asegura el secretario del Comité de Empresa. Ahora están a la espera de que la empresa comunique al Ministerio de Trabajo su decisión. Tiene un plazo de quince días para hacerlo. Y después, ¿qué? «La empresa nos llamará uno por uno para negociar acuerdos individuales».
Lo único claro es que el campamento seguirá en pie hasta que haya una mínima esperanza. Nadie ha pensado en irse. «Esta semana no eramos capaces de mirarnos a la cara cuando nos cruzábamos en la fábrica. Sabíamos que se iban acabando las posibilidades», confiesa emocionado Iván. Además, el Ayuntamiento de Alcalá de Henares les ha tendido la mano. Roca no desaparecerá como pieza clave de la ciudad aunque cierre sus puertas. Será imposible que se recalifique el terreno para una posterior especulación.
Mientras se decide su futuro, su presente se escribe con óleo y el pasado se niega a caer en el olvido del buque insignia de la historia industrial de la ciudad de Cervantes.
Acampados estamos frente a Roca, a pesar de la tristeza, el arte sale de la entereza. Unos son cocineros, otros carpinteros, músicos, pintores, bailarines y poetas. La incertidumbre de un patrón sin corazón junto a un oscuro bidón.
Texto editado por Patricia Biosca