Microteatro

Una «picapleitos» por vocación

 

Imagen del despacho de Julia. Foto: Laura C.
Imagen del despacho de Julia. Foto: Laura C.

En un barrio madrileño con mucha solera, una genial iniciativa abre sus puertas. A los pies de la calle Blasco de Garay, una abogada de a pie, Julia, ha abierto un pequeño despacho con mucho encanto, que más que un bufete parece una tienda de ultramarinos de toda la vida, pues su negocio va en armonía con el resto de la calle. Sus «productos jurídicos» son baratos y con la máxima calidad. Y el servicio al cliente es de tú a tú.

Julia ha decidido ejercer por su cuenta tras más de 20 años en grandes despachos. Ahora valora la calidad de vida y por encima de todo, la posibilidad de tratar al cliente con tanta cercanía. Colabora activamente con varias ONGs, de hecho en una de ellas consiguió su primer cliente.

A continuación un relato de ficción en ese escenario:

Primera escena

Suena el timbre, se abre la puerta y entra un señor mayor, cartera en mano, bastón y sombrero a un portal de Blasco de Garay.

DON PANCRACIO. ¡Buenos días!

JULIA. Hola señor, ¡buenos días! ¿En qué puedo ayudarle? Dice la «tendera» sonriente.

DON PANCRACIO. Póngame una sociedad, por favor. Dice con cara de seguridad y señalando a las ofertas de la puerta.

JULIA. ¿Una sociedad? Pero mire a ver cuál quiere.

DON PANCRACIO. Esa, esa… La que hay ahí por 69 euros en amarillo. Con gesto de paciencia.

JULIA. Estupendo, ¿se la lleva? ¿Qué más?

DON PANCRACIO. Sí, sí, ¡qué me la llevo, oiga! Con estos precios… Pues… Estoy pensando que llega junio y… ¡No tengo hecha la declaración de la renta!

JULIA. ¡Marchando un IRPF! ¿Cuándo viene y nos sentamos a ponerlas en marcha? ¿El viernes a la mañana?

DON PANCRACIO. Muy bien oiga. ¡Joven, otra cosa! Necesito gestionar el nuevo impreso que ha salido de la Ley X/1234.

JULIA. Lo tendría que estudiar… Si me da su teléfono le llamo en un par de días.

 

Segunda escena

Escenario: Julia sentada con el boli en la boca y llamando por teléfono. Suena el teléfono varias veces antes de coger.

JULIA. Sí… ¡Oiga! ¿Es la casa de don Pancracio?

DON PANCRACIO. ¡Sí! Soy yo, ¿quién me llama? Dice chillando porque está sordo.

JULIA. ¡Soy Julia! ¡Quedé con usted en llamarle para el asunto de la Ley X/1234! Ya se lo he mirado.

DON PANCRACIO. ¡Ay hija mía!… Si es que ya me lo hicieron en el bufete «Pitimini y Miñón» y ¡mejor que no me lo hubieran hecho! 300 euros hija…

JULIA. Pero don Pancracio, ¡si le dije que le iba a llamar!

DON PANCRACIO. Ya hija ya… Pero como vi que no estaba usted muy puesta llamé a éstos. Ya sabe… Un despacho grande y ¡el nombre muy conocido…! Y ni les he visto la cara, guapa… ¡Vamos, ni una llamadita! Ahora que de cobrar la minuta no se han olvidado.

JULIA. Ay, don Pancracio…

DON PANCRACIO. Silencio. Y por curiosidad joven¿Cuánto me hubiera costado? Dice en el fondo no queriendo saberlo.

JULIA. Pues mejor no se lo digo oiga… Pero vamos hubieran sido cinco minutitos. Y 50 euros, piensa.

 Y así los pequeños abogados van haciéndose un hueco en el mundo jurídico. Con dedicación, vocación y exquisita entrega.

El abogado de toda la vida vuelve a ponerse de moda.

 

 

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