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Pura Ramos: «El periodismo es un vicio»

 

Pura Ramos, la periodista viva más veterana de Madrid. Foto: N. Mira
Pura Ramos, la periodista viva más veterana de Madrid. Foto: N. Mira

Una de las trampas de la infancia es que no hace falta comprender algo para sentirlo. Así fue como el periodismo le robó el corazón de niña a Pura Ramos Unamuno, sin siquiera ser consciente de ello. Leía los periódicos que llegaban a sus manos y recuerda sentir mucha curiosidad e interés por todo, pero la periodista viva más veterana de Madrid llegó al oficio por casualidad: «No había periodistas femeninos. No era para mujeres. Un hecho inaudito. No se decía pero se daba por descontado». Concentrada en sus recuerdos, frunce el ceño y su curtida piel refleja las batallas a las que, por ser mujer, tuvo que enfrentarse en una época en la que el periodismo, como tantas otras cosas, era solo de hombres. Junto a Josefina Carabias o Pilar Narvión, con quien coincidió en el diario Informaciones, formó un equipo de pioneras que, por pasión, combatió los prejuicios de género, derribándolos y abriendo camino para futuras generaciones. Pero la contienda también la libró de puertas para adentro: «La idea de ser periodista no gustó en casa nada y mi madre al principio no se lo decía a nadie. Sociedad cerrada y tradicional. Yo, el garbanzo negro».

La veterana periodista, incombustible a sus 84 años, no duda en echar balones fuera y reconocer la labor de sus compañeras de profesión, pero no el suyo propio. Acostumbrada a la prisión de papel que recluía su voz, ahora ésta, firme y serena, se alza sobre el bullicio de la cafetería, y sus palabras fluyen libres mientras habla: «Mi único mérito es nacer antes de tiempo», cuenta. Tampoco se esconde para llamarse a sí misma «momia», aunque en la revista Ars Magazine, en la que trabaja actualmente, la conocen como «la institución».

A Pura Ramos no le cuesta recordar sus primeros pasos en la profesión, aunque haya pasado mucho desde entonces. Cuenta que proviene «de la era Gutenberg», porque empezó a trabajar en el diario Pueblo el 15 de diciembre de 1952, fecha que «nunca se me olvida». A pesar de su avidez por la lectura, afirma no ser periodista de vocación sino que ésta fue creciendo a golpe de tecla, a medida que el mundo de la información la seducía. Un flechazo que a día de hoy perdura. Desde su ingreso en la Escuela Oficial de Periodismo, sintió la profesión como algo apasionante y que «llenó por completo mi vida». A pesar de su amor por el periodismo, sin tapujos sabe reconocer la ingratitud de una profesión a la que, según comenta, muchos acuden por vanidad y sin valorar el esfuerzo que hay que hacer para no sucumbir a la fiebre de las firmas. «El periodismo es un poco madrastra», sostiene.

Acostumbrada a detenerse en detalles como el tipo de imprenta, mientras acaricia sus callosas manos evoca el olor a tinta, el tacto del papel de periódico antiguo y el ruido de la cafetería se funde con el repiqueteo de las máquinas de escribir de su andadura primeriza en la profesión. Quizás por ello, a pesar de reinventarse y adaptarse a los cambios que las tecnologías han introducido tanto en la vida como en la profesión, prefiere los viejos tiempos. «El digital es muy sofisticado pero deshumanizado. Claro que no puedo ir a contracorriente, estoy también encantada con esta era», comenta risueña. Y por eso participa activamente en Whatsapp.

Ramos Unamuno, además de periodista, es madre de 8 hijos. Foto: N. Mira
Ramos Unamuno, además de periodista, es madre de 8 hijos. Foto: N. Mira

Después de ver morir a Kennedy, a Franco, a Carrero Blanco o a dos papas; de trabajar en Pueblo, Informaciones o Nuevo Lunes; de ser jefa de prensa del Museo del Prado; Ramos, que después de tres décadas en la profesión continúa en activo, cuenta que cuando empezó, el oficio era «más artesano y el periodista lo era más por instinto que por ciencia; había que buscarse la noticia como fuera: en los despachos, mirando de reojillo los papeles amontonados en las mesas, en la charla, al parecer, nada intencionada…», al contrario que ahora, que no es «tan bueno en cuanto a inquietudes y es más cómodo». Extraña esos momentos en los que salir a la calle estaba a la orden del día y era el factor diferencial del periodista. Cada noticia era propia, no solo el enfoque era diferente. «Aún siento a veces el  impulso de salir a la calle, in situ, y enterarme de lo que pasa. El periodismo es un vicio, me gusta mucho mi profesión, por eso sigo trabajando», comenta, y añade en una carcajada: «Soy como Duracell, y dura y dura y dura. Por eso dicen que soy un referente».

Porque si algo caracteriza a Pura Ramos, además de la ironía, es la modestia con la que sortea los halagos. Se toma al pie de la letra eso que decía su suegro Víctor de la Serna y que le gustaba repetir a su marido Jesús: «Las cualidades de un buen profesional deben ser: humildad, humildad, humildad. Y si se puede, buena salud». Ahora, con ambos ausentes, es ella la que recoge el legado y hace alarde de ellas. Aunque nunca lo reconocería, porque ella es así. Por eso no se considera pionera («me conformo con lo de veterana, viejita y haber nacido antes de tiempo. Pero a algunas nos tocó hacerlo»), y mucho menos maestra («¡Qué horror eso de ser maestra de periodismo!»), a pesar de haberlo sido para algunos periodistas como un joven Felipe Maraña (Sahagún). Especializado en información internacional, coincidió en esa misma sección del diario Informaciones con Pura Ramos, cuando él todavía era un novato del oficio. «Me enseñó a editar, me enseñó el abc del periodismo, fue como mi madre adoptiva…», recuerda Sahagún. «No conozco a ninguna mujer capaz de mantener, como Pura hizo, una familia tan numerosa, con tantos hijos, sin dejar de trabajar, sin dejar de estudiar. Una mujer única, extraordinaria, a quien los que la conocimos llevamos siempre en el corazón».

Además de periodista, Pura Ramos fue madre. Tuvo con su marido y compañero de profesión Jesús de la Serna ocho hijos. Trabajar y cuidar a los pequeños se convertía en una odisea a diario: «Luchaba de aquí para allá, me quedaba dormida en cuanto me sentaba al llegar del trabajo. Pero cuando te gustan las dos cosas, te molestas en sacar todo adelante». Y así lo hizo.

Casi 60 años después, todavía recuerda el consejo que Menéndez Pidal le dio en una de sus primeras entrevistas como periodista: «Todo lo que hagas, por muy humilde y sencillo que sea, pon toda tu valía, todo tu poder y todo tu deseo en hacerlo bien». Y eso ha hecho a lo largo de su trayectoria profesional y lo seguirá haciendo hasta que se le «atrofien las neuronas». «Siempre digo que lo voy a dejar pero mientras tenga la cabeza más o menos… ¿por qué voy a dejar de hacer lo que me gusta?», comenta vehemente. Y después de mirar hacia atrás y recordar sus inicios «sin nostalgia porque el mundo de hoy es apasionante», Pura Ramos, a sus 84 años insta a «vivir la vida sin perder ni un solo segundo», se pone el poncho de nuevo y sale a caminar.

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Una vida entre arte e información

Además de periodista, Pura Ramos es licenciada en Historia del Arte. Durante su periplo como jefa de prensa del Museo del Prado, entre 1989 y 1996, aprovechaba la clausura de puertas de la pinacoteca y salía de su despacho, enfrente de Las Meninas, para contemplarlas. «Estaba en éxtasis porque pensaba: esta pintura que hizo Velázquez y que han contemplado millones de personas ahora la estoy viendo solo yo». A pesar de disfrutar del famoso cuadro, su obra favorita del Museo es Perro Semihundido, o «el perrito de Goya» como ella lo llama. Esta pieza está lejos de ser la más conocida del pintor, pero la veterana periodista, curtida tanto en el oficio periodístico como en el del mundo del arte, acostumbra a ver más allá de las apariencias, y cree ver en la obra el autorretrato de Goya, por eso «siempre me emociona», asegura. Ahora, con 84 años, se niega a dejar las dos cosas que más le gustan y colabora en la revista Ars Magazine [/box]