Nuevo Café Barbieri, la memoria aún reluce
Erato es una de las nueve musas que, según Hesíodo, fue engendrada por Zeus y Mnemósine. Es la musa «amable» y representa la lírica coral y la poesía romántica. Su imagen majestuosa corona el espejo principal del Nuevo Café Barbieri, que nació en 1902 en el barrio de Lavapiés. Atravesar sus puertas acristaladas es sumergirse en el mundo que Erato ofrece: el de la intimidad, la amabilidad y por qué no, el del amor. Pero sobre todo, el de la calidez. Las luces tenues del bar ahuyentan los ladridos, los gritos y el hedor que por la tarde dominan a Lavapiés, un barrio que sin embargo, no chirría con el elitismo «desgastado» del Barbieri.
Los sofás rojo sangre se desperdigan caprichosos por el amplísimo local y conviven con pequeñas mesas de madera y mármol. La barra, a la izquierda de la entrada, con botellas de ron, ginebra, algunas tartas y pastas de té es fácilmente soslayable por el gran salón que domina por su belleza y amplitud. A medida que los ojos lo recorren va tomando la forma de un largo pasillo hasta llevarnos al fondo del bar, con la imagen blanca y solemne de Erato.
A la izquierda de la musa, se sitúa un pequeño salón con un piano y una vitrina con la antigua carta del café. Fotografías de artistas «emergentes» hacen notar el contraste con el pasado y nos recuerdan que esa parte del Barbieri, destinada a la grandes tertulias, ya no es lo que era. De la majestuosidad se pasa al vacío, a la tristeza de un salón abandonado con trozos de pintura a punto de caer, donde hace muchos años regalaron sus horas los grandes pensadores de nuestro país. «Antiguamente se reunían intelectuales y se hacían tertulias. El bar mantiene la esencia pero es verdad que ahora vienen, no solo por el nombre, sino por el barrio y el espacio. Es una café muy grande en comparación con el resto de los que hay en Lavapiés», explica Sara, una de las camareras que se apoya sobre la barra mientras revuelve una y otra vez la cucharilla de su té.
Junto con el Café Gijón y el Café Comercial, el Barbieri rememora otros tiempos, huele a nostalgia y cultura. «Me parece que es un “café-café” con trayectoria, intelectualidad e historia. Conserva la sazón de la antigüedad, la misma de los bares de Lisboa o París», asegura el poeta Ángel Guinda que revisa una y otra vez las páginas de su libro de poemas como si no fuera suyo, a la vez que saborea una taza rebosante de nata. «Es café irlandés, tiene un poco de whisky», aclara.
Guinda es de Lavapiés pero reconoce que, aún viviendo en Carabanchel, se pasaba por el Barbieri. Siempre lo prefirió, mucho más que al Gijón. «Allí hay mucho escaparatismo, se sabe que van actores y hay cierta exhibición. En el Barbieri cada uno va a lo suyo», explica. Destaca el volumen de la música «que permite la intimidad conversacional». La que también escucha o tal vez componga la musa Erato, con la lira en sus manos.
Debajo de ella, conversan tres jóvenes francesas. «Me gusta el ambiente del bar, los espejos, los sillones rojos, me da una sensación atemporal, de una época lejana», cuenta Edmee pausadamente dejando que su amiga Flaminia, también francesa y con un perfecto español, haga de traductora. «Las traje aquí porque me lo enseñaron cuando llegué como una institución de Madrid. Es un lugar agradable», explica Flaminia. «Es muy parisino», concluye Edmee. Ante las preguntas empiezan a observar el bar más detenidamente. Es lo que le sucede a muchos, incluso los que frecuentan el bar; saben lo que fue y lo que aún conserva, pero no se detienen a pensar en ello. «La gente ha cambiado, no es igual que antes, el bar se ha convertido simplemente en un espacio para charlar», comenta Sara, la camarera, quitándole al café casi sin querer un poco de misticismo.
Pero de repente, entre cóctel y cóctel vuelve la memoria. «Cuenta la leyenda que el bar se conectaba por el sótano con el (ya extinto) teatro Barbieri, que está en la calle Primavera. Dicen que Alfonso XIII venía de incógnito e iba desde el sótano al teatro para encontrarse con las cabareteras», cuenta Sara con una sonrisa pícara. Un bar que se diferencia del resto por sus historias, por sus gentes pero también por sus carencias o quizás solo diferencias, ya que no tiene cocina y solo pone cócteles sin ser un bar de copas al uso.
La historia está dentro pero también fuera. De hecho, la calle que alberga al Barbieri entraña tanta o más curiosidad que la imagen de Alfonso XIII perdido tras una falda. Dicen las malas (o buenas) lenguas que la calle «Del Ave María» tenía muchos burdeles. Cuando el beato Simón de Rojas se enteró, exigió a Felipe II que los demoliese. Al hacerlo, en los pozos de las viviendas se encontraron cadáveres, ante lo cual el beato no pudo más que decir: ¡Ave María!
En el bar se siguen escuchando susurros. Ahora todos beben, pero también se pasan las horas «jugando al ajedrez, o echando las cartas del Tarot», relata Sandra, otra de las camareras.
Una pareja se coge de las manos, un joven subraya apuntes y bebe una copa de vino. Un italiano se acerca a la camarera para decirle lo bien que sabe el chocolate caliente. «No es colacao, es auténtico», exclama. Probablemente no sea un hallazgo pero el chocolate sí tendrá algo auténtico: es del Barbieri.
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Hola
te felicito por cómo nos haces vivir la ciudad como si fuésemos viajeros . Seguir tus post me ayuda a sentirme siempre de vacaciones.
Yo tengo un blog de dibujo donde publico los bocetos de mi trabajo como artista y escenógrafo, y el mes pasado hice una entrada recordando el cierre del café Comercial y publique los dibujos que hice cuando era estudiante en 1988 de varios cafés, de los cuales algunos ya han cerrado.
Te dejo el link con los dibujos a ver si te gustan.
https://javierchavarria.wordpress.com/2015/08/08/cafe-comercial-madrid/
algunos estaban de moda en los 80 y no eran exactamente antiguos, sólo populares, otros son clásicos de Madrid. Seguro que tú puedes decirnos muchas cosas de ellos.
un saludo
Javier