Cuando el infierno fue Madrid
Madrid, 15 de agosto de 2011. La visita del Papa Benedicto XVI con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) marca el ritmo de la capital española. No solo los dos millones de peregrinos desplazados hasta el centro de la península acompañan al Sumo Pontífice. También lo hacen los más de 40 grados centígrados que acompasan la respiración de la cita y de la propia ciudad.
Las calles, abarrotadas, colindando con límites claustrofóbicos; el asfalto, ardiente, invitando a recluirse en casa; la luz del sol, sin clemencia, friendo los ríos de gente que fluyen por las calles madrileñas. Una olla a presión que abraza al transeúnte y le inocula el caos más abrasador.
Es el Madrid al que nos retrotrae Rodrigo Sorogoyen en «Que Dios nos perdone» (2016), un thriller asfixiante en el que dos agentes de policía siguen la pista de un violador y asesino de ancianas en serie, todo ello enmarcado en los días de la visita papal con motivo de la JMJ. El filme reproduce el contexto madrileño de aquellos días con pericia. Da igual que el espectador estuviese o no en agosto de 2011 en Madrid: lo va a tener que vivir durante las más de dos horas que dura la grabación.
Las calles que desembocan en la plaza de Sol infestadas por columnas de peregrinos, los bares más castizos en los que se gesta la investigación del caso, la radiografía que el director madrileño hace al cuerpo de policía… El puzle de Sorogoyen se construye a partir de pequeños pedazos de la Madrid más verosímil.
«Isabel Peña (guionista) y yo buscábamos dar una imagen, sobre todo, caótica: el calor, tanta gente, ese asfalto, los pobres peregrinos…». Sorogoyen tiene claro el reflejo que el Madrid de aquellos días vertía. «Yo salía de mi casa en Montera y tardaba horrores en moverme a cualquier sitio. Lo vivimos y dijimos ‘hostia, esto hay que contarlo’», confiesa el cineasta, testigo directo de la esfera candente de aquellos días, a ABC. Con todo, duda ante la pregunta de si surgió antes el guion del thriller o la ambientación madrileña del mismo. Sorogoyen se encoge de hombros: «Había que contarlo así».
La violencia explícita en «Que Dios nos perdone» podría confundir al espectador. Cabe la posibilidad de que escenas como en las que cadáveres se muestran sin censura alguna ensombrezcan el fondo sobre el que todo ello acontece. El crítico de cine de ABC José Manuel Cuéllar ve en este aspecto la mayor fortaleza de la película. «Los portales, las casas, la escenografía madrileña… Está muy bien representada», comenta Cuéllar, que subraya el agobio que impera en la escena en la que, en plena persecución al sospechoso, la pareja de policías que protagonizan Antonio de la Torre y Roberto Álamo debe intervenir de urgencia en el metro de Madrid, con un séquito de peregrinos que no entienden una palabra de español extremadamente agitados por la virulencia de la situación.
El director del filme se acuerda también del inicio de la misma persecución, que tuvo que hacerse sin poder cortar la calle, abarrotada de gente el día de la grabación. «Es algo que tuvimos que improvisar, con todo el mundo andando por ahí… La gente flipaba».
Junto a la poderosa ambientación de la que hace gala, la última película de Roberto Sorogoyen destaca por la fuerte personalidad de los dos policías protagonistas. Lo impulsivo y fanfarrón de uno contrasta con la meticulosidad e introversión del otro, en una combinación que, como corrobora José Manuel Cuéllar, da verosimilitud al relato. Con todo, no se limita a la pareja central, sino que es extrapolable al retrato de la policía madrileña que la cinta expone. Y no es casual.
«Trabajamos con dos policías para que nos guiasen, queríamos reflejar cómo funciona el Cuerpo desde dentro», explica Sorogoyen, obsesionado hasta con el detalle más nimio para reflejar Madrid punto por punto. La película va soltando pequeñas píldoras interpretables como críticas livianas a la labor policial —corrupción o casos archivados por desidia son algunos ejemplos—. «Como en todos lados, hay gente muy profesional, gente con menos ética… No se da una imagen horrible, es una imagen realista», aclara el cineasta, que cuenta como los dos policías que colaboraron en la preparación de la película, tras acudir al estreno, lo felicitaron por lo fidedigno de su representación: «Me dijeron que las cosas funcionaban tal cual sale reflejado».
Pese a que la capital española fue el escenario elegido para sus dos últimos trabajos (además del que ocupa estas líneas, «Stockholm», del año 2013, transcurre en las mismas calles), Sorogoyen no cree que el carrete madrileño haya tocado a su fin. «De Madrid se puede sacar cualquier punto. Tiene un encanto especial», comenta el director, quien encuentra su ciudad «multicultural y divertidísima».
Potenciar esta industria, es el germen del nuevo plan de desarrollo audiovisual que prepara Cristina Cifuentes para la ciudad. La medida significaría la triplicación de la subvención que hasta ahora venía recibiendo —de 400.000 euros de dotación, el cine pasaría a recibir 1.200.000—. Sorogoyen se muestra expectante: «Aún hay mucho margen para trabajar». Por lo que parece, el calor de aquel agosto de 2011 no fue suficiente para fundir todo el potencial que contiene Madrid.