En el barrio de Salamanca, la derecha es pobre
Colóquese junto al cabezón de bronce de nuestro inmortal artista aragonés. Donde el genial pintor de Fuendetodos otea en dirección al parque del Retiro. Allí, donde Goya flanquea el edificio de uno de los centros comerciales españoles más representativos, El Corte Inglés, y se forma el «carrefour» entre Goya y Alcalá, realice la siguiente acción: gire rápidamente sobre sí mismo. Al albur. Como un tambor en el juego de ruleta rusa. Ahora pegue un tiro en la dirección de la rosa de los vientos que haya quedado frente a usted. Si salió disparado hacia el Oeste enhorabuena. Se adentra en el fantástico mundo del glamour y las marcas de lujo. De la milla de oro y los bolsos de Prada. De los zapatos a dos mil euros el par.
Damos gracias mirando al cielo al artífice del proyecto primigenio del barrio, el gran urbanista Carlos María de Castro, y mientras lo imaginamos inclinado sobre el papel tirando las líneas de tinta de sus calles por encima de las vaquerías que a mediados del siglo XIX poblaban esa zona, iniciamos nuestro periplo.
En el escaparate de una de las marcas italianas de lujo, en la esquina de Serrano con la calle Jorge Juan, sobre el terreno antes ocupado por aquellas antiguas vaquerías del barrio de Salamanca, luce uno de esos bolsos de piel de ternera Angus del tamaño de un balón de fútbol. Mil ochocientos euros. Nos decidimos a entrar. No sé si en un acto de cortesía o para intentar cerrarnos el paso, pero la dependienta se abalanza rápidamente hacia la puerta y sale a nuestro encuentro. Su pelo rubio, lacio, perfecto, oscila a cada paso según pisan sus pies, izquierda derecha, izquierda derecha. De fondo el chasquido del ruido de sus tacones de aguja sobre el suelo ajedrezado de mármol. ¡¡Chas, chas, chas!! Si se le ocurre preguntar por el o la gerente encargado o similar, obtendrá por respuesta una mueca complaciente. «La señora Isabel Fiscowich está de viaje y la señora Marta Gutiérrez no puede atenderle en estos momentos. Dígame qué desea y pasaremos nota al departamento de marketing». Se me ha quedado fría la sangre. Me voy de aquí. Voy a pegar otro tiro.
La auténtica fortuna le sobrevendrá si su disparo va hacia el Este. Y como esta reflexión se refiere a los extremos opuestos, continúe hasta el límite oriental de nuestro barrio. En busca de nuestra historia. Allí, donde la forma de bandera del barrio de Salamanca tremola en su parte oriental, los atentados del 11 de septiembre de Nueva York han tenido sus consecuencias. Como lo oye. Estamos en el barrio de Lista.
La costura que une las calles de Francisco Silvela con Ortega y Gasset se llama calle de Montesa. Si continúa andando tras pasar la colonia Martí, historia viva del Madrid de los años veinte, junto al portal número 34 de la calle, el negocio de Carmen «Textiles al peso» exhala sus últimos estertores. Carmen tiene apariencia de señora con cara de madre buena. Maneras educadas y amables. Y vaya si lo es. Quien regenta los veinte metros cuadrados de local cubiertos de enormes y coloridos rollos de tela es su hija del mismo nombre. Pero Carmen anda por allí. Supervisa. La puerta de entrada apenas tiene un metro de ancho. ¿Podría usted venderme un trazo de tela color cereza para fondo de mi colección de panoplias de espadas toledanas? Carmen abrió el negocio treinta años atrás. Entonces, venían barcos cargados de enormes rollos de tela de algodón cultivada y tejida en los Estados Unidos. Flanqueaban todo el extremo noroccidental de África, Guinea, Mauritania, Senegal. Hasta hacer puerto en las Islas Canarias. De allí por el estrecho de Gibraltar bordeando nuestro levante, hasta el puerto de Valencia. Entonces finalizaba la odisea de las telas sobrantes de todo ese viaje digno de cualquier navegante portugués. A precio de saldo. Su marido, fallecido hace ya tres lustros, trataba con el importador en Valencia. Y esas telas se compraban en la capital del Turia en forma de enormes rollos al peso, y se vendían también al peso en el pequeño local de la calle Montesa. El precio de compra era irrisorio, porque lo que a ella le llegaba eran rollos de tela defectuosos, un roto, un descosido, que ella misma reparaba, cortaba y dejaba como capa de señor feudal, para luego venderlos en condiciones estupendas. El negocio prosperó hasta 2001.
Cuenta Carmen que a raíz de los atentados del 11 de septiembre de Nueva York los barcos dejaron de llegar. Y no han vuelto a hacerlo. No sabe la razón. Pero se rompió la cadena comercial. El negocio cierra en dos meses.
Y ahora ¿dónde quedarse?
Después de una larga charla de café en el centro cultural de la villa de Colón, fuera ya de Salamanca –los juicios hay que hacerlos desde la barrera– hablamos de todo esto con Francisco Juez Juarros. Doctor en Geografía e Historia por la Universidad Complutense, insigne madrileño, mundano de la capital y en particular del barrio que nos ocupa. Es un gran conocedor de Madrid en su conjunto, y en particular de la zona de Salamanca. De hecho acaba de publicar un hermoso libro al respecto plagado de fotografías inéditas. Él nos ha situado sobre el mapa del actual barrio donde se encontraba la vaquería sobre la que ahora luce nuestro precioso bolso italiano. También él nos ha marcado la línea inconfundible entre Salamanca rica y Salamanca pobre. Esa línea divisoria sería al Este o al Oeste de Príncipe de Vergara. A la izquierda o a la derecha. ¿Hacia donde pegó usted el tiro? ¿Salamanca rica o Salamanca pobre? Yo me quedo en la derecha.